Cuento: Arguenudo

Por Jesús Chávez Marín

Dicen que no comía nomás se le iba en puro llorar; dicen que no dormía nomás se le iba en puro tomar, igualito que en la canción de Cucurrucucú paloma, pero eso no era cierto porque todas las mañanas llegaba temprano al puesto de carnitas de El Canadiense, o a los burritos que vende doña Candelaria en su comercio de abarrotes.

Lo que pasa es que Goyo era muy vaquetón, usaba de pretexto que Gladys, su señora, lo dejó, para andar de borracho todo el santo día en vez de ponerle al camello, atenido a que su santa madre lo mantenía: Lo maleducó desde chiquito concediéndole todos los caprichos y ahí está el resultado.

Cuando en la primaria quiso dejar la escuela: Está bien, como usted quiera, m´hijito. Cuando quiso irse al otro lado a ganar muchos dólares: Está bien, Dios lo bendiga, mi rey, la virgencita lo proteja de todos los peligros de cuerpo y alma. Cuando volvió dos años después con una trocota del año y no le dio ni un dólar partido por la mitad y anduvo faroleando por todo el barrio con amigos y amigas: Es que mi muchacho es muy alegre, muy gustador de la vida. Cuando le pidió que fueran a pedir a Gladys, habló maravillas del hijo: hasta parecía vendedora de joyería de tantos valores que inventó con los papás de la muchacha. Cuando Gladys le dijo que ya no lo aguantaba y que se iba, le suplicó que no lo dejara, que muy pronto Goyo sería otro, uno cumplido y serio, que ya vería: ella misma se iba a encargar por mientras de los recibos y del chivo.

Pero la mujer ya estaba hasta el copete del arguenudo de Goyo, por eso ahora dizque el mismo cielo se estremecía al oír su llanto.

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