Entrevista a Leonardo Boff. Reportaje de Annachiara Sacchi, publicado en el cuaderno La Lettura, del Corriere della Sera del 26-01-2020, reproducido por IHU on line, el 26/01/2020.
—¿Profesor Boff, está usted optimista?
En realidad, estoy preocupado. La situación en Brasil es trágica: el ultraliberalismo de Jair Bolsonaro, la extrema derecha política que hace apología de la violencia y de los regímenes dictatoriales, que exalta a los torturadores como héroes nacionales… Nunca vivimos nada semejante.
—¿Cuál es la explicación?
Detrás de eso, está el proyecto de recolonizar América Latina y obligarla a ser solamente exportadora de commodities (carne, alimentos, minerales…). Y, en esa estrategia perversa, Brasil es central.
—¿Por qué?
Porque es un país riquísimo, una reserva de bienes naturales que faltan en el mundo. Como dijo varias veces el premio Nobel Joseph Stiglitz, en los próximos años toda la economía dependerá de la ecología. Y Brasil tendrá un papel primordial en ese juego.
—¿Es difícil vivir en Brasil hoy?
Mucho. El ministro de Economía, Paulo Guedes, es uno de los “Chicago Boys”, formados en la Universidad de Chicago, que trabajaron en el Chile de Pinochet. El ultraliberalismo de derecha está haciendo una política de los ricos para los ricos, está privatizando todo. Guedes está trayendo la política de Pinochet a Brasil. ¿Y sabes por qué nadie protesta, por qué la gente no sale a la calle como está pasando ahora en Chile?
—No.
¡Porque el gobierno anunció que reprimirá cualquier protesta con el ejército! Aquí todos tienen miedo, aunque el descontento crezca. Pero dentro de las paredes de casa. Asistimos a una triste forma de inercia popular.
—En América Latina presidentes como Evo Morales y Lula cerraron su era. Ahora, nuevas fuerzas orientan la opinión pública. ¿El impulso reformista acabó?
Tuvimos gobiernos que hicieron mucho por los pobres. En Brasil, 36 millones de personas fueron incluidas en el welfare. Pero el año pasado, un millón de familias pasaron de la pobreza a la miseria. El gobierno está desmontando las políticas sociales de Lula. Estamos tratando con una élite reaccionaria y esclavista que nunca aceptó que un obrero –en el caso de Brasil, Lula, o un indígena en el caso de Bolivia, Evo Morales– llegase a la presidencia del país. Esa élite ha hecho de todo con los medios más brutales. Pero a esta ola de violencia se le está oponiendo un movimiento de grupos progresistas, de afro-latino-americanos, de indígenas. Son los brotes de una realidad que veremos. Esa es la esperanza que nutrimos.
—¿Ve usted algún nuevo líder político?
Lamentablemente no. Estamos en un momento de vacío, faltan figuras carismáticas, principalmente en Brasil. Tal vez también por culpa de Lula, gran carismático, pero que no supo formar una clase dirigente con nuevos carismas.
—Su nuevo libro en italiano, “Soffia dove vuole” (Sopla donde quiere) habla del Espíritu Santo. ¿Por qué?
Los tiempos inquietantes que estamos viviendo exigen una reflexión seria sobre el Spiritus Creator.
—Que quedó al margen de la teología.
Eso no es cierto. Existen estudios grandiosos sobre el Espíritu, desde el de Yves Congar hasta el de Jürgen Moltmann, en diálogo con el nuevo paradigma cosmológico. Pero lo que podemos decir es esto: el Espíritu Santo ha estado casi siempre al margen de la jerarquía eclesiástica. Y con razón.
—¿Cómo es eso?
La jerarquía está orientada hacia “áreas” como el poder, el orden, los dogmas, el derecho canónico, en una condición constante de autorreferencia. Son todos aspectos que sirven para mantener el statu quo y que tienen su razón de ser, no niego eso. Del mismo modo, sin embargo, ellos no pueden ser predominantes. El Espíritu es más carisma que poder, más movimiento que estabilidad, más innovación que permanencia. Él sigue una lógica diferente a la de la jerarquía de la Iglesia. Por eso, casi todos los predicadores del Espíritu Santo fueron marginados o perseguidos. Los hechos confirman eso. Mi libro juzgado en 1985 por la Congregación para la Doctrina de la Fe (cuyo prefecto era Joseph Ratzinger), se titulaba Iglesia: carisma y poder. En Roma sin embargo lo leyeron como “Iglesia: carisma o poder”. Por esa confusión, me condenaron.
