Por Jesús Chávez Marín
Dios mío hazme viuda por favor se llamaba un libro que escribió Josefina Vázquez Mota; nunca lo leí, porque se puso carísimo cuando la señora salió de candidata a presidenta; además no creo que estuviera entretenido: en la tele los discursos de ella eran aburridísimos, no escribe nada que valga la pena. La frase del título se me hacía cruel y malintencionada, conectaba con aquel otro dicho: el mejor marido es el marido muerto, que no sé dónde leí. A mí me caían gordos esos refranes, porque yo quise mucho a mi esposo, lo último que hubiera querido es que se me muriera, y eso que era un arguenudo de siete suelas: no le gustaba trabajar y ganaba una bicoca, siempre andábamos a la última pregunta y perseguidos por cobradores, ¡me daba una vergüenza con los vecinos!
De milagro pudimos sacar adelante a los dos muchachos y a la niña; ahora los tres son profesionistas y no les falta el trabajo. Uy, cuando me tocó a mí, me da un poquito de pena reconocerlo, me di cuenta de que esas máximas tan exageradas pues sí tenían algo de razón. En cuanto se murió mi Juan Alberto nuestra situación mejoró mucho: como era empleado de la Comisión, me empezó a llegar una pensión fabulosa, no lo podía creer. También dos seguros millonarios muy bien amacizados que pude cobrar de inmediato.
Por lo de la pensión redoblada me vine a enterar de que el infeliz tenía otra familia, mantenía otra casa, y a mí me escondió toda una vida lo que verdaderamente ganaba de sueldo. La fulana se presentó a reclamar manutención para sus hijos, que ni siquiera eran de él, pero muy educadamente la mandé a freír espárragos. Legalmente no tenía manera de reclamar ni un cinco partido por la mitad.