“¿Cómo decirle al pobre que Dios lo ama?”.
Quien formuló esta pregunta, tan sencilla como contundente, removió la teología contemporánea y revolucionó las enseñanzas de la Iglesia, con especial relevancia en América Latina.
Se trata de Gustavo Gutiérrez, un sacerdote peruano de, entonces 41 años, que en 1969 plasmó esa frase junto con otras reflexiones en un folleto. Su título: “Hacía la teología de la liberación”.
El libro se convirtió en la obra fundamental de, precisamente, la teología de la liberación, un movimiento social y político dentro de la iglesia que propugna un papel activo de la Iglesia católica romana en la lucha contra la pobreza.
Gutiérrez, teólogo y fraile dominico, murió esta semana con 96 años en su Lima natal.
“La Provincia Dominicana de San Juan Bautista del Perú lamenta informar que el día de hoy, 22 de octubre de 2024, ha partido a la casa del padre nuestro querido hermano P. Gustavo Gutiérrez Merino”, señaló un comunicado firmado por Rómulo Vásquez, prior provincial de la orden.
Sus teorías progresistas fueron adoptadas por muchos en América Latina, pero también encontraron oposición e incluso desdén por parte de voces más conservadoras dentro de la Iglesia.
Pero aunque sus inicios estuvieron llenos de críticas, a lo largo de los años se restituyó su figura y recibió galardones como el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades (2003) junto al periodista polaco Ryszard Kapuscinski o fue nombrado Caballero de la Orden Nacional de la Legión de Honor en Francia.
Una teoría “marxista”
Para Daniel Esparza, doctor en Filosofía de la Religión por la Universidad de Columbia e investigador del Observatorio Blanquerna de Religión, Comunicación y Cultura, Gutiérrez “es una figura central en la teología contemporánea, y la teología de la liberación, la primera escuela teológica en la historia del cristianismo que podemos llamar, con propiedad, americana”.
Hasta ese momento, la teología siempre estuvo influenciada principalmente por Europa.
Con este movimiento, que empieza en los años 50 del siglo XX pero que Gutiérrez formula a finales de los 60, se habla de la religión desde una perspectiva de los pobres.
“La teología de la liberación supone una praxis que procura liberar al pobre de la pobreza estructural para que pueda experimentar la plenitud de la vida –una vida que se entiende como don amoroso de Dios. Es un proyecto sólido, bíblica y políticamente hablando”, explica Esparza.
En palabras del propio Gutiérrez en una entrevista que concedió a BBC Mundo en 2003, “la teología de la liberación nació en la segunda mitad de la década de los 60, que no eran años cómodos. Era el tiempo de la matanza de Tlatelolco en México, de la dictadura militar de Brasil, del gobierno militar de Onganía en Argentina”.
“Siempre trató de despertar la conciencia sobre los problemas”, añadió.
Pero, claro, este mensaje no gustó tanto en algunos grupos de la iglesia y en los sectores tradicionales de la política del continente americano.
Antes de convertirse en sacerdote, Gustavo Gutiérrez estudió Medicina y Literatura en Perú, para luego estudiar en Europa; en concreto, Filosofía y Psicología en Bélgica y Teología en Francia.
Allí leyó las obras del filósofo alemán Karl Marx, autor de “El capital” y “El manifiesto comunista”, esta última junto con Friedrich Engels.
Esto, junto con su visión de lo que debía ser la Iglesia en la comunidad, hizo que sus detractores a menudo dijeran que su énfasis en ayudar a los pobres se debía a que era marxista y lo tildaron de comunista.
Así, Gutiérrez y su teología recibieron críticas de una figura como el cardenal Joseph Ratzinger, que más tarde se convirtió en el papa Benedicto XVI.
El entonces cardenal temía que las “ideas marxistas” de la teología de la liberación fomentaran la rebelión y la división, e incluso las calificó como una “amenaza fundamental para la fe de la Iglesia”.
En los años posteriores a la publicación de Gutiérrez que darían forma al movimiento, muchos sacerdotes afines a una corriente radical de la teología de la liberación se unieron a movimientos revolucionarios, como los Sandinistas en Nicaragua, que derrocaron al gobierno dictatorial de la familia Somoza.
Ni los sectores conservadores de la Iglesia ni en sectores políticos lo vieron con buenos ojos.
En Estados Unidos, los años 80 empezaron con un presidente como Ronald Reagan, férreo combatiente del comunismo. Y de todo lo que, a su juicio, sonara a eso.
En el primer Documento de Santa Fe reaccionaba contra la teología de la liberación y cargaba las tintas contra ella, diciendo que la Iglesia había metido más ideas comunistas que cristianas.
Las nuevas ideas tampoco tuvieron la simpatía del papa Juan Pablo II.
“Considerando que el papa polaco fue instrumental en la caída del bloque soviético, que viese una amenaza de heterodoxia (teológica y política) en cualquier discurso que pudiese parecer ‘marxista’ era de esperarse”, mantiene Esparza.
“Sin embargo, el propio Gutiérrez nunca sintió que se estuviese ‘enfrentando’ a nada –al menos, es lo que el propio Gutiérrez decía”.
