Por José I. González Faus*
—Respetado señor Presidente:
Durante años he deseado que llegara Ud. a la presidencia de ese país tan querido para mí. No sé si eso me autoriza a manifestarle ahora mi decepción por esa medida artificial de reclamar al rey de España que pida perdón por la barbarie cometida por los españoles en tierras mexicanas…. ¡hace 500 años!
No pretendo defender al rey: no tengo demasiada simpatía por las monarquías aunque el dilema monarquía-república me parece, en momentos como los presentes, una cuestión distractiva: prefiero una monarquía como la inglesa a una república como la turca….
Tampoco pretendo negar que hubo un genocidio. Lo he reconocido en otros muchos sitios. Y no me vale el argumento del gobierno español de que “eran otros tiempos”: porque también en aquellos otros tiempos hubo voces que denunciaron la inmoralidad de la conquista. Solo quisiera comentarle estas cuatro cosas:
La maldición de la Malinche
1.- A la hora de emitir juicios de culpabilidad es necesario concretar al máximo el sujeto de esa culpa. Y bien: Todos aquellos genocidas son los antepasados de Ud. No son antepasados de quienes intentamos hoy luchar en esta España difícil. Ese mal trato a los indios siguió después de la independencia, manejado por los criollos que ya no eran españoles. Ud. conoce sin duda aquella hermosa canción: “la maldición de Malinche” que evoca la inocencia indígena y la crueldad de los llamados “descubridores”. Y luego continúa : “hoy, en pleno siglo veinte, nos siguen llegando rubios y les abrimos las puertas y los tratamos de amigos. Pero si llega cansado un indio de andar la sierra, lo humillamos y lo vemos como un extraño en su tierra”. Si las cosas son así, mucho temo que sea Usted, y no el rey de España, el que debe pedir perdón a los indios, para rehacer la convivencia.
Primera misa en América, hace 525 años
2.- Si de algo debemos pedir perdón los españoles es de haber silenciado y denostado a figuras eminentes como Bartolomé de las Casas, Antonio de Montesinos y decenas de obispos y religiosos que no solo denunciaron la barbarie de la conquista, sino que intentaron salvar todo lo posible de aquel desastre. Gracias a ellos se han conservado, bien que mal, las lenguas indígenas (que, por ejemplo en EEUU, han desaparecido casi por completo). No sé si conoce Ud. nombres como A. de Valdivieso, T. Mogrovejo, Marroquín, o Juan de Zumárraga y el tata Vasco ahí en su país, y otros mil que encontrará en la ya vieja tesis doctoral de Enrique Dussel, un argentino que al menos hasta hace poco residía ahí en México. Todavía hoy, la mayor autoridad académica en lengua guaraní, no es un paraguayo sino un religioso mallorquín (Bartomeu Meliá) enviado al Paraguay hace unos sesenta años.
Perdón por el tráfico de esclavos
3.- Creo en cambio que, no solo España, sino toda Europa debe pedir perdón a África por el tráfico de esclavos (que defendieron las izquierdas de entonces, por razones económicas) y por el reparto de África que nos hicimos en el s. XIX. Pero si hago esta última alusión es para poder decirle que la verdadera causa de todas las atrocidades cometidas con poblaciones indígenas de medio mundo, no ha sido una determinada nacionalidad, raza y cultura, sino la idolatría del dios Dinero que tan lúcidamente denunció Las Casas, ya en su época. Ese falso dios insaciable, que necesita sacrificios humanos y amenaza con convertir la historia en un “humanicidio”. ¿No sería mejor intentar luchar todos juntos contra él, en vez de suscitar humaredas sentimentales que nos distraen de lo que es, a la vez, más urgente y más importante?
Tumba de Franco en el Valle de los Caídos
4.- Con estas reflexiones he querido llegar a otro drama que ya no es un error particular suyo sino una lacra de todas las izquierdas de hoy. Ya no sé si es que las izquierdas son impotentes o incompetentes. Quizá las dos cosas. Pero el caso es que nuestras izquierdas (aquí y ahí) van abandonando la verdadera causa revolucionaria para dedicarse a meros actos simbólicos que no resuelven ninguno de los enormes problemas de la gente. Ese engaño me parece deleznable: en lugar de luchar contra los opresores del presente clamamos contra los opresores del pasado, y en lugar de medidas que ayuden a las víctimas de este “sistema que mata” ponemos actos inútiles que solo sirven para tranquilizar conciencias “izquierdosas” o para darnos la sensación de que hemos ganado algo. En mi país, el gobierno ha gastado dinero, tiempo y energía en sacar a un dictador que ya no existe de un lugar donde ya no está. En Cataluña, la derecha independentista reconoce ahora haber proclamada una independencia virtual, simbólica, manipulando a tante gente a la que habían prometido una independencia imposible hoy (no juzgo qué pasará mañana) que ahora les tacha de cobardes y traidores. Mientras tanto, nuestra sanidad pública sigue decayendo, la pobreza infantil asusta y Cataluña es la comunidad que menos lucha contra el cambio climático…
Y no le hablo a Ud. de la violencia impune de su país que conocerá mejor que yo, ni de la corrupción ni del genocidio que van provocando los narcotraficantes, los verdaderos genocidas de hoy. A estas cosas es a las que deberíamos dedicarnos todos con aquel dicho antiguo de “alma, vida y corazón” si queremos que sea real la gran revolución que este mundo necesita y que un país como el suyo que fue el primero en hacer una revolución, no se encuentre ahora con que está peor que antes y que la revolución solo ha servido para dar letra a unas rancheras preciosas que cantan a Pancho Villa, a Gabino Barreras (“su causa era buena: luchar por los pobres y repartirles las tierras”) y otros varios.
Izquierda y pérdida de la identidad
Mi querido señor presidente: le ruego que no tome estas líneas como un ataque personal sino como una reflexión sobre la pérdida de identidad de todas esas fuerzas de cambio que tanto necesita el mundo de hoy. Esas fuerzas que pretendió encarnar la izquierda, para desfigurarlas luego con falsas nociones de progreso, sustituyendo los verdaderos derechos de los oprimidos por los deseos de quienes estamos situados en la facción opresora. Y claro: cuando la izquierda perdió identidad, la gente acabó votando a las derechas.
Le escribo desde Jesús de Nazaret a quien intento seguir como Maestro espiritual y desde nombres como Simone Weil y Walter Benjamin que son mis referencias intelectuales. Pero sé que en América Latina hay también otros nombres que ustedes mismos parecen haber olvidado, como E. Galeano y J. C. Mariátegui el Amauta (“maestro” en quechua). Y en fin, si Ud. es cristiano (como permite sospechar el hecho de que escriba al papa) podríamos terminar rezando juntos aquello de “que resplandezca Tu Nombre de Padre y que llegue Tu reino de hermanos”. Y si no, siempre podremos cantar juntos aquello otro: “Ay maldición de Malinche, enfermedad del presente, ¿cuándo dejarás la tierra, cuándo harás libre a la gente?”.
Un saludo muy cordial.
*Teólogo jesuita español