Por Ernesto Camou Heay
El pasado martes 12 de marzo, nos sorprendió la llegada de una primavera un tanto apresurada y sin respeto a las formas: Decidió no esperar una semana hasta el equinoccio y nos regaló una jornada espléndida: El Sol estuvo radiante pero prudente, nos dio una luminosidad intensa más no atosigante, nos regaló un cielo de un azul esplendoroso y todo el día corrió por calles y campos un vientecillo fresco que nos animaba a caminar por parques y veredas y a sonreír a la vida y a los transeúntes con los que compartíamos el paseíllo. En el desierto circundante los Paloverdes comienzan a presumir un color amarillo impetuoso que anuncia el cambio de estación y festejan el fin del invierno.
Pero en este Noroeste mexicano la primavera es irremediablemente una fracción, un poco más amable, de la estación de secas. Por acá los aguaceros se concentran en los meses de julio y hasta septiembre, y no son demasiado frecuentes, con cuatro o seis buenos chaparrones cada mes del verano, nos sentimos satisfechos; al fin del año solemos tener las lluvias invernales, que llamamos “equipatas” y que consisten en un chipi chipi gozozo que moja potreros y cultivares y desemboca en un periodo reseco que puede durar desde enero hasta junio, o quizá julio.
Los campesinos llaman a estos meses la “temporada”, un periodo en que se trabaja más duro para sostener al ganado, pues en el campo escasea el pasto. Son meses difíciles, atareados y pesados, que terminarán cuando vuelvan las lluvias, hasta el mes de julio. Los habitantes de las ciudades poco reconocen estos meses de “temporada” que sus abuelos percibieron y aguantaron, pero sí viven las consecuencias: se agudiza la escasez de agua precisamente cuando las altas temperarturas la tornan más necesaria. Se hacen tandeos en el servicio, y la recepción del líquido se reduce a unas pocas horas cada jornada. Es el modo urbano de vivir la “temporada”.
Gozamos una primavera adelantada, pregonada y optimista que nos mueve con su regocijo meteorológico a disfrutar la existencia pero que suele ser de muy corta duración, pues antes de la llegada del solsticio de verano, ya estarán instalados calores y termómetros que rebasarán con facilidad la cota de los 40°C. La Primavera, cuando aparece, dura unas pocas semanas, y da paso a un estío que logra ser ardiente casi medio año.
Ahora bien, en este 2024 prevemos un verano especialmente complejo, pues a las altas temperaturas que se anuncian, se están añadiendo los fragores de las campañas políticas que se advierten difíciles y hasta desagradables: Algunos contendientes parecen ceñirse más a falsedades y siembras de odio que a propuestas que apelen a la razón y la necesidad urgente que tenemos los mexicanos de acceder a una buena vida, compartida por las mayorías.
La semana próxima tendremos el equinoccio de primavera, esa fecha en la que la luz solar dura lo mismo que la oscuridad, y que marca el inicio de la estación que nos llegó un tanto acelerada, como con la urgencia de instaurar un clima de bienestar y buena voluntad que contrarreste los llamados necios al juego sucio que pretenden impedir el ejercicio de una democracia que debería apelar a la razón, corresponsabilidad y diálogo inteligente.
Pero en este año pleno de efervescencia política, a los rigores de la “temporada” y la sequía, se añaden las acusaciones de algunos candidatos y sus asesores que sólo calumnian y se alejan de la civilidad. No resulta legítimo repetir acusaciones sin fundamento, en vez de delinear programas y propuestas. Parece incompatible la petición del aval en las urnas con discursos endebles y sin sustento en la realidad.
Poco se puede esperar de quienes parten del engaño y el chanchullo para intentar ser electos: Ya esa actitud los muestra deshonestos y manipuladores con aquellos a los que aspiran a servir: No parecen dignos de confianza; ni de compartir la primavera, añadiría…