Por Leo Zavala Ramírez
— Del padre Agustín Becerra, centenas –¿miles?– de gentes expresaron en estas últimas horas diversidad de conceptos a través de redes sociales:
…Que fue el mejor sacerdote conocido, que fue un santo, que actuó como digno representante de Dios, que fue un personaje de lo más comprometido con su comunidad, que fue un hombre sencillo, servicial e incansable en su ministerio; que fue un excelente pastor, que sus palabras eran un bálsamo reconfortante en momentos de adversidad.
Incluso llegó a asegurarse que no solo era bien visto por la gente, sino por todos sus compañeros sacerdotes, lo que resulta notable y singular.
Jesús Agustín Becerra Esparza, que dentro de dos semanas cumpliría 80 años de edad, falleció este 14 de noviembre en la ciudad de Chihuahua, y las expresiones en torno a su persona y su quehacer, ilustraron con gran detalle los talentos y la calidad humana de este hombre que se nos adelantó.
Hijo de Agustín Becerra Campos y Soledad Esparza, hermano de Víctor Manuel, María del Socorro, Luz Margarita, María Elena y José Luis, Jesús Agustín fue el penúltimo de esta familia, en la que todos vieron la luz en el pueblo de Villa Matamoros, al sur del estado de Chihuahua.
Mientras realizaba sus estudios primarios en la escuela Oficial 106 de su tierra natal, y no sin pasar por diversos problemas de salud, el niño “Chutín” –como le llamaban en casa– empezó a experimentar un especial interés por ser misionero, movido por los padres vicentinos que habían realizado misiones en la región y por el testimonio de entrega sacerdotal de los padres Joaquín Díaz Anchondo y Modesto Rodríguez.
Siendo adolescente, Jesús Agustín intentó incorporarse el seminario de Durango, pero a los 13 años de edad, informado de la falta de sacerdotes en su estado natal, optó por intentar el ingreso al seminario de Chihuahua.
Estas inquietudes fueron apoyadas por Don Agustín Becerra Campos, quien gestionó ante el rector del seminario de Chihuahua, Monseñor Manuel Talamás Camandari, su admisión, que ocurrió en 1954, año en que ingresaron otros 60 adolescentes que después se ordenaron sacerdotes; entre otros: Oscar Enríquez, Rogelio Ríos, Agustín Hernández, Rafael Mujica, Andrés Baeza, Héctor Villalba, Luis Duarte, Manuel López, José Pérez y Jesús Antonio Hernández. En la formación de estos seminaristas influyeron de manera muy positiva los padres Manuel Talamás, Vicente Gallo y Noel Delgado.
Así transcurrieron los estudios de latín y filosofía en Chihuahua, mientras que los estudios de teología, el seminarista Becerra los realizó en el seminario de Montezuma, Nuevo México, creado durante la persecución contra la Iglesia en México.
Apenas iniciaba el Concilio Vaticano II cuando el entonces diácono Jesús Agustín Becerra se cuestionaba si como sacerdote sería capaz de realizar lo que en esa coyuntura de renovación profunda pedía la Iglesia.
En 1962, cuando iniciaba sus estudios de teología en el seminario de Montezuma, permeaba un ambiente muy sensible a lo que sucedía en el Concilio, y se reflexionaba un nuevo perfil de sacerdote que respondiera a esta renovación eclesial eminentemente pastoral, resaltando la evangelización, la apertura hacia el mundo y la participación de los laicos. Además, se consideraban nuevos conceptos sobre Cristo y sobre la Iglesia, que derivaron en nuevas prácticas pastorales. Por ejemplo, la liturgia y especialmente la celebración de la Misa acababa de cambiar, de una celebración en latín y de espaldas al pueblo, a realizarse en castellano, de frente a la comunidad cristiana y con mucha más participación de los laicos.
Luego de terminar el Concilio Vaticano II, y previas estas reflexiones, Jesús Agustín solicitó el orden sacerdotal, motivado –según sus palabras– especialmente por el pasaje bíblico del evangelista Mateo, en el que Jesús, “al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y desorientados, como ovejas sin pastor”, y en otro que expresaba: “la cosecha es abundante y los obreros, pocos”.
