De la educación y otras bofetadas

Por Guadalupe Ángeles

— Terminé de leer “Ferdidurke” y una especie de alegría me invadió, de más está decir que traté de leer ese libro durante mucho tiempo, su autor Witold Gombrowicz, escritor polaco que durante 24 años permaneció en Argentina –a donde llegó a bordo de un Trasatlántico— quizá en busca de otra vida y se convirtió en toda una leyenda.

Decidí leer novela de principio a fin dejando para el final el gran prólogo de Ernesto Sábato, tampoco leí la nota introductoria del propio autor; quería ser sorprendida y vaya que lo fui, confieso que a ratos tenía que abandonar la lectura, se necesita un estado de ánimo especial para seguirle el paso. Ustedes saben, a veces uno no está para burlas, y estas no dejan de repetirse a lo largo del libro, se divide en varios apartados en los cuales lo supuestamente serio, en el campo de lo hoy conocido como Ciencias Sociales –educación, comportamiento académico, literatura o arte–, son puestos a prueba, es decir, reducidos al ridículo, pero más que el arte o la educación, de lo que se pasa pitorreándose nuestro buen Witoldo es de sus métodos; ya en uno de los tomos de sus diarios manifestó la idea que se pasea como Juan por su casa en esta novela: ¿Por qué tenemos que conmovernos con lo que, en poesía por ejemplo, nos dicen que debemos conmovernos?, ¿por qué leer a tal o cual poeta y, al hacerlo, debemos poner los ojos en blanco debido a la gran seducción que sus versos ejercen en cualquier lector?, Mentiras! Uno no “tiene” nada, uno no “debe” nada; ni siquiera empequeñecerse para aprender a amar lo que en literatura o educación se debe amar. Mentiras! ¿Dónde queda entonces lo humano real, el espíritu crítico o la simple sensibilidad personal e intransferible?

            El personaje de la novela: Pepe, es un sujeto de treinta años que es llevado a inscribirse en una escuela, literalmente secuestrado por un profesor que se asoma a leer el nuevo libro que ha escrito, y ahí empieza su aventura, se enfrenta a una posición de la que, cronológicamente, se supone había escapado hacía un par de decenios por lo menos; en ese absurdo, nos damos cuenta que estamos en tierras fértiles para la carcajada, para un autoexamen del que no saldremos limpios… y a ratos es demasiado grotesco, demasiado hiriente, así que el sarcasmo acompaña al Pepe empequeñecido o se mata, definitivamente. Logra escapar gracias a un hallazgo que ejemplifica esta otra idea del autor: La madurez adoraría sin término a la juventud si no pusiera sobre ella el pie, haciendo uso de los conocimientos adquiridos a través del tiempo para fingir que tiene algo que enseñarle a esa juventud que le arrebata y seduce.

No quiero echarle a perder la diversión a los posibles lectores, así que sólo agregaré que una vez que ha sido puesta a prueba la inteligencia del protagonista, el azar le lleva a encontrar la salida hacia el mundo adulto, pero, por desgracia, un excompañero de escuela le acompaña y es arrastrado por él hacia los campos, lejos de la ciudad donde sueña encontrar, no a la bella jovencita (de la que ya ha logrado huir Pepe), sino a un peón con quien “fra…ternizar”.

Quiere el azar, inteligentemente utilizado por Don Witoldo, que se encuentren con una tía de nuestro atribulado protagonista y ella los lleva a su finca en los campos donde los bofetones son moneda de cambio y se educa con ellos, contra ellos, para ellos.

En Ferdidurke, cara y manos, otras partes del cuerpo, se transforman en protagonistas también, en y desde el cuerpo también se ejerce el poder y se pone de manifiesto la edad de quien educa y finge o es educado y escapa por un pelo.

No sigo, sólo quiero advertir al posible lector que habrá de leer una obra tan fuera de lo común que seguro le reconciliará con ese viejo mito de la lectura que reza: Si quieres vivir muchas vidas, lee.

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Ferdidurke fue publicado por Seix Barral en la Biblioteca Gombrowicz.

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