Por Francisco Ortiz Pinchetti
Ante el sainete que se ha dado en torno a la salud del Presidente de la República, he recordado un episodio político finalmente jocoso que me tocó presenciar como reportero. Precisamente hace unos días lo relaté al grupo de amigos que mantenemos un coloquio matutino todos los viernes, a raíz de que uno de ellos, admirado colega y entrañable amigo, sufrió una afección gastrointestinal luego de comer un guiso a base de bacalao fresco.
El hecho que evoco ocurrió allá en el año 1990. Yo cubría como enviado del semanario Proceso la contienda electoral en Perú por la Presidencia de la República. Era ya la segunda vuelta. Eliminados en la primera ronda los otros siete candidatos –incluido el del partido gobernante–, participaban en la etapa final únicamente los dos candidatos punteros: el escritor Mario Vargas Llosa, del Frente Democrático (Fredemo) y el ingeniero agrónomo y profesor universitario Alberto Fujimori, del movimiento Cambio 90.
Faltaban pocas semanas para las votaciones del 10 de junio del año mencionado. La contienda en el país andino estaba en su momento de máxima expectación mundial. Se encontraban ya en Lima enviados especiales de medios de comunicación de decenas de países. El futuro Premio Nobel de Literatura (que lo recibiría en 2010) punteaba en las encuestas, pero su ventaja se reducía aceleradamente, día con día.
En ese marco, el equipo de campaña de Fujimori –su propia familia– convocó a una conferencia de prensa para dar a conocer el plan económico del candidato descendiente de padres japoneses, con el que se proponía sacar al país de la profunda crisis en que se encontraba. La cita, a las 12 del día, en el domicilio particular del propio Fujimori, en el Centro de Lima, que era de hecho su casa de campaña.
Acudimos cerca de un centenar de periodistas, que abarrotamos la estancia, las escaleras, el vestíbulo de la casa, evidentemente insuficiente. Pasaros diez, veinte, treinta minutos de espera, antes de que la esposa del candidato, Susana Higuchi (la misma que cuatro años después sería expulsada del Palacio Nacional por su marido), hiciera su aparición ante un escritorio de madera colocado en un extremo de la sala.
“Vengo a darles una disculpa”, dijo de viva voz, sin micrófono. Anunció entonces que no habría conferencia de prensa, porque Alberto se encontraba indispuesto, enfermo.
“Comió bacalao”, dijo como única explicación.
Fue evidente la molestia de los comunicadores ahí presentes, que tuvimos que conformarnos con recibir un escueto boletín de prensa impreso en mimeógrafo y distribuido por las hijas del candidato, Sachi y Keiko, en el cual sólo se reiteraba la suspensión de la conferencia de prensa “por razones de fuerza mayor”. Era evidente la decisión táctica del equipo asesor del “Chino”, como le llamaban los peruanos, de no abordar el espinoso tema económico cuando su estrategia propagandística era atacar ferozmente al candidato de Fredemo por su “plan de choque”, una serie de medidas económicas verdaderamente draconianas… pero necesarias, según expertos.
Lo mejor de esta historia fue el titular principal de solo dos palabras y entre admiraciones de El Comercio de Lima, el periódico más importante del Perú, en su edición matutina del día siguiente:
“¡Comió bacalao!”, ponía con sarcasmo el diario, a ocho columnas.
En el caso de la salud de nuestro querido Señor Presidente (conste), por cierto, me parece que se ha caído en una serie de ocultamientos, mentiras y contradicciones que la verdad no hacían falta. Ahora sabemos que en Mérida, Yucatán, sufrió un desmayo no desmayo, muy a su estilo por cierto. Que contrariamente a lo que afirmó don Adán, el secretario de Gobernación, sí se desvaneció como informó puntualmente el prestigiado Diario de Yucatán, basado en el testimonio personal del ex reportero y ahora funcionario del periódico, Joaquín Chan.
Y que el mentiroso fue el titular de Segob al afirmar el lunes pasado: “Es una absoluta mentira, no será la primera vez ni la última seguramente que… miente el Diario de Yucatán. Yo ya relaté cómo se dieron los acontecimientos”.
Adán Augusto López Hernández negó efectivamente el desmayo o desvanecimiento y el traslado de emergencia del presidente. “No hubo ningún traslado de emergencia”, dijo enfático. “No hubo ningún desvanecimiento. (…) Las malquerencias son especulaciones de algunos”.
Sin embargo, ambos hechos los confirma ahora el propio López Obrador. “Me quedé dormido”, dijo el Mandatario en su video mensaje tardío, tres días después, tras afirmar ahora sí que “como Presidente de México tengo la obligación de informarles sobre mi estado de salud…”.
“Fue una especie de váguido, hablando coloquialmente”, explicó a su modo. “Se me bajó de repente la presión”, precisó. “Sí, tuve esa situación de desmayo transitorio” (sic).
Y así cabeceó a ocho columnas, con solo dos palabras y clara intención periodística, el prestigiado y ahora difamado rotativo peninsular que en dos años cumplirá un siglo de fundado, en la primera plana de su edición de este jueves:
“Desmayo transitorio”.
Además de esas afecciones mencionadas, que por cierto no son precisamente síntomas comunes del Covid-19 y sí de una alteración cardiaca, el Presidente reconoció también que fue trasladado de urgencia en una ambulancia aérea a Ciudad de México. Desmintió así a su secretario de gobernación, a su vocero Jesús Ramírez Cuevas y hasta a su esposa Beatriz Gutiérrez Müller, que inopinadamente salió al ruedo para acusar una inexistente campaña difamatoria contra el tabasqueño. Luego arremetió como de costumbre contra quienes lo odian, dijo, “y desean mi desaparición”.
Vaya sainete. Y vaya ridículo, dicho sea con todo respeto. Tan fácil que hubiera sido decir que Andrés Manuel había comido bacalao. Bueno, o cochinita pibil. Válgame.
DE LA LIBRE-TA
CULPABLES. Hay que reconocer que la muerte del Insabi era irremediable. La situación del costosísimo mamotreto era ya insostenible. Alguien, sin embargo, debe responder por ese fracaso histórico e infame, que no sólo significó un despilfarro de 409 mil millones de pesos y un número indeterminado de muertes evitables, además de dejar desamparados a 15.6 millones de mexicanos y sin surtir 45 millones de recetas, sino que también costó tres años perdidos, ¡tres!, en un tema vital para los mexicanos. ¿No hay responsables?
@fopinchetti