Por Leonardo Boff
— La Exhortación Apostólica “Querida Amazonía”, del Papa Francisco, es un himno a la magnitud y a la belleza de ese inmenso bioma que se extiende por nueve países de América Latina. El Papa se dio cuenta como pocos de la importancia de la Amazonia para el futuro del equilibrio ecológico y de la supervivencia del sistema-vida en el planeta.
Dividió su exposición, en la cual cita a nuestros autores y poetas, en cuatro sueños: el social, el cultural, el ecológico y el eclesial. Comparto totalmente tres sueños y medio. La segunda mitad del cuarto sueño nos parece, a no pocos, más bien una pesadilla. Y explico por qué.
En el cuarto sueño, el estilo antes profético, ético, ecológico y poético desaparece. Parece como si otra mano hubiera escrito el texto y –probablemente bajo presión– ha conseguido incorporarlo al cuarto sueño, transformándolo en una pesadilla. Aquí no habla el pastor, sino el doctor, no el profeta que denuncia el sistema mundial anti-vida, sino la autoridad doctrinaria que fija una lección teológica.
¿Cuál es el propósito de toda la Exhortación Apostólica? La inculturación de la fe cristiana en el universo de los indígenas, de forma que surja una Iglesia de rostro amazónico. Tal iniciativa implica prestigiar la sabiduría ancestral, los valores, las costumbres y la forma de ser indígena. De una Iglesia-espejo de la europea, implantada por la colonización, debería surgir una Iglesia-fuente, con raíces en nuestra realidad, especialmente inculturada en los pueblos originarios de la Amazonia.
El Papa Francisco fue quien más estimuló a los participantes del Sínodo Panamazónico para que tuviesen el valor de enfrentarse a este desafío. Esa inculturación para ser real conllevaba obviamente sacerdotes casados, los “viri probati”. Los indígenas no se imaginan a un indígena célibe. El sacerdote debía ser alguien casado. Esta era una petición de las comunidades amazónicas, apoyadas por la mayoría de sus obispos y aprobada mayoritariamente por el Sínodo Panamazónico. Grande fue la decepción cuando se vio que este tipo de sacerdotes casados era rechazado por el cuarto sueño. ¿La inculturación no debería ser completa?
La argumentación para negar el sacerdocio casado se funda en una eclesiología tradicionalista y superada por el Concilio Vaticano II. Este da centralidad, primero al pueblo de Dios, y después a la jerarquía a su servicio. La misión del ministro ordenado no es la de concentrar el poder sagrado, sino la de coordinar todos los servicios, dar cohesión y presidir la comunidad. Por el hecho de presidir la comunidad, preside también la celebración eucarística.
La lección doctrinaria de la Exhortación se presenta aquí: “El carácter exclusivo recibido por el sacramento del Orden, deja sólo al sacerdote habilitado para presidir la Eucaristía; ésta es su función específica, principal y no delegable (nº 87)”. Cabe recordar que se está pensando únicamente en el sacerdote célibe. Ésta es la doctrina tradicionalista que hace del sacerdote una especie de mago solitario.
Y aquí surgen dos problemas: los fieles, según el mandato de Jesús (Jn 6,35; Lc 22,19; 1Cor 11,25) tienen el derecho divino de participar de su cuerpo y sangre eucarísticos. No se puede negar la Eucaristía a los indígenas por no permitirles tener un sacerdote casado. Un derecho humano no puede estar por encima de un derecho divino.
El segundo problema: un sacerdote puede celebrar la Eucaristía él solo pero la comunidad no puede celebrar sola la misma Eucaristía. Sin el sacerdote célibe no hay Eucaristía.
Es importante rescatar una idea antigua y moderna: no se puede imaginar una ordenación realizada en «ab–soluto», o sea, no relativa a ninguna comunidad, sin referencia con una comunidad. El canon 6 del Concilio más importante de todos, el de Calcedonia (451), consideró «inválida toda ordenación ab-soluta».
Durante los primeros mil años de cristianismo estuvo en vigor la siguiente norma: quien preside la comunidad, preside también la Eucaristía. Podía ser un obispo, un presbítero, un profeta e incluso un laico.
Solamente en el milenio siguiente, por razones políticas de disputa entre los Papas y los Emperadores, se consolidó la doctrina de la “cefalización”, según la cual todo el poder está en la “cabeza”, en el Papa y en quien él lo delegue. Sólo el sacerdote ordenado puede presidir la Eucaristía. El poder sagrado queda desligado de la comunidad. Surgió un sacerdocio «ab–soluto», y celibatario, contrariamente a lo que prescribía el canon 6 del Concilio de Calcedonia.
Tal doctrina ha sido considerada por el mayor estudioso de la Iglesia, J. Y. Congar, como dañina hasta el día de hoy. Separa a los curas célibes, de la comunidad. Pero, en realidad, actualmente ha sido superada gracias a la concepción del Vaticano II, que religa la Iglesia al Pueblo de Dios, y el sacerdote a la comunidad.
Pero lo que propiamente está en cuestión para ser ordenado es la ley del celibato, impuesta históricamente sólo en la Iglesia Católica Romana. No existe tal ley en las otras 24 Iglesias, también católicas (ortodoxa, armenia, melquita, etc), que no por eso menos católicas.
En pocas palabras: la llamada inculturación total de la iglesia en las culturas indígenas se ha truncado debido a una ley humana, occidental y sexista (celibato). Se ha frustrado así el sueño de una Iglesia de rostro verdaderamente indígena y amazónico por la imposición de una norma occidental, romana y excluyente.
La ordenación de indígenas casados llegará, pues cuando una idea se hace firme en las conciencias acaba por realizarse.
Pongo un estudio más detallado sobre el tema en mi blog (leonardoboff.wordpress.com).