Camou: “Día del niño”

Mañana es Día del niño, y de la niña también, para ser inclusivo y correcto. Parece resultar un poco innecesario celebrar a la infancia cuando todos (¿todos?) festejamos y agradecemos la presencia cotidiana y la cercanía de algunos chamacos en nuestra vida, ya sean hijos, sobrinos, nietos o vecinitos simpáticos y bullangueros.

Sin embargo, hay que reconocer que la concepción de niño no es unívoca, y persisten en muchas regiones del globo formas y maneras de concebir a los infantes que poco respetan su edad, derechos y bienestar.

En siglos anteriores el niño era un adulto pequeño, un hombrecito de escasa talla y menor fuerza, al que se empleaba en labores no tan pesadas como las de otros trabajadores, pero similar en duración y esfuerzo, con la ventaja adicional de pagarle muy poco, o casi nada. Por lo demás, en esas factorías, o estancias, la niñez era prácticamente desechable.

Y en este siglo 21 en algunos conflictos armados se reclutan adolescentes y hasta críos que apenas rebasan la decena de años. Bueno es celebrar, pero mejor tener conciencia y velar, y exigir que se respeten sus derechos a una vida digna.

Entre nosotros, hace no mucho, se consideraba al niño como incapaz de entender durante sus primeros años, y la pedagogía que muchos utilizaban era algo así como un control continuo, que a veces era represivo y regañón y otras tenía un sustrato de cariño complaciente. Y si bien el niño nace dotado de inteligencia que le permite ir reconociéndose y descubriendo su mundo reducido, y es capaz a las pocas semanas de saber que hay entidades, personas, que le acarician, dan de comer y ofrecen refugio amoroso para luego confiar en ellas, buscarlas con los ojos y reconocer su voz, muchos todavía no reconocen inteligencia en esas capacidades tan obvias.

Pero los niños van descubriendo el mundo que los rodea, lo absorben y hacen suyo, se saben tratados con amor y responden a él, y son capaces de escrutar su entorno, buscar rostros, juguetes o comida ya conocida. Son inteligentes desde bebés y así conviene tratarlos…

Pero todavía hay muchos sitios, y familias me temo, en las que priva la creencia de que son incapaces de entender, y no se les explica su ámbito, ni lo que de ellos se espera: Van creciendo sujetos a controles impuestos desde fuera, sin que se les tome en cuenta, de ahí las protestas y berrinches ante imposiciones, para ellos sin sentido.

Una forma de tratarlos como si no fuesen inteligentes es cuando empiezan a balbucear en el intento de nombrar su espacio. Con demasiada frecuencia se les enseña que el can de la casa es un “gua guá”, el pato, “cuac cuac” el dolor “tutu” y el minino “miau”, más otras palabras onamatopėyicas que sólo estorban el aprendizaje recto de la lengua, pues resulta más sencillo decir “perro”, un sonido y cuatro letras, que usar “gua guá”, dos sonidos, seis letras y un silencio. Y así, con otros “sonidos animales” de simulado palabrerío: Sólo complican el aprendizaje, obligan al infante a aprender un idioma onomatopėyico para desaprenderlo en unos meses y obligarlo a dominar otro, nuestro español cotidiano, después. Tienen que aprender dos idiomas en un tiempo récord.

Su inteligencia les mueve a explorar su medio novedoso, tocarlo, probarlo, chuparlo y entenderlo. Y lo hacen jugando, que es su forma de  crecer, aprender y dominar su territorio. Eso les permitirá moverse y encontrar formas de hacerlo suyo, familiar y sabido. Cuando lo dominen podrán expandir su horizonte y dirigirse a lo que está un poco más allá; y confiar en que pueden rebasarlo, e ir más lejos cada vez. Es el camino hacia la construcción de su yo en su mundo.

La mejor forma de celebrar a niños y niñas es reconocer su inteligencia, entenderlos, y con cariño y buen modo, apoyarlos para descubrir su entorno y apropiarse de él.

Ernesto Camou Healy es doctor en Ciencias Sociales, maestro en Antropología Social y licenciado en Filosofía; investigador del CIAD, A.C. de Hermosillo.

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