E. Camou: Incendio en Juárez

Por Ernesto Camou Healy

El pasado 27 de marzo un incendio en las instalaciones del Instituto Nacional de Migración (INM), en Ciudad Juárez, provocó la muerte de 39 personas y dejó a 27 más heridas. Se trata de un episodio trágico y reprobable puesto que todo apunta a que se hubiera podido evitar en buena medida el número de víctimas.

Si bien resultan condenables las condiciones de hacinamiento, mantenerlos bajo llave en las celdas y no permitirles la huida a tiempo, se hace imperativo investigar el desempeño de los custodios, tanto los empleados del INM como los de la empresa privada contratada para servicios de seguridad, que pueden resultar con responsabilidad criminal.

El episodio revela una cierta conducta del personal de Migración con los indocumentados que parecen ser tratados como delincuentes, que no es el caso. Sin embargo, hay que entender que es posible que entre los miles que persiguen el ilusorio “paraíso” gringo, se pueden colar integrantes de bandas centroamericanas como la Mara Salvatrucha, que resultan particularmente violentas y han estado asolando barrios latinos en Los Ángeles y otras ciudades norteamericanas. De ahí el temor y una precaución, quizá mal entendida y peor consumada.

Pero el problema inmediato tiene mucha historia. Es necesario considerar las condiciones socioeconómicas de los países expulsores, y las raíces históricas de su problemática. Estados Unidos tiene el derecho de cuidar sus fronteras; pero hay que remontarse hasta finales del siglo 19 para entender el papel de los norteamericanos en los escenarios que explican en parte la pobreza y corrupción de algunos países centroamericanos.

En 1899 se constituyó en Boston, la United Fruit Company, una asociación entre un comerciante y un ferrocarrilero, que introdujo en la región del istmo el cultivo del banano. En unos cuantos años la United explotaba miles de hectáreas y de trabajadores en condiciones de pobreza y sujeción. Para lograrlo se instalaron, sin mucho respeto, en Guatemala, Honduras, Salvador, Nicaragua, Costa Rica y el Caribe de Colombia. Para conseguir sus objetivos no dudaron en pervertir y fomentar gobiernos dispuestos a hacerse de la vista gorda frente a las depredaciones, ambientales y laborales, de la United, y forrarse los bolsillos con su indolencia.

Por varias décadas la empresa estadounidense explotó las tierras y los trabajadores de esas repúblicas a las que llamaron, con un dejo de burla, “bananeras”. Simultáneamente fomentaban la codicia y ambición de los gobernantes plegados a los intereses del capital norteamericano. La situación de los trabajadores ocasionó varias huelgas en los diversos países, que fueron reprimidas sin contemplaciones. En 1928 se desató una huelga en el Caribe colombiano, en Ciénega de Magdalena, que provocó la intervención de las autoridades y resultó en una masacre, el 5 de diciembre, de más de 2 mil trabajadores (García Márquez menciona 3 mil en “Cien Años de Soledad”), cuyos cadáveres fueron acarreados en trenes de la misma United Fruit Co.

La sombra de la compañía bananera permanece aún en la zona, y algunos de los gobiernos siguen padeciendo las estructuras corruptas que se instauraron hace más de un siglo: Es una de las variables que explican, no la única, el deseo de huir de esos países y refugiarse en la Unión Americana…

Pero muchos arribaban y solicitaban asilo, y los tratados internacionales estipulan que se les debe conceder entrada mientras se resuelve la petición, cosa que a Trump le fastidió (y Biden imitó) y usó el Título 42, que es un reglamento sanitario que permite expulsar indocumentados sin contemplación alguna, por enfermedades o epidemias, el Covid-19 en este caso, que les ha resuelto provisionalmente el problema, y lo ha trasladado a nuestro suelo.

La historia nos permite entender el problema, pero no exime de la responsabilidad sobre el maltrato a los migrantes, y menos todavía, en el caso del incendio en Juárez. Urge revisar los criterios del INM, reestructurarlo, hacerlo más eficiente y humano con quienes ingresan a nuestro territorio, y dejar de tratarlos como delincuentes.

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