Por qué revivir el caso Duarte

Por Jaime García Chávez

La pregunta planteada en el título de este artículo, la respuesta es: porque es polvo de aquellos lodos, aunque este refrán suele emplearse para casos residuales, que ya se fueron. No lo creo así, por eso lo hago presente en esta coyuntura, con todas las desventajas imaginables.

Empezaré por decirle a los lectores que mi complexión política para enfrentar casos como el de la tiranía corrupta de César Duarte tiene fuerza y vitalidad; no es simple devaneo de politiquería y está lejos de la tibieza de carácter. Hasta donde se pueda, me dice el optimismo de la voluntad, hasta donde den los alcances intelectuales y la convicción de que se está en la ruta correcta. Siempre he sostenido que sirve poco hacer crítica si no se acompaña de soluciones puntuales y posibles.

Las causas que dieron origen al conflicto entre Unión Ciudadana y el gobierno de César Duarte laten aún. Habrán cambiado rostros y actores, pero el huevo de esa serpiente lo sigue empollando una clase política comprometida con ese pasado impune, y la ciudadanía está llamada a cerrar el ciclo antes de que sea demasiado tarde, todo se pudra y llegue un autoritarismo feroz a Chihuahua, similar al fascismo que se nutrió de una democracia fracasada y descompuesta en sus bases.

Esa sería una razón o causa más eficiente para contestar la interrogante. Pero veamos más en concreto, si así se quiere.

El estado como tal, hasta ahora, ha sido incapaz de resolver una sólida denuncia contra el exgobernador y sus cómplices que data del 23 y 24 de septiembre de 2014. Once años le han resultado insuficientes y durante ese sobrado ciclo no han permitido a este denunciante que vea y analice la carpeta de investigación. No lo ha posibilitado ahora María Eugenia Campos Galván en su calidad de gobernadora ni su fiscal César Jáuregui Moreno, como tampoco en su momento Javier Corral y, nada más explicable, el propio acusado en la etapa final de su tiranía, precisamente cuando se presentó la denuncia.

El expediente abierto –así lo quieren los de la burocracia política– está condenado a que lo devore la polilla o los ratones. Quieren que se entienda bien que el combate a la corrupción política pertenece exclusivamente a quienes están en el poder. Es tan grave la corrupción en el país que a la vista de estos funcionarios no se puede dejar en manos de ciudadanos libres. Para el poder (lo estamos viendo con el drama del llamado “huachicol” fiscal), la corrupción es la base para hacer ajustes políticos al interior de un régimen. En contra de esto milita la causa que se abrió en contra de César Duarte.

Las instituciones de la república nacieron constitucionalmente para ponerse al servicio y beneficio del pueblo. Los gobernantes se trepan en ellas para convertirlas en palancas para beneficiarse de las mismas, directa o indirectamente. Es una vieja historia. Lo han hecho desde hace mucho tiempo y eso debe terminar, así sea con la sola entereza de no dejar pasar la acción posible, como en el caso que me ocupa.

Duarte y su esposa crearon un fideicomiso por 65 millones de pesos cuya procedencia legítima nunca han acreditado.

Pero las fiscalías duermen.

A través de ese fideicomiso el exgobernador se quiso hacer dueño de un banco, comprando las primeras acciones que se emitieran para tenerlo bajo su control y beneficio. Con ese propósito contó con la complicidad de Enrique Peña Nieto y de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores de Jaime González Aguadé, otro corrupto defraudador en la Sociedad Financiera Popular que dañó a cerca de 7 mil ahorradores y que continúa paseándose en empresas del ramo financiero como Pedro por su casa.

Pero las fiscalías duermen.

Jaime Ramón Herrera Corral fue nombrado por César Duarte para ocupar la Secretaría de Hacienda de Chihuahua y por ese medio abultar con recursos del erario –o sea, de todos los contribuyentes– el banco que se pretendía duartista, en un acto de abuso de poder absoluto, desviado, descarado, y también carente de pericia, ya que a su tiempo cayó por su propio peso, pues constituía un delito oficial, es decir, cometido por un funcionario público.

Pero las fiscalías duermen.

La actual gobernadora llegó al cargo valiéndose de su complicidad con César Duarte y fue refaccionada con dinero para empoderarse, tanto ella como su actual fiscal César Jáuregui Moreno. La operación política se dio en muchos ámbitos y afectó a todos los poderes de la entidad; por eso no hace nada para cumplir con sus responsabilidades, echándole tierra a un expediente que está vivo.

Los problemas de la gobernadora son otros: seguir acumulando recursos mediante la práctica de la corrupción; endulzarle el oído a la oligarquía local; conculcar las libertades públicas, especialmente la libertad de expresión; el cómo ser recíproca con César Duarte y otorgarle la libertad absoluta para así pagar los favores recibidos; el cómo ir tapando la irresponsabilidad por una violencia que ha significado sangre y muerte en Chihuahua, mientras sus funcionarios venden auditorías a modo a los empresarios para evadir al fisco.

Pero las fiscalías duermen.

Para lo único que alcanza la voz de la gobernadora es para ordenar cerrar las puertas del Palacio de Gobierno porque piensa que es su torre feudal. Los guardianes de esas puertas son adiestrados trogloditas del PRI; finalmente, la voz de la gobernadora se alza para decir que el rey no ha muerto. Y otro corrupto, como Patricio Martínez, fue menos elegante, que para decir lo mismo, dijo: “No te calientes, granizo”.

¿Pero quién es el rey?, ¿por qué ese género y no el femenino? Es que Maru ya no gobierna y ganó batallas electorales que ahora no sabe qué hacer con ellas. Parecen sus últimas batallas. Se recuerda que después de su fracaso como aspirante presidencial se justificó diciendo que “por amor a Chihuahua” se quedaba aquí. Ternurita.

Mientras tanto, las pandillas de MORENA se frotan las manos.

¿Polvo de aquellos lodos? No. Lo que pasa en Chihuahua es que estos polvos sí vienen de aquellos lodos.

Por esas razones y muchas otras queremos traer a escena a Duarte , para que se le castigue en serio.

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