Por John M. Ackerman
— El vuelco político-electoral mexicano de 2018 rompió de tajo con la narrativa pesimista que había empezado a recorrer América Latina. Las victorias electorales de Mauricio Macri (Argentina), Jair Bolsonaro (Brasil) y Sebastián Piñera (Chile), así como la traición de Lenín Moreno (Ecuador), parecían demostrar que el ciclo progresista había llegado a su fin y que los pueblos latinoamericanos tendríamos que resignarnos a un retorno al autoritarismo neoliberal.
Pero el triunfo de Andrés Manuel López Obrador inyectó nuevos aires y esperanzas al continente. Justo cuando muchos habían dado por perdido a México para la lucha progresista, nos convertimos en faro de esperanza. Demostramos que sí era posible derrotar al monstruo del fraude electoral y la intolerancia neoliberal, aun con todo el poder del Estado, la oligarquía, los medios de comunicación, los centros de poder imperial y el capital financiero en contra.
Ahora el país se ha transformado en un centro privilegiado para la articulación de un nuevo pensamiento crítico y la construcción de una renovada práctica política de izquierda. En este contexto, el pasado 7 y 8 de febrero tuvo lugar en la torre de Tlatelolco de la UNAM un importante encuentro donde se dieron cita grandes pensadores de Chile, Uruguay, Argentina, Bolivia, Brasil, Venezuela, Ecuador, Cuba, Alemania y Portugal. En ese acto, organizado por el Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad (www.dialogosdemocraciaunam.mx) y el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso, www.clacso.org), conversamos sobre los retos y las posibilidades de rescatar el ideal democrático después de décadas de vaciamiento de este concepto por gobiernos neoliberales y en el contexto actual de nuevos movimientos políticos neofascistas.
Con el acompañamiento especial tanto del gran sociólogo, jurista y filósofo Boaventura de Sousa Santos como del formidable intelectual latinoamericano y primer vicepresidente de Estado Plurinacional de Bolivia, Álvaro García Linera, nos dimos a la tarea de desentrañar el proceso histórico por medio del cual se han ido metiendo cuñas artificiales entre conceptos y prácticas que tendrían que estar juntos, como reforma y revolución, igualdad y libertad, democracia y transformación social, institucionalidad y cambio, acción política y participación social.
El gran reto de nuestros tiempos es sanear las heridas impuestas al continente por la guerra fría para tejer una nueva narrativa que recupera la unidad de las diferentes formas de lucha política y social. Tenemos que escapar de la camisa de fuerza del neoliberalismo capitalista realmente existente que ha frenado con sangre y fuego los constantes esfuerzos por romper el molde de la democracia liberal
excluyente. Los frecuentes golpes de Estado en la región (Guatemala, 1954; Brasil, 1964; Chile, 1973; Argentina, 1976; Honduras, 2009, y Bolivia 2019, entre muchos otros) tienen en común precisamente un esfuerzo secular por frenar el desbordamiento
de los procesos democráticos hacia la plena justicia social.
Una buena noticia es que la autodestrucción de la democracia estadunidense, simbolizada por la exculpación de Donald Trump por el Senado y la trituración del informe del magnate neoyorquino por la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, nos presenta una oportunidad de oro para deshacernos de los mitos de la supuesta superioridad de aquel sistema político.
Hoy queda más claro que nunca a la población en general que Washington no es ningún ejemplo a seguir y que debemos construir nuestros modelos de participación y de institucionalidad democrática desde y para el sur. Se abre una ventana histórica para descolonizar nuestro pensamiento e innovar nuestras prácticas políticas.
El muro que hoy construye Trump en la frontera con México es el equivalente histórico al muro que se derrumbó en Berlín en 1991. Así como se colapsó el bloque soviético hace casi 30 años, hoy se hace añicos el sistema neoliberal. Ello deja un enorme campo para la acción experimental y el pensamiento creativo.
La Cuarta Transformación se enmarca en este contexto global e histórico. Y el gobierno de López Obrador es claro ejemplo de la experimentación creativa que es posible en el nuevo mundo que va surgiendo de las ruinas del viejo sistema.
En México tenemos un gobierno que recupera la rectoría del Estado, privilegia a los pobres, cuestiona frontalmente la narrativa de los medios corporativos, arranca de raíz la corrupción estructural y los conflictos de intereses, y exhibe el uso faccioso de las leyes, pero simultáneamente permite el libre desarrollo de la industria privada y la prensa, defiende la institucionalidad democrática y se niega a caer en el revanchismo con una cacería de brujas.
Sigamos aprendiendo, dialogando, participando y proponiendo para, juntos, generar el nuevo pensamiento crítico y acción progresista del siglo XXI.