Hasta siempre, Juan Quezada


Por Jaime García Chávez

Casi cuarenta años se tardó el gobierno del estado de Chihuahua en reconocer a uno de sus más ilustres artesanos, Juan Quezada Celado, desde el día en que fue descubierto e impulsado por el norteamericano Spencer McCallum en 1976.

La reciente muerte del ceramista en un accidente automovilístico no sólo es repentina e inesperada, sino un golpe a su familia, amigos y admiradores, pero es también lamentable en muchos otros sentidos. Con él acaba una tradición, una verdadera revolución artística que detonó y que incluso impactó, para bien, la vida económica de la comunidad de Mata Ortiz, en Casas Grandes.

Con conocimiento de causa, me parece que fue siempre un hombre sencillo y sin pretensiones, a pesar de la fama y el dinero que le acompañaron tras su éxito como creador, conferencista y tallerista, no sólo en Estados Unidos sino en Europa y Japón, donde fue conocido antes que en su propia tierra.

Spencer McCallum, aunque ligado a esta historia como impulsor de Quezada y que merece textos aparte, falleció hace apenas dos años en Casas Grandes, justo el 17 de diciembre de 2020, durante la pandemia del Covid-19.

El pueblo al que llegó Juan Quezada con su familia desde pequeño, proveniente de Belisario Domínguez, un municipio distante de Casas Grandes, parecía destinado al fracaso.

Se sabe (es una historia que a muchos nos ha llegado de voz en voz) que el nombre del pueblo antes era Pearson, en honor al apellido de la familia del millonario e inversionista norteamericano, Frederick Stark Pearson, que fue artífice de todo un imperio económico, concentrado en al menos tres inmensas y complejas organizaciones que involucraron a empresas, aseguradores, corredores de bolsa, grandes capitales de origen canadiense, belga, alemán, pero sobre todo británico, orientadas hacia México durante el siglo XIX. Tales compañías eran la Mexican Light and Power Co., la Mexico Tramways Co. y la Mexico North Western Railway Co.

Pero todo eso, se dice, se acabó tras la muerte de Pearson, aunque de acuerdo a la historia, sus empresas ya habían empezado a perder su poderío en México durante los primeros días del carrancismo.

Según su biografía, Pearson y su esposa, Mabel Ward, murieron el 7 de mayo de 1915, durante la Primera Guerra Mundial, luego de que el barco transatlántico en que viajaban de Nueva York a Inglaterra, el Lusitania, fue hundido por el submarino alemán U-20.

Ahí, a las faldas del Cerro del Indio, creció el joven Juan Quezada, y como en una historia de grandes giros literarios, un buen día descubrió restos de ollas de origen Paquimé que, tras intentar reproducir y vender a comerciantes ocasionales provenientes del sur de Estados Unidos, su arte llegó y sorprendió a un tal Spencer McCallum en una tienda de Deming, Nuevo México.

El resto, es una historia de enormes trazos de la que todavía falta mucho qué contar. Y si alguien ha sido el gran protagonista, ese es Juan Quezada Celado.

Desde esta columna enviamos nuestras sinceras condolencias a su familia, a la comunidad artística y al pueblo que ha perdido, dolorosamente, a uno de los suyos.

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