Por Eliana Gilet | Desinformémonos
En una nueva edición de la manifestación más concurrida en la Ciudad de México gracias a la masiva participación del movimiento estudiantil actual, los sobrevivientes de la represión estatal del 2 de octubre de 1968 y los integrantes del Comité 68 que articula su voz pública abrieron espacio al genocidio en Gaza y las desapariciones en México, que consideran urgentes.
“Hay muchos puntos de conflictos tan importantes en el mundo, que a veces la mayoría de las personas, por diversas situaciones, no perciben la gravedad del momento. Pero lo importante es que se acabe el genocidio de Israel en Gaza”, dijo a Desinformémonos Enrique Samar, integrante del movimiento.
Esta noción de la importancia de denunciar el genocidio en curso, recrudecido visiblemente durante los últimos dos años, tomó cuerpo en la pancarta tras la que marcharon los veteranos que conducen todavía al movimiento estudiantil, como si fueran unos consejeros a los que sigue una variada juventud mexicana: “el silencio ante los genocidios es complicidad”, decía.
Fueron los primeros, los del 68, en señalar como un genocidio la sistemática eliminación de la juventud en el país —acuñaron el término “juvenicidio” para ello—, que continúa vigente considerando la cantidad de muertes violentas y prematuras y la desaparición forzada que ha arreciado contra las juventudes del país. Prueba del peso que tiene este exterminio vernáculo es el caso de los normalistas de Ayotzinapa desaparecidos desde hace once años. Junto a ellos, marcharon este año las familias organizadas en colectivos de búsqueda de la Ciudad de México, Hasta Encontrarles y Una luz en el camino, quienes fueron invitadas a encabezar la marcha con los estudiantes del 68.
“La lucha es una y participar a favor del pueblo palestino es imprescindible. El geonocido que se está dando en Palestina es peor que el que ocurrió aquí en el 68”, dijo David Roura en entrevista con este medio.
El punto clave del reclamo estuvo puesto —como lo señaló David Flores Guerrero, miembro de las generaciones menores del 68— en la liberación de las y los mexicanos que viajaban como parte de la Flotilla Global Sumud, secuestrados por Israel el 1 de octubre en aguas internacionales, junto a otras 500 personas que buscaban romper el bloqueo del ejército sionista, que impide la entrada de comida a Gaza.

Juvenicidio
“La ceremonia se hizo aquí el 2 de octubre y fue reprimida. Si el gobierno la hubiera dejado hacer, hubiera pasado como si nada. Pero tuvo que venir el gobierno a hacer la estupidez de hacer el genocidio, de matar a la gente. Había mucha gente aquí además de los estudiantes”, explicó Héctor Méndez.
Entonces él tenía 22 años. “Estuve en la generación del 68 también”, dijo, y aunque formaba parte del movimiento como parte del comité de lucha de la Facultad de Comercio en la UNAM, destacó que él nació allí mismo, en la Calzada de Nonoalco, antes de que la unidad Tlatelolco fuera construida. “Estoy muy amarrado, enraigado a este sitio”.
Esa duda que sembró en su análisis sobre el motivo de la represión es regada por la perspectiva global del movimiento que aportó Roura: “el 68 fue el despertar de la juventud mexicana, como en todo el mundo, desde el Mayo francés, pasó por Roma, Buenos Aires, Sao Paulo, las de Berkley en California, pero la reprimida de forma brutal fue ésta”, dijo.
Nacha sostiene que la brutalidad de la represión hizo al movimiento mexicano mundialmente conocido, es decir, la sangre tuvo el efecto contrario si buscaba minimizarlo, pero corrió el foco hacia la violencia institucional y al posterior reclamo de justicia para las víctimas y castigo para los responsables.
Sin embargo, es interesante destacar el estupor, que aún recuerda Nacha, que le causó haber visto en la televisión luego del ataque armado, cómo se amplificaba acríticamente una lectura criminalizadora, que los responsabilizaba de lo ocurrido: “dijeron que intervino el ejército porque los estudiantes traían armas, y eso es una vil mentira”, recordó en entrevista en la Plaza de las Tres Culturas.
Una lectura posible indica que la represión tuvo ese grado en la Ciudad de México por presión de los Juegos Olímpicos que se inauguraron diez días más tarde. Una forma de “pacificación forzosa” del país, que abrió la puerta, gracias al evento deportivo, a un militarismo sin freno.
La desaparición de los normalistas de Ayotzinapa en 2014 debe leerse como un corolario de ese paulatino aumento de criminalización de la gente, que termina siendo responsabilizada por ser víctima de la violencia estatal (practicada o permitida) una política represiva que acalla, particularmente, a una generación de jóvenes y niños, gente menor de treinta años.
La desaparición de los 43 fue un crimen de Estado que cambió la forma en que entendemos el papel estatal en la violencia desatada en las últimas dos décadas, y que evidenció la continua infiltración de la inteligencia militar en la escuela, al verlos como enemigos a vigilar; no fue un hecho aislado, sino parte de una larga historia de represión contra los estudiantes indígenas y rurales. Es revelador, sin embargo, que el ataque en Iguala sucediera durante una acción previa a la marcha del 2 de octubre de 2014. El maestro David Roura recuerda claramente cómo el Comité 68 había estado en coordinación con la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México, la FECSM, un par de días antes.
El Mundial
La policía estaba esperando a la manifestación a la salida del bajopuente del Eje Central, poco antes de la Plaza de Garibaldi, donde comenzó a armar una barrera leve, que llegando al Zócalo copó el lugar y desató la represión contra los manifestantes y la prensa.
Circulan en redes sociales y grupos de whatsapp múltiples testimonios de las agresiones contra periodistas, la evidencia de lesiones y cortes en la cabeza y la cara de múltiples personas, así como el video de un joven siendo brutalmente golpeado en una de las calles aledañas al Zócalo.
El aumento represivo ha sido notorio desde el anuncio de la jefa de gobierno, Clara Brugada, en julio de este año, de un protocolo de contención de manifestaciones, que instaló el método del kettling, o el encapsulamiento de la gente por filas de policías que copan el espacio.
La respuesta oficial fue brindada en conferencia de prensa tras la marcha por Pablo Vázquez, secretario de Seguridad de la capital, quien respondió a lo ocurrido con un argumento parecido al que describió Nacha: como los primeros 500 policías que habían mandado “fueron agredidos” por los manifestantes, tuvieron que reforzar con otros mil policías más, que saturaron el primer cuadro de la ciudad.
A ellos y su actuación brindó el funcionario todo el apoyo institucional: “no cabe duda que hay quienes quisieran que nuestra policía actuara guiada por los modelos del pasado, la policía de la Ciudad de México es una policía que mira hacia el futuro, que acompaña y encausa, que no cae en provocaciones y que no reprime”.
Mientras tanto, los normalistas que se manifestaron por el mismo motivo en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, también fueron reprimidos.
“Como siempre en este tipo de actividades, como el Mundial, se van los dineros y se abandonan cosas importantes, incluso aquí en la Ciudad de México hay mucha condición de pobreza, mucha violencia. Hay mucho que hacer, porque hoy es como si no hubiera pasado nada en el 68. Hay mucho por lo que luchar y exigirle al gobierno”, concluyó David Flores.