Fue el miércoles 30 de marzo de 1966 en la Catedral de Chihuahua, cuando Jesús Agustín Becerra Esparza recibió el orden del presbiterado de manos del obispo Don Luis Mena. Junto con él, ese día recibieron el orden sacerdotal, José Pérez, Jesús Antonio Hernández y José Manuel López y, acompañado de muchos otros sacerdotes, de sus familiares y del pueblo, días después celebró su cantamisa solemne en su natal Villa Matamoros.
De inmediato, el Padre Becerra fue enviado por el arzobispo Don Luis Mena Arroyo a servir como vicario en la parroquia de Cristo Rey, de ciudad Delicias, en donde sirvió hasta 1968, en que su obispo lo llamó al Seminario de Chihuahua como maestro y vicerrector.
Para entonces, ya asomaban en el joven sacerdote Becerra, las inquietudes por la labor social de la Iglesia, razón por la que, en esa misma época, fue nombrado responsable diocesano, del Secretariado Social Mexicano y de la Acción Católica, cargos que desempeñó hasta 1973, en que fue enviado a Roma a estudiar una especialidad en sociología, en la universidad Gregoriana.
A su regreso, en 1976 y durante 5 años, se desempeñó en el equipo formador del Seminario Regional del Norte ubicado en ciudad Juárez, que aglutinaba a 7 iglesias particulares del norte centro de México, lo que le permitió una estrecha relación con decenas de jóvenes seminaristas estudiantes de filosofía y procedentes de toda la región.
Hacia 1981, por disposición del Arzobispo Don Adalberto Almeida,dejó el Seminario Regional y asumió por primera vez el cargo de titular en la nueva parroquia de San Rafael de la ciudad de Chihuahua, lugar donde un grupo de 10 seminaristas de Chihuahua, Torreón y ciudad Juárez, estaban por concluir una experiencia de formación que los había llevado a insertarse entre los colonos de las colonias Lealtad 2 y San Rafael, donde habían promovido la creación de Comunidades Eclesiales de Base y cooperativas. La encomienda del arzobispo para el padre Becerra era consolidar el trabajo que habían realizado los seminaristas y promover las comunidades y cooperativas de consumo de artículos de primera necesidad.
Ahí, durante 20 años, el presbítero Agustín Becerra desarrolló su trabajo pastoral sectorizando su jurisdicción parroquial y promoviendo la evangelización en un ambiente de conciencia y compromiso social a través de las comunidades y mediante un Consejo Pastoral. En ese lapso, consolidó las Comunidades Eclesiales de Base, crecieron las cooperativas y se crearon comedores populares para personas en situación de calle.
La parroquia que dirigió por dos décadas el padre Becerra llegó a ser la más grande de la ciudad, pues abarcaba las colonias San Rafael, Lealtad 2, parte de la colonia Santa Rosa, Desarrollo Urbano, Mármol 1 y 2 y la extensísima colonia Aeropuerto. En toda esa zona, fiel a su vocación misionera, el padre Becerra, a base de actividades como rifas y kermeses, logró construir alrededor de 15 templos y capillas que visitaba con asiduidad y en las que promovió la solidaridad y el servicio entre sus fieles.
Fue también en ese tiempo, cuando promovió la celebración del viacrucis viviente de San Rafael, famoso en todo Chihuahua por su montaje, su colorido y sus consignas de carácter social, que convocaba a decenas de miles de fieles de la ciudad y de otras poblaciones del estado.
En el año 2001, el arzobispo José Fernández Arteaga, lo nombró párroco del templo del Corazón Inmaculado de María, donde por más de 6 años promovió una misión con los padres vicentinos, lo que derivó en la realización del trabajo pastoral por sectores y diversas obras sociales.
Luego, desde el 2007, el padre Becerra fungió como párroco de Nuestra Señora del Refugio, donde, con el propósito de lograr una evangelización que diera mayores frutos, coordinado con el padre Dizán Vázquez, impulsó el curso Alfa de evangelización, y promovió obras de remodelación del centro pastoral, del cine y de la hermosa capilla ferial.
Paralelamente, a partir del año 2011 fungió como encargado de la catequesis, lo que le permitió formar a decenas de catequistas de todas las poblaciones de la arquidiócesis de Chihuahua.
Más tarde, seguramente aprovechando la capacidad de gestión, de administración de recursos, su don de gentes y sus sólidas relaciones sociales,el arzobispo lo designó en 2013 como responsable de la construcción de la Nueva basílica de Guadalupe, ubicada al sur de la ciudad y cuyo proyecto había sido iniciado años antes el Padre Francisco Antonio Porras García.
