Por Ernesto Camou Healy
Mañana domingo estaremos a once meses de las elecciones del 2 de junio del 2024. Ya pronto se nominarán los candidatos que contenderán por la grande ese día.
He sido testigo de muchas lides políticas, alguna vez ayudé a organizar una observación del proceso para impedir fraudes y dar alguna legitimidad a la contienda.
Mucho ha cambiado desde entonces, y creo que en esta ocasión hay novedades y adelantos que se incorporarán a la práctica de una democracia aún en construcción.
En la mayor parte de las elecciones de la segunda mitad del siglo 20 había un partido gobernante, el PRI, cuyo candidato, se sabía, sería electo Presidente, en unos comicios lo suficientemente “arreglados” para que dieran la impresión de democracia y libertad ciudadana.
La designación del candidato oficial iniciaba meses antes de su nombramiento. Se caracterizaba por la opacidad y secretismo de los participantes. Todos se mantenían en una silenciosa expectativa.
Fidel Velázquez resumió así la obligación de los llamados “tapados” en espera del “dedazo”, de la expresión de la voluntad del Presidente: “el que se mueva, no saldrá en la foto…” Los tapados eran aquellos que la opinión pública, los analistas y los dirigentes del “partidazo”, estimaban como posibles abanderados del PRI y, a su tiempo, relevos del Presidente.
Esto suponía que dentro del PRI había facciones que apoyaban, soterradamente, a uno u otro suspirante, y que el nombramiento era una decisión solo del Ejecutivo. Este, en cierto momento, mandaba llamar a alguno de los que manejaban su instituto y le “sugería” que el pueblo y la base del PRI, parecían inclinarse por tal o cual distinguido miembro del partido.
Esa insinuación ponía en movimiento la maquinaria y el portavoz del Presidente convocaba y ordenaba, a sus correligionarios manifestarse públicamente en favor del personaje elegido desde la cúpula.
Venía entonces lo que se llamaba “la cargada”, el tropel de simpatizantes que se agolpaban en la residencia o la oficina del seleccionado; tales multitudes recién descubrían las enormes virtudes y capacidades políticas del designado, y se lanzaban a la calle a mostrar apoyo y firme adhesión, a quien podría darles empleo y puesto por seis años más.
A su tiempo, el brillante receptor del espaldarazo del Presidente, tomaba protesta como abanderado de su instituto y se aprestaba para recorrer el País en una campaña orientada a que los electores conocieran su nombre y cayeran en la cuenta de las enormes cualidades que lo hacía merecedor de servir a la patria desde la silla presidencial.
Todo el proceso era una elaborada simulación en la que el recurrir al voto ciudadano constituía solamente el refrendo de lo que el Presidente y algunos allegados habían decidido; los votos y las urnas se manipulaban de acuerdo a las necesidades de acreditar victorias.
Esto sucedía sexenio tras sexenio y aparentaba una democracia formal, al grado que Mario Vargas Llosa lo calificó como “la dictadura perfecta”.
En este año ya los aspirantes de Morena se abrieron al electorado, renunciaron a sus puestos y están en competencia abierta y pública por conseguir la designación de su partido, mediante un mecanismo de encuestas. Algo similar sucede en la oposición en la que el proceso parece más lento, pero ya hay algunos aspirantes, todavía no demasiado definidos: Santiago Creel, panista, un hombre preparado y serio, de quien en lo personal me quejo, permitió el ingreso de los casinos al País cuando fue Secretario de Gobernación con Fox. Se menciona a Xóchitl Gálvez, también del PAN, que podría ser una candidata atractiva. Lily Tellez se ha mostrado interesada; y no se puede descartar que otros, quizá del PRI, busquen la nominación por esa insólita coalición Va por México.
Parece que caminamos hacia una democracia que funcione. Por lo pronto, este proceso es el intento más serio en décadas, de lograr que los ciudadanos expresen su voluntad y elijan con responsabilidad a su mandatario. ¡Enhorabuena!