Por Guadalupe Ángeles
—Terminé de leer “La memoria donde ardía” de la escritora mexicana Socorro Venegas, publicado por Páginas de Espuma, qué fascinación por su lenguaje, por sus historias, por la fuerza de sus personajes.
Si toda Alma tiene sus secretos y va vestida con ellos, aquí la vemos desnuda; ese ser etéreo y casi desconocido que, a pesar de ello, permea todos nuestros actos se pasea por estas páginas altivo y seguro, utilizando palabras entrañables para hablar de crueldades cotidianas (¿existe alguna más grande que la muerte?).
No en vano algunos especialistas han dicho que “hay que vivir como sí”, suponen que tal conducta nos aparta de la desesperación más plena, de enloquecedoras tierras de nadie donde sólo es posible aullar; pues sin ese “como sí”, la única respuesta ante la muerte sería la insania más inescrutable y negra.
Este libro demuestra, en su factura intachable, que el alma puede ser usada como un mapa, sólo hay que dejarla secar un poco luego de transitar naufragios. Y ese mapa que parece dibujado sobre delicada piel de libélula, es, no obstante, resistente como acero, sólo basta consultarlo con valentía, con mirada inclemente, sin velos, seguir los caminos señalados en ese mapa, tal travesía, siento, trajo a nosotros la escritura que, en estos relatos, recupera su sagrado destino: Decir qué es un ser humano.
Agradezco a la mirada de Socorro Venegas transcribir a lenguaje conocido y cierto, los territorios descritos en ese mapa siempre necesario, pues siempre es necesario poder leerse en espejos diáfanos para recordar que somos, humanos, mierda y maravilla.