Al inicio de la construcción de la nueva Basílica, el padre Becerra atendió a las personas y celebró sus liturgias en una pequeña cabaña de madera y antes de dos años, y con el apoyo de arquitectos, ingenieros, gente de buena voluntad y del patronato Tonantzin Guadalupe, logró construir una enorme Ermita con capacidad para 600 personas sentadas, y funcional para usos diversos.
Cuatro años después concluyó la capilla de San Juan Diego con centenas de columbarios para depósito de urnas con cenizas de difuntos. Además, logró que se concluyeron las labores de limpia de terreno, relleno, fabricación de plataforma, excavación, cimentación y estructura metálica. A pesar de tanto trabajo, el avanceimplicaba apenas un 15% del total de la obra, y siempre que se le preguntaba sobre cuánto tiempo faltaba paraterminar la Basílica completa, él padre Becerra respondía: “depende de cuánto tardemos en conseguir el dinero que nos falta”. Sin duda, su sueño era ver terminada la obra, mas siempre fue realista; advertía: “no sé si me alcance la vida”.
Aunque su compromiso era solo la construcción del templo de piedra, el padre Becerra, no ignoró las condiciones de los habitantes de la zona. Se propuso convocar a organizaciones y personas, y realizó grandes esfuerzos por construir comunidad, especialmente con los vecinos de las colonias Laderas de San Guillermo, para quienes gestionó diversos esfuerzos de acción cooperativa y la presencia de equipos de promoción social, con lo que fincó las bases para la construcción de un centro comunitario, con el anhelo de que fuera administrado por los propios colonos, de acuerdo a sus necesidades sentidas.
Al final de su vida, no solo dejó algo más que los cimientos del templo material para la Virgen de Guadalupe; también legó algo más que los cimientos de lo que pronto será un gran centro comunitario que podrá ser alternativa para combatir la pobreza y la delincuencia y para promover la solidaridad, el cooperativismo y la superación colectiva.
Desde hace décadas, el padre Becerra, que aún después de la muerte de sus padres habitó una modesta casa de la Colonia San Felipe, anualmente fue asiduo asistente a las peregrinaciones que muchos fieles de la arquidiócesis realizaban la segunda quincena de julio a la Basílica de Guadalupe en la ciudad de México.
Como buen sacerdote, siempre cultivó la fraternidad con sus colegas, especialmente con el padre Fernando Macedo, de la diócesis de Puebla, con el padre Oscar Enríquez, de la diócesis de ciudad Juárez, a quien brindaba hospedaje en sus visitas a esta capital, y con el Padre Armando García, del estado de Guanajuato. Gran amigo y admirador del Padre Vicente Gallo, con él y con sus otros amigos, los padres Miguel Ortega y Camilo Daniel, viajaban cada año por tierra, a pasar al menos cinco días de descanso a las playas de Mazatlán.
No obstante que en las distintas parroquias en las que sirvió siempre se rodeó de familias que lo apoyaban y seguían, durantelos últimos doce años de su vida, el padre Agustín Becerra formó una comunidad de matrimonios que todos los sábadosconcurrían a su casa para realizar un familiar desayuno en el que cada quien llevaba guisos y postres, y desde donde se planeaban actividades de apoyo para reunir fondos para la construcción de la Basílica de Guadalupe en Chihuahua, para organizar quién le apoyaría en los ministerios litúrgicos o para ayudar a gente con alguna necesidad.
Hace poco, fiel a su vocación de compromiso social, convocó a una docena de amigos a quienes les propuso acompañarlo en un estudio de la Doctrina Social de la Iglesia, cuyos documentos, desde el Nuevo Testamento y la Patrística hasta las encíclicas papales de los últimos cien años, desvelan el marco teórico por el que la Iglesia afronta y propone la atención de sus creyentes hacia los problemas concretos de la humanidad como: pobreza, medio ambiente, desarrollo, migración, racismo, democracia, desigualdad, violencia, salud, ciencia, tecnología, cultura, educación, entre otros.
En marzo, cuando llegó la pandemia a nuestra ciudad siguió celebrando la Eucaristía e inicialmente se resistía a dejar de hacerlo, mas luego de consultar a sus allegados, se confinó en su casa, en la que diariamente celebraba la Misa, acompañado por alguno de sus asistentes.
