Por Leonardo Boff
Cuando llega el fin de año es costumbre hacer balance del año, en sus luces y sombras. Esta vez renunciamos a esta tarea y nos preguntamos algo verdaderamente radical: ¿cómo será el fin de todas las cosas?
Sabemos, más o menos, cuándo comenzó el universo, hace 13.700 millones de años. ¿Podemos saber cuándo terminará, si es que termina? La respuesta depende de la opción de fondo que asumamos. Dos tendencias predominan hoy en las ciencias del universo y de la Tierra: la visión cuantitativa y lineal y la visión cualitativa y compleja.
El primero otorga centralidad a la materia visible (5%) y oscura (95%), a los átomos, los genes, los tiempos, los espacios y la tasa de desgaste energético. Entiende el universo como la suma global de los seres realmente existentes.
La segunda, cualitativa , considera las relaciones entre elementos, la forma en que se estructuran los átomos, los genes y las energías. No basta con decir: este televisor está formado por tal o cual elemento. Lo que caracteriza a un televisor es su organización, conectada a una fuente de energía y captura de imágenes. En este entendimiento, el universo está formado por el conjunto de todas las relaciones.
Cada una de estas opciones se basa en algo real y no imaginario y proyecta su visión del futuro del universo.
La visión cuantitativa dice: estamos en un universo, como un sistema cerrado, aunque en continua expansión y equilibrado por las cuatro fuerzas fundamentales: la gravedad, la electromagnética, la nuclear débil y la fuerte. No sabemos si el universo se expande cada vez más hasta diluirse por completo, o si llega a un punto crítico y luego comienza a retraerse sobre sí mismo hasta el punto inicial, extremadamente denso de energía y partículas concentradas. Al big bang inicial (gran explosión) se le opondría el big aplastamiento terminal (el gran aplastamiento).
Nada impide, sin embargo, que nuestro universo actual sea la expansión de otro universo anterior que se retractó. Sería como un péndulo, oscilando indefinidamente entre expansión y retracción.
Otros plantean la hipótesis de que el universo no conoce ni expansión total ni retracción completa. Latiría como un corazón inconmensurable. Pasaría por ciclos: cuando la materia alcanzara un cierto grado de densidad, se expandiría, cuando, por el contrario, alcanzara un cierto grado de refinamiento, se contraería en un perpetuo movimiento de ida y vuelta sin fin.
En cualquier caso, dice esta comprensión, basada en la cantidad, el universo tiene un fin inevitable debido a la ley universal de la entropía. Según esta ley, las cosas se desgastan imparablemente: nuestras casas se deterioran, nuestra ropa se deshilacha, gastamos nuestro capital energético hasta agotarlo y entonces moriríamos. Las galaxias se descomponen en inmensas nebulosas, nuestro Sol, en 5 mil millones. años habrá quemado todo el hidrógeno y luego, durante otros 4 mil millones de años, todo el helio. En este siniestro suceso, habrá quemado todos los planetas a su alrededor, incluida la Tierra. Y su fin será una enana blanca, es decir, todos, el universo, la Tierra y cada uno de nosotros, nos dirigimos hacia la muerte térmica, un escenario de oscuridad, en un espacio prácticamente vacío, permeado por unos pocos fotones perdidos y neutrinos. Un colapso total de toda la materia y toda la energía. Un final desafortunado de todas las cosas.
¿Pero es ésta la última palabra, aterradora y sin esperanza alguna? ¿No existe otra lectura posible de la evolución del universo que responda a nuestro deseo de vivir y de que todo siga existiendo?
Sí, existe esta lectura, basada no en cantidades, sino en las cualidades del universo, que han salido a la luz gracias a los avances de las diversas ciencias contemporáneas. Produjo tres mutaciones que cambiaron nuestra visión de la realidad y su futuro.