—¿En vez de eso, que es lo que usted quería decir?
Yo quería crear un equilibrio entre carisma y poder. Pero ese equilibrio debe comenzar por el carisma. Si se comienza con el poder, se corre el riesgo de que este sofoque al carisma. En vez de eso, si se comienza con el carisma se impide que el poder sea ejercido de forma autoritaria, se le imponen límites, y se le obliga a ser poder-servicio y ponerse al servicio de la comunidad.
—¿Cuál es el papel del Espíritu Santo hoy?
Estamos en un momento histórico, el Antropoceno, en el que las bases que sustentan la vida y la Tierra han sido profundamente atacadas. O cambiamos o morimos. El Espíritu es Spiritus Creator, Spiritus Vivificans. Sólo el Espíritu puede restaurar el equilibrio destruido por la voracidad del hombre. Sólo con el Espíritu es posible superar el Antropoceno y llegar al Ecoceno, a una sociedad sostenible, vital, abierta a la convivencia de todos con todos donde lo ecológico ocupará la centralidad. De ahí, ecoceno.
—¿Por qué, en su elaboración teológica, usted insiste en enfatizar el papel de la ciencia?
No es posible hacer una teología actualizada sin un diálogo profundo con la nueva visión del mundo proveniente de las ciencias de la vida, de la Tierra, del cosmos. Esa lectura tiene ya un siglo, pero no es hegemónica. Son pocos los teólogos que han aceptado este desafío.
—¿Por qué?
Porque obliga a estudiar ciencias diferentes: la física cuántica, la nueva biología, la astrofísica, la teoría del caos y de la complejidad. Después de tal camino, digo esto por experiencia, es más fácil hacer teología, porque con esos datos, Dios aparece inmediatamente como la energía misteriosa y amorosa que sustenta todo y que lleva adelante todo el proceso cosmogénico. La categoría teológica del Espíritu Santo es más adecuada para esa nueva forma de teología.
—¿La conciencia ecológica qué tiene que ver con el Espíritu Santo?
El principal objetivo de mi libro es afirmar que el diálogo con la ecología y con la nueva cosmología nos obliga a cambiar el paradigma. El paradigma de la filosofía y de la teología occidentales es de raíz griega, esencialista, basado en naturaleza, sustancia, esencia y otros términos semejantes que pertenecen al área de la permanencia, de la estabilidad. En vez de eso, cuando se habla de Espíritu, todo es dinamismo, innovación. Hay que cambiar la forma de pensar a Dios, la historia, la Iglesia. Dios es dinamismo de tres personas divinas en comunicación entre sí y con la creación.
—¿Teología de la ecología, entonces?
Yo he tratado de hacer una teología con un nuevo horizonte de comprensión. El mismo que el Papa Francisco indica en la encíclica Laudato si’: todo es relación; nada existe fuera de la relación. Poéticamente Francisco escribe: “El sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión: el espectáculo de sus incontables diversidades y desigualdades significa que ninguna criatura se basta a sí misma. Ellas existen solo en dependencia unas de otras, para completarse mutuamente en el servicio de unas a otras”. La tesis de la ecología es precisamente esta: todo está conectado para formar la gran comunidad de vida, el todo de la naturaleza y del universo. Y este modo de pensar corresponde a la naturaleza del Espíritu Santo.
—¿Le parece a usted que la Iglesia católica está lista para aceptar estas reflexiones suyas?
La situación es diferente en cada país, pero en todas partes faltan profetas. Con Wojtyla y Ratzinger asistimos al retorno de la gran disciplina, vimos una Iglesia cerrada en sí misma, preocupada con la ortodoxia, atenta a combatir enemigos como la modernidad, las nuevas libertades. Y, sobre todo distante del pueblo, con una teología erudita pero pobre en innovación y una liturgia ajena a la sensibilidad moderna.
