Llevamos una semana de este 2024 y hemos repetido, con cortesía al menos, el deseo de un feliz año a colegas, familiares y conocidos. Pedimos, a veces de manera un poco mecánica, que nos vaya bien en los doce meses siguientes, que tengamos prosperidad, que gocemos de paz y tranquilidad con quienes nos rodean.
Son buenos deseos, quizá sinceros en la mayor parte de las veces. Se trata también de una frase hecha, de cajón, quizá poco pensada y menos sentida, más un protocolo que una bendición en el sentido de “buen decir”.
Pero todos aspiramos a tener un buen vivir, a estar razonablemente contentos y experimentar una mejoría en nuestras vidas, incluso lograrla no individualmente sino en grupo, ya sea de amigos, familia o Nación…
Conviene pensar qué implica esta aspiración, en lo particular y también en lo comunitario. Una de las frases repetidas incluye la prosperidad, que nos remite al ámbito de la economía: Que no suframos escasez, que tengamos lo necesario para vivir y convivir en paz, sin excesivas preocupaciones por conseguir alimento, abrigo y tranquilidad cotidiana.
Si me preguntaran cómo entiendo tan magnífica pretensión lo resumiría en que haya trabajo y que sea remunerado de una manera justa y humana. Quisiera que la mayoría pudiera tener empleos válidos y positivos, para ellos y la sociedad. Eso resulta urgente en el contexto del neoliberalismo que sufrimos de los 80, y que fijó cada año el salario mínimo por debajo de la inflación y redujo a niveles de pobreza extrema las remuneraciones de una mayoría de los mexicanos: Ahí está la explicación de la huida multitudinaria al país vecino y también las causas de la inseguridad: Son demasiados quienes no tienen oportunidad de conseguir el pan y el cobijo en ocupaciones legales.
Por eso la voluntad del actual Gobierno de ajustar significativamente los salarios mínimos y conceder a personas de la tercera edad un complemento a su pensión, si es que la obtuvieron, es justicia remunerativa, pues les restituye un poco de lo que no obtuvieron durante las últimas décadas que laboraron con jornales exiguos.
También es una estrategia necesaria para revitalizar el mercado interno después de años de hostigarlo con sueldos a la baja, medida que logró deprimir la capacidad de compra de muchísimos mexicanos y exacerbó una polarización económica y social que los gobiernos de los últimos 40 años desdeñaron y pretendieron ignorar.
Si se va logrando mejorar la vida de la mayoría, se podrá entonces intentar edificar una armonía social que nos urge: Poder volver a transitar por el País sin temor a asaltos y secuestros; conseguir asistir a reuniones o espectáculos y volver a casa por la noche con la confianza que no sufriremos agresiones. En un tiempo razonable esperamos se consolide una mayoría más informada y activa, capaz de analizar y criticar los gobiernos y sus propuestas, y de votar por los que consideren más adecuados. Con un pueblo más vigorizado y consciente, se podrá ir suprimiendo, y castigando, la corrupción endémica que el País ha padecido desde antiguo. Eso nos tornaría más satisfechos, sin duda.
Tener una clase media vigorosa nos permitiría aspirar a más y mejor educación para todos: Habría más libros, más escritores y pensadores que vivan de su oficio, más y mejores dramaturgos, actores y público, y consumidores que disfruten y aprendan con las lecturas, películas y oferta escénica.
Todo eso se podrá lograr si se consolida un estrato social medio, bien educado, con empleo bien retribuido y con posibilidad de participar activamente en la cultura, lo social, la política y el entretenimiento ingenioso y comprometido.
Y es un deseo para el año y para la vida. Es un esbozo de trabajo que pueda transformar la política, la economía y la sociedad toda, a mediano plazo. Es un buen deseo, apremiante y que debe ser viable; se lo debemos a nuestros hijos y nietos…
CV: Ernesto Camou Healy es doctor en Ciencias Sociales, maestro en Antropología Social y licenciado en Filosofía; investigador del CIAD, A.C. de Hermosillo.
e.camou47@gmail.com