Por Ernesto Camou Healy
La semana pasada muchos constataron que en el cielo nocturno se podía observar una larga hilera de objetos brillantes. De inmediato se les señaló, correctamente habría que afirmar, como “ovnis”, es decir, Objetos Voladores No Identificados.
Claro que dicha hilerita de cuerpos siderales se ajustaba a la definición de ovni: Nadie tenía idea de qué podrían ser, sólo que aparecían y volaban al unísono. Eran ovnis pues sólo hasta que alguien aclarara su naturaleza dejaban de ser “no identificados” para pasar a ser, digamos, platillos voladores, por ejemplo, que la palabra “ovni” se refiere a algo que vuela y no se sabe qué pueda ser. Un platívolo no es ovni, puesto que ya está identificado como un artefacto volador en forma de plato. Lo mismo sucedería si se llama “ovni” a un escuadrón de aviones que surcara a una altura descomunal: La definición le caería de perlas mientras no se constatara que se trataba de aeroplanos…
Lo que los hermosillenses observaron eran “ovnis” y lo siguieron siendo hasta que alguien explicó que se trataba de un conjunto de satélites que había sido enviados al espacio por una empresa privada llamada SpaceX que ha estado colocando en órbita estos artilugios: Se dice que ya ha estacionado alrededor del planeta unos tres mil cacharros de esos, y que planea ubicar hasta 12 mil en esta década. Con ese esfuerzo, afirman, se podrá dotar de servicios de Internet y telecomunicaciones a todo el globo terrestre… y cobrar por el servicio, por supuesto.
Quien maneja la empresa es un personaje singular, Elon Reeve Musk, nacido en Sudáfrica en 1971, que tiene las ciudadanías canadiense y norteamericana. A los 17 años Elon viajó a Canadá, donde nació su madre, para pasar luego a la Universidad de Pensilvania, donde se graduó en Economía y Física.
Musk es un personaje complejo: Combina una gran astucia en los negocios con una formación en Física que le permite visualizar las posibilidades de los hallazgos científicos más recientes, encontrar aplicaciones rentables y hacerse inmensamente rico en ese empeño. Muy joven fundó, junto con un hermano suyo, una compañía en California que se dedicaba a diseñar y manejar “software” para hacer más eficientes las computadoras personales. Cuando una empresa grande se interesó en ella, la vendió por 300 millones de dólares.
Después organizó un banco en línea que transformó en un mecanismo de compra y pago en Internet, que llamó Paypal, y que vendió en unos mil 500 millones de dólares. Invirtió en Tesla y la convirtió en la productora de vehículos eléctricos con más ventas en Norteamérica. En 2002, a los 31 años, fundó SpaceX, para fabricar naves espaciales y dar servicios de transporte por el espacio, objetivo que para la mayoría de nosotros parecería descabellado, pero que ha tenido contratos por miles de millones de dólares para trasladar carga y astronautas hacia las estaciones espaciales.
Esta trayectoria lo ha llevado, a sus apenas 52 años, a ser uno de los tres hombres más ricos del planeta, y ya planea expediciones a Marte y otros puntos del espacio sideral.
Es un visionario y un emprendedor que está planteando cambios que pueden ser irreversibles en el mundo, en nuestras vidas, y descendientes. Transformaciones que constituirán una suerte de imposición tecnológica para la humanidad que, en teoría, facilitarán el subsistir, pero no lo harán más consciente, más liberador y más humano…
Y ahora, sin pedir anuencia, está desfigurando nuestras noches, nuestro cielo estrellado inmarcesible y que ha inspirado y guiado los sueños, ilusiones, amores y utopías, nuestras y de miríadas que nos precedieron…
No quiero un cielo plagado de luminarias que impidan contemplar a Orión, el cazador, o la estrella polar y las Osas o las Pléyades, por más que así se colmen los bolsillos de Musk y asociados. Las noches y sus horizontes son míos y de todos: Me indigna que se la quieran apropiar para su lucro privado…
Ernesto Camou Healy es doctor en Ciencias Sociales, maestro en Antropología Social y licenciado en Filosofía; investigador del CIAD, A.C. de Hermosillo.