Cuando el semáforo epidemiológico lo permitió, volvió a su Ermita y los domingos celebraba dos Misas, hasta que, alrededor de la primera decena de octubre, experimentó algunos malestares y, a mediados de mes, tuvo que ser hospitalizado. Al ingresar al centro hospitalario, perdió su celular y, con él, el contacto con el exterior y su preocupación más grande era saber cómo estaban de salud sus asistentes, que días antes convivieron con él.
Ya internado, duró varios días dependiendo de un tanque de oxígeno, y luego abrigó la esperanza de que saldría a recuperarse en su casa, para lo cual se preparó, pero la ocasión no llegó, pues días después él mismo accedió a ser intubado. Pocos días después resultó negativo a la prueba de covid 19, lo que permitió a los médicos trasladarlo a otra área del hospital, donde podría recibir mejor su tratamiento, aunque ya cursaba la presencia de una bacteria agresiva en su organismo.
Finalmente, el sábado 14 de noviembre a la media mañana, su organismo declinó y pudo entregar su espíritu a Dios, seguramente confiado en lo que él siempre creyó y predicó: el premio de la vida eterna en un cuerpo resucitado para quienes fueron amigos de Dios.
Sí, a partir de ese momento,Chutín podía estar de nuevo con sus padres, al lado de su admirado amigo el Padre Vicente Galo, y con la compañía de su fiel amigo y asistente Domingo Mendoza, que se le habían adelantado en el camino.
Apenas se supo de su partida, las redes sociales reaccionaron con singular intensidad y todo mundo expresaba que: fue el mejor sacerdote conocido; fue un santo; actuó como digno representante de Dios en Chihuahua; fue un personaje comprometido con su comunidad; fue un hombre sencillo, servicial e incansable en su ministerio; fue un excelente pastor…
De inmediato se hicieron visibles decenas de fotografías íntimas de diversas familias, o porque les bautizó un hijo, o porque los casó; alguien más, porque le bendijo su negocio o su casa, o porque le presidió un funeral. Sí, cada familia lo sentía como alguien suyo: empresarios, políticos, universitarios y, sobre todo, gente sencilla, exaltaron su nobleza, su sencillez y su actitud de servicio y recordaban cómo en muchas ocasiones, cuando ningún sacerdote podía celebrarles un funeral, Agustín Becerra siempre decía que sí, y se los celebraba.
Un día después de su partida, se organizó una Misa en su memoria. El lugar fue justamente aquél que él ayudó a construir y desde donde solía evangelizar: la Ermita de la Basílica de Guadalupe de la ciudad de Chihuahua. Las lecturas del día hacían mención de la parábola de los talentos que el Señor entrega a cada quien y el resultado que cada uno le ofrece de su uso en servicio de los demás. Ahí afloró de nuevo la figura del Padre Becerra, hombre de talentos que los puso siempre al servicio de los otros y consiguió muchos frutos.
La ceremonia religiosa, que fue a puerta cerrada y solo transmitida por facebook, reunió a varios miles de oyentes que la vivieron a través de 2,100 aparatos, según el registro de esa red social.
A manera de apostilla, me atrevo a replicar las palabras que Patricia Mayorga, prestigiada periodista chihuahuense, escribió acerca de su amigo el padre Becerra:
Hoy se fue un hombre que entendió que el servicio a Dios es dar la cara a la realidad y a la injusticia, por dura que sea y aunque se cuestione a la cúpula de la misma iglesia para la que trabajó y vivió; apostar a estar cerca de su gente, hacer frente a los cuestionamientos con amor y desde el corazón.
No en vano, hoy lo están despidiendo con dolor y amor, personas de todos los estratos sociales que dan testimonio de su misión pastoral-social con la que construyó y fortaleció la fe de muchas y de muchos, incluyéndome.
Seguramente ya descansa en paz, no tengo duda. Padre Becerra, ore por nosotros.
De ese tamaño fue la estatura del sacerdote chihuahuense Jesús Agustín Becerra Esparza, que se nos acaba de ir.
Que descanse en paz.
¡Excelente reportaje!
Un gran sacerdote,que dedicó mucho de su tiempo a ayudar a gente necesitada,se le recordara con mucho cariño y aprecio¡¡ Hasta siempre padre Becerra!!