—Mientras que ahora…
Con el Papa Francisco surge otro tipo de Iglesia, abierta como un hospital de campaña, donde la centralidad no es tanto la ortodoxia, sino la pastoral del encuentro, de la ternura, de la convivencia. Para el Papa Francisco las doctrinas son importantes, pero lo más importante es entender que Cristo vino para enseñarnos a vivir los bienes del reino como el amor incondicional, la misericordia, la solidaridad, la compasión por quien sufre, por los últimos en total apertura al Padre de bondad y misericordia.
—¿Mensaje recibido?
No siempre. Muchos católicos tradicionalistas no se han dado cuenta de que estamos ante otro tipo de papa, menos doctor y más pastor en medio de su pueblo. Un papa que lleva menos los símbolos paganos de los emperadores romanos y más la sencillez de un párroco de aldea, sencillo humilde, amigo de todos. Un hombre que viene de lejos, por eso es libre. Si no fuese así, ¿por qué el nombre de Francisco? Sería una contradicción pensar en San Francisco de Asís en un palacio pontificio. Pero tenemos a Francisco de Roma que vive y come con todos los demás, no él solo.
—¿El aumento de las protestas públicas en la Iglesia contra el Papa Francisco le preocupa?
No me preocupa, porque no le preocupa. ¿Cómo sé esto? Un amigo suyo Carlo Petrini, con el cual el Papa le gusta dialogar por que es agnóstico y que me visitó aqui en Petrópolis-Rio. Reveló que el papa duerme desde las 21h30 hasta las 5h30 como un tronco, bebe su mate y lleva adelante, franciscanamente, su misión, con una irradiación mundial en sentido religioso, ético y político. Nos conocemos desde 1972. Intercambié con él algunas cartas sobre temas de ecología y sobre el Sínodo para la Amazonia de octubre pasado.
—¿A propósito, qué espera usted de la exhortación apostólica pos-sinodal de Francisco, que se espera en breve?
Algo bueno. Sobre todo sobre la defensa del rostro indígena de la Iglesia y sobre las mujeres. En mis cartas le pedí que hiciese un gesto profético sin pedir nada a nadie, como hizo Juan XXIII cuando convocó el Concilio Vaticano II.
—¿Qué gesto?
Ordenar a las mujeres.
—¿Y le respondió?
Me gradeció la carta sin comentar nada.
—Usted dedica su libro a las mujeres
Yo digo que la primera Persona divina en entrar en este mundo, o en irrumpir en el proceso de la evolución, no fue el Hijo, como dice la Iglesia. Fue el Espíritu Santo. Esto está muy claro en el texto de Lucas: “El Espírito vendrá sobre ti… y te cubrirá con su sombra”. Hice una búsqueda de meses en patrología: no hay ningún rastro de la centralidad del Espíritu. Ni siquiera en los grandes teólogos. De acuerdo con una lectura predominantemente masculina, prevalece el Hijo. Pero el Hijo vino después de la aceptación (“fiat”) de María, por lo tanto después del Espíritu. Y digo más aún: el Espíritu asumió a María, la divinizó. En el proyecto del Altísimo, hombre y mujer son igualmente divinizados. Forman parte de Dios.
—Hoy la teología de la liberación es ecoteología, teología feminista, teología afro. Los pobres siguen siendo muchos y oprimidos. ¿La teología de la liberación tiene todavía un largo camino por delante?
La existencia de los pobres, de los oprimidos me hace pensar siempre en Jesús, en San Francisco y en tantos otros que tuvieron misericordia de ellos. Mientras existan pobres, especialmente en la medida en que su número aumenta, más necesaria se hace una teología de liberación. Es la situación actual en todo el mundo.
—Le acusaron de ser pro-marxista.
Marx nunca fue padre ni padrino de la teología de la Liberación, como insinuaban los dictadores latinoamericanos. Pero hoy, más que nunca, la teología de la liberación es urgente. El ejército de los pobres ha aumentado terriblemente. Si la teología, sea la que sea, no toma en serio la situación actual difícilmente se librará de la crítica de cinismo y de irrelevancia histórica. Es preciso leer los signos de los tiempos. El Espíritu nos invita a tomar una posición del lado de las víctimas, de aquellos que el sistema imperante ha hecho invisibles.