Cuento: Los actos de una madre enemiga

Por Araceli Loya y Jesús Chávez Marín

Claudeth mira en la televisión a su madre, en el canal 44; anoche fue detenida por secuestro y hoy es presentada por el ministerio público ante los medios; sale vestida de hombre y trata de ocultar el rostro con una cachucha beisbolera que le cubre la melena despeinada. Es la madre y también es la enemiga desde siempre, desde el más antiguo recuerdo.

Cuando Claudeth tenía 10 años, fue violada por el esposo de esa mujer; en vez de protegerla y denunciar al padrastro perverso, la regañó mucho, la llevó con un brujo para que la curara del susto y luego la mandó a Ciudad Juárez, para poner distancia.

La dejó encargada con un tío y su esposa, donde la niña empezó a vivir un poco mejor que en Roswell, pues su tía le fue tomando cariño y la cuidaba. Pero un año después regresó por ella, para llevársela de nuevo, no sin advertirle que no se le volviera a insinuar a su esposo, como si la inocente criatura hubiera sido la provocadora de aquel ataque brutal.

La niña vivía angustiada en aquel ambiente, y aunque era buena estudiante, su conducta era tensa y tuvo algunas dificultades en el trato con los compañeros; la psicóloga de la escuela le hizo algunas entrevistas, el trauma de la violación salió a flote.

La madre fue citada por las autoridades escolares; hizo mil promesas de enmienda, pero no aceptó la sugerencia de denunciar la violación. Al contrario, enfurecida se llevó de nuevo a Claudeth a Ciudad Juárez, pero esta vez no la encargó con el hermano, sino que la encerró en una casa vieja que tenía en la colonia La Chaveña, ahora sí de plano abandonada a su suerte.

A los pocos días, Claudeth logró escapar y anduvo por las calles, buscando comida y tratando de ganarse la vida como Dios le dio a entender. En las tardes regresaba al barrio y entraba de nuevo a la casa por donde se había escapado, por la ventana del baño. Una de esas tardes, una vecina suya la miró llorando sentada en la banqueta y se acercó. Casandra era muy hermosa, y solo dos años mayor; con el permiso de su madre la llevó a vivir a su casa y se hicieron amigas.

Casandra frecuentaba por las noches el Giberts, un bar muy animado donde pasaba de todo. Al poco tiempo empezó a invitar a su nueva amiga, quien a pesar de sus pocos años resultó espectacular; el dueño del bar se encaprichó con Claudeth y ya no le permitió ganar su dinerito, la quería en exclusiva.

Era un norteamericano que prácticamente la tuvo secuestrada varios años hasta que el bar quebró y pudo escapar de nuevo.

En su libertad conoció a un hombre bueno, quedó embarazada y tuvieron una hija. Vivían felices hasta que a la madre de ella se le ocurrió la idea de exigir en el DIF la custodia de la niña, alegando la vida desordenada de la pareja, nada más para perjudicarla.

Claudeth vivió un nuevo calvario para recuperar a su niña, quien ahora vivía en Roswell con su abuela desalmada; pasaron años para recuperarla y devolverla a ciudad Juárez con ella, pues luego del juicio civil le otorgaron la custodia plena. Pero la madre era aferrada. Aprovechó un viaje de la hija a Mazatlán y secuestró a la nieta, sin avisarle a nadie.

En todo Ciudad Juárez circularon volantes y carteles de la niña perdida, a Claudeth la entrevistaban en los periódicos y en programas de televisión y radio, hasta que la policía ubicó a la niña en Estados Unidos, donde la tenía escondida la malvada señora. La misma que ahora su hija mira en la televisión con lágrimas en los ojos, apenas puede creer que esa mujer tan retorcida sea su madre, quien la trajo al mundo y le ha hecho más perjuicios que esta ciudad a veces tan tenebrosa y violenta donde ahora vive.

 

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