Por Jesús Chávez Marín.
Me estoy acordando de Esperanza, una que fue mi novia. Es más: mi primera novia, y eso que yo ya tenía 21 años, pero estaba bien tonto para eso del amor, porque durante mi adolescencia estuve internado en el Seminario Conciliar de Chihuahua y estaba convencido de que tenía vocación para el sacerdocio. Fueron cinco años de pureza e idealismo, de los 13 a los 18. Por razones de una quiebra económica de mis padres tuve que salir, según yo por un tiempo, para trabajar y ayudar a la familia mientras se componía el barco.
Fue en esos años cuando mi tía Cachucha, cuyo nombre es María de Jesús pero todo mundo le dice Cachucha, decidió que ya era hora de que yo tuviera novia. A ella no le importaba ni entendía que yo fuera seminarista, ni que el celibato y todo eso; le parecía completamente natural que me hiciera de una novia, ya estaba bastante grandecito para que anduviera suelto.
Pensarlo y hacerlo fue todo en una, me invitó para el siguiente sábado a una fiesta de graduación donde me presentaría a una muchacha muy bonita, eso dijo, para ver si me le declaraba. Como además de ser mi tía, Cachucha era mi comadre, ya que yo era el padrino de confirmación de su hijo Miguel, mi primo chiquito, pues no tuve más remedio que acompañarla.
―Mira, Esperanza, este es mi compadre Chuy, el que te dije ―me presentó en el baile mi comadre con Esperanza, una muchacha muy alta, más alta que yo, de cuerpo robusto, ojos pequeños y cara bonita.
―Mucho gusto ―me contestó ella a mí, dándome la mano con franqueza y cierta brusquedad.
―Bueno pues, ahí los dejo ―dijo mi comadre―, y se fue a otra mesa donde la esperaba su novio; ella era viuda.
Bailé con Esperanza toda la noche, a pesar de que primero le había dicho que yo no sabía bailar. Yo te enseño, me dijo, y me condujo hacia la pista, de donde ya solo salíamos en las tandas, a tomar refrescos. Casi no platicamos nada, ella era de pocas palabras, y yo, de más pocas todavía.
A pesar de que no me gustaba, ni yo le gustaba a ella, estoy seguro de eso porque siempre me hablaba de los grandes logros de su exnovio Lalín, estrella del futbol llanero que además tenía troca, empezamos a salir cada semana, todos los viernes. Fue el noviazgo más aburrido del mundo, yo no hallaba nada qué decirle ni qué hacerle. Caminábamos tomados de la mano por las vías del ferrocarril, sintiendo el fresquecito de la tarde.
Ante mi absoluta carencia de artes amatorias, ella una vez tomó la iniciativa. Dijo que estaba cansada y se sentó en medio de las vías, me besó por primera vez en nuestro noviazgo y por primera vez en mi vida, se recostó y me pidió que me subiera arriba de ella. Allí estuvimos. Yo sentía muy ricos sus pechos ceñidos bajo mi abrazo, pero mis manos no tuvieron la decencia de tocar nada. Froté un poco, como sin querer, el pene en su vientre a través de la ropa y luego eso fue todo. Nos regresamos como si nada, la llevé a su casa.
Desde entonces, y hasta la fecha, no nos volvimos a ver.