La primera fue la teoría de la relatividad de Einstein, combinada con la mecánica cuántica de Heisenberg y Bohr. Nos hacen entender que materia y energía son equivalentes, básicamente todo sería energía siempre estructurada en campos, siendo la materia misma una forma de energía condensada. El universo es un juego incesante de energías, irrumpiendo desde la Energía de Fondo (vacío cuántico o Abismo que origina todo lo que existe), y en permanente interacción entre ellas, dando origen a todos los seres.
El segundo, derivado del primero, fue el descubrimiento del carácter probabilístico de todos los fenómenos. Cada ser representa la realización de una probabilidad. Pero aun así es así, sigue conteniendo en sí otras innumerables probabilidades que podrían salir a la luz. Y cuando salen a la superficie, lo hacen dentro de la siguiente dinámica: orden-desorden-nuevo orden. Así, la vida habría surgido en un momento de alta complejidad de la materia, lejos del equilibrio (en situación de caos) y que se autoordenaba, inaugurando un nuevo orden que ganaba sostenibilidad y capacidad de autorreproducción.
La tercera, la ecología integral, capta y articula los niveles más distintos de la realidad, viéndolos como emergencias del único e inmenso proceso cosmogénico que subyace a todos los seres del universo. Tiene un carácter sistémico, panrelacional y está abierto a formas cada vez más complejas y ordenadas, capaces de llevar a cabo significados cada vez más elevados y conscientes. Esta sería la flecha del tiempo y el propósito del universo: no simplemente dar la victoria a los más fuertes (los adaptables de Darwin) sino también realizar virtualidades para los más débiles (Swimme).
Estos tres aspectos nos ofrecen otra visión del futuro de la vida y del universo. Ilya Prigone mostró la existencia de estructuras disipativas , que disipan la entropía, en palabras más simples, que transforman los desechos en una nueva fuente de energía y de diferente orden. En este entendimiento, el universo aún está en génesis, ya que no acaba de nacer. Es abierto, autoorganizado, creativo, se expande creando espacio y tiempo. La flecha del tiempo es irreversible y viene cargada de propósito. ¿A donde iremos? No sabemos. Se sugiere que hay un Gran Atractor que nos atrae hacia él.
Si en el sistema que privilegia la cantidad y el sistema cerrado predominaba la entropía, aquí en el sistema abierto que enfatiza la calidad funciona la sintropía, es decir, la capacidad de transformar el desorden en un nuevo orden, el desperdicio en una nueva fuente de energía y de vida. , por ejemplo, casi todo lo que existe en la Tierra nos llega a partir del desperdicio del sol (los rayos que emite).
Esta visión es más coherente con la dinámica interna del universo mismo. Avanza creando el futuro. La vida busca perpetuarse en todos los sentidos. Nuestros deseos más permanentes son vivir más y mejor. La muerte misma sería una invención inteligente de la vida misma para liberarse de los límites espacio-temporales y poder continuar en el juego de relaciones entre el todo y el todo, abriéndose a un Futuro absoluto.
Por eso la vida atraviesa el tiempo hacia la eternidad para continuar su trayectoria de futuro y expansión. En una visión teológica, a la Teilhard de Chardin, aquí es cuando implosionaremos y explotaremos en la Realidad Suprema, originadora de todos los seres. Todos los seres conocerán su fin, no como un fin sino como una meta alcanzada. ¿Cuál es el fin de todas las cosas? Alcancen su fin y su plena realización y así caigan en los brazos de Dios-Padre-y-Madre y vivan una vida que ya no conoce la entropía, sólo el futuro siempre abierto y sin fin.
Y entonces será el Ser puro en el risueño esplendor de su gloria.
Leonardo Boff escribió ¿De dónde vino? El universo, la vida, el espíritu y Dios, Animus/Anima, Petrópolis 2022; con el cosmólogo Mark Hathaway, El Tao de la liberación: una ecología de transformación , Orbis Books, NY, Vozes, Petrópolis 2010.