Ya cuando Ratzinger se convirtió en Benedicto XVI, incluso recibió a Gutiérrez en Roma, “como dando por enterrada el hacha” que por tantos años se sostuvo con el Vaticano.
Luego, con la llegada del papa Francisco a la cabeza de la Iglesia, se descongelaron algo más.
El padre Gutiérrez elogió al papa Francisco por hablar de “una Iglesia pobre para los pobres” y en 2018, el sumo pontífice le envió al padre Gutiérrez una carta por su 90 cumpleaños.
El teólogo y el párroco del barrio
La teología de la liberación, en palabras de Gutiérrez, “nació como una crítica hecha desde dentro, porque formábamos parte de esta Iglesia y queríamos vivir el Evangelio con autenticidad”.
Eso, como estamos viendo, le generó críticas.
“Toda innovación es siempre recibida con cierto resquemor, especialmente cuando hablamos de instituciones con al menos 2.000 años de antigüedad”, apunta Esparza.
Y para esto, da una clave importante que muestra también el personaje que fue Gutiérrez: “No es lo mismo hacer teología desde un barrio limeño sin luz eléctrica ni agua corriente que desde la biblioteca de la Universidad de Tubinga (Alemania)”.
Porque, a pesar de ser teólogo, “un intelectual consumado, fundar el Instituto Bartolomé de las Casas, ser miembro de la Academia Peruana de la Lengua y un largo etcétera, seguía siendo un cura de parroquia”, remarca Esparza.
Sus feligreses lo describen como un “hombre humilde con gran capacidad para hacer amigos”.
Compaginaba su labor de profesor y conferencista, –un “orador nato”, como pudo comprobar Esparza cuando coincidió con él en un Congreso Iberoamericano de Filosofía a inicios de los años 2000 en Lima–, con su labor de párroco, oficiante de bodas y retiros.
Félix Grández, sociólogo peruano que conoció al padre Gutiérrez en un retiro espiritual en 1978, dijo que el sacerdote irradiaba “una felicidad que provenía de hacer el bien, de su dedicación a los pobres”.
Grández le dijo a la BBC que uno de los dones del sacerdote era destilar la teología en mensajes claros que atrajeran a los jóvenes, algo que dijo haber visto hacer al padre Gutiérrez cuando ofició la boda del propio señor Grández y nuevamente la de su hija.
“Era muy conocido como teólogo, pero su forma de conectarse con la gente era hablando de ajedrez, de música tradicional, de cine y de su apoyo al club de fútbol Alianza Lima”.
Otra feligresa a la que el padre Gutiérrez casó dijo que sentía “una inmensa gratitud por su vida y todo lo que ha aportado a la Iglesia”.
Y, siempre, señalan, con humildad y los pies en la tierra. Así lo hizo durante los años que estuvo en la parroquia del barrio popular de Rímac, en Lima. Y así le contaba él mismo a BBC Mundo lo que hacía allá:
“Allí hemos colaborado con un comedor popular, atención médica, pero sin hacer ilusiones. Son cosas que hay que hacer, porque hay necesidades inmediatas, pero no hay que pensar que eso va a transformar la sociedad. Lo que hay que hacer es ir a las causas de la pobreza, y no solamente dar ‘aspirinas’ para sus efectos”.
Ideas de la Biblia
Gutiérrez siempre sostuvo que sus enseñanzas estaban lejos de ser revolucionarias, sino más bien profundamente arraigadas en la Biblia.
“Gutiérrez es profundamente tradicionalista. La narrativa bíblica es básicamente una historia de liberación sostenida. Todos los movimientos revolucionarios del mundo antiguo, incluido el cristianismo, tenían el mismo programa de cancelación de la deuda y redistribución de los derechos sobre la tierra y la propiedad. Gutiérrez simplemente toma esta tradición y la aplica a su realidad concreta latinoamericana”, relata Esparza.
El propio teólogo contó que, tras estar en Europa y regresar a Perú, encontró que la Iglesia a menudo “respondía preguntas que los fieles no se hacían”, lo que implicaba que la jerarquía de la Iglesia se había alejado demasiado de los problemas de sus feligreses, especialmente en las zonas pobres y desfavorecidas.
Sostuvo que el clero tenía mucho que aprender de los fieles de las parroquias más pobres quienes, dijo, demostraban día tras día cómo la esperanza puede surgir en medio del sufrimiento.
En su libro “La hermenéutica de la esperanza” recordó cómo había luchado contra una visión prevaleciente entre muchos fieles de la época de que “nacimos para sufrir”.
“Para muchos pobres en América Latina, su situación de pobreza es una fatalidad. Y lo justifican incluso religiosamente. Creen ver la voluntad de Dios detrás de eso (…) Lo que hay que hacer es ir a las causas de la pobreza”, dijo en declaraciones a BBC Mundo.
En la carta que el papa Francisco le escribió a Gutiérrez por su 90 cumpleaños, en 2018, le decía: “te agradezco por cuanto has contribuido a la Iglesia y a la humanidad, a través de tu servicio teológico y de tu amor preferencial por los pobres y los descartados de la sociedad”.
Y, siempre, según dicen los que le conocieron, con una sonrisa eterna en la cara. No es de extrañar que una de sus frases de vida fuera “nadie nace para sufrir, sino para ser feliz”.