Cuento: Burbujitas de sal de uvas

Por Jesús Chávez Marín

Por alguna especie de fatalidad, Esteban tuvo la mala suerte de seguir
viviendo algunos años después de que murió su esposa. Una tarde escribió
esta carta a la memoria de ella: Querida mía: Hace mucho tiempo que no te
he visto y quizá ya no te veré; aunque guardo en el pensamiento imágenes de
ti, momentos de tu existencia en diferentes edades. Daría lo que me queda
de vida, que además vivirla sin ti no es la gran cosa, por mirarte unos diez
minutos, respirar en medio de tu pelo sedoso y oscuro, sentir de cerca el mar
de burbujitas de sal de uvas Picot de tu cuerpo. En esta carta no solo quiero
añorar estos dones para mí, sino también los que tú disfrutabas con tanta
plenitud: la sonrisa de tus hijos y de tu nieta; los espacios armónicos que
instalabas en tu casa con espejos, flores, piedras, fotos, muebles; tu mirada
frente al mar donde solo allí podías mirar la plenitud de tu alma, natural y
generosa; y luego los libros, mirarte serena en tu sala leyendo algunos
nuevos y siempre volver a los mismos que leíste varias veces para comparar
tus ideas con las páginas y con el tiempo que va pasando. Adiós, extraña y
para siempre mía a pesar de tu delicada y absoluta libertad con la que viviste
siempre, tan hermosa.

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