Francisco, el de Magdalena

Por Ernesto Camou Healy

En 1506 nació, en la localidad de Javier, al pie de los Pirineos, Francisco de Jaso y Azpilicueta, último hijo de una familia noble de aquel país vasco. A su tiempo se trasladó a París a estudiar la carrera eclesiástica. Ahí conoció a otro vasco tozudo, Íñigo de Loyola, que lo convenció para formar parte de un núcleo de compañeros para ir a Tierra Santa a convertir infieles, predicar y ejercer la caridad con los peregrinos: Pasó a ser conocido como Francisco Javier.

Eventualmente hicieron votos religiosos y fundaron la Compañía de Jesús. En 1540, Ignacio de Loyola lo mandó a evangelizar al Oriente y partió hacia las colonias portuguesas de la India. Ahí desarrolló una colosal labor de evangelización que lo llevó a China y Japón. El 3 de diciembre de 1552 falleció en una isla en la costa de China, cuando se preparaba para catequizar en aquel imperio. Ahí encontraron su cuerpo vestido con la sotana jesuita. Fue declarado santo en 1622, junto con Ignacio de Loyola.

Veintitrés años después nació en Segno, en el Tirol italiano, Eusebio Francisco Kino, que ingresó a la Compañía de Jesús en Baviera y fue destinado a la misión de Nueva España. Llegó a la Pimería Alta en 1687, se dedicó a instruir a los naturales en la doctrina cristiana y ayudó a introducir en las comunidades la ganadería bovina y la siembra de trigo en “tierras de pan llevar”.

Hasta su muerte en 1711 recorrió intensamente todo el Norte de la actual Sonora y el Sur de Arizona. Kino admiraba a San Francisco Javier e introdujo su devoción entre los O’odham y Ópatas. Pronto el santo navarro fue convirtiéndose en intercesor y patrono para los indígenas de la región. La fiesta del santo, el 3 de diciembre, se festejaba con una importante romería que hizo de la población de Magdalena el centro espiritual de aquellas misiones norteñas.

En 1767, por intrigas palaciegas, los jesuitas fueron expulsados de las posesiones españolas en todo el mundo. En 1773, el papa Clemente XIV suprimió totalmente a la Compañía. En el Noroeste mexicano se mandó a frailes franciscanos a continuar el trabajo en las antiguas misiones jesuitas. Cuando llegaron comprobaron que la devoción a Francisco Javier estaba arraigada entre la población y decidieron efectuar un truco de prestidigitación santoral, una trampa piadosa: Sustituir un Francisco por otro, el de Javier por el de Asís…

Lo primero que lograron fue trasladar la fiesta de uno, el jesuita del 3 de diciembre, al 4 de octubre, festividad del santo seráfico. No fue difícil pues ambas celebraciones sucedían en el tiempo pos cosecha, apto para el culto y el festejo. Pero lo que no pudieron permutar fue una imagen por otra: La población se resistió a abandonar la estatua acostada del jesuita y aceptar la efigie del santo del sayal. Los buenos frailes se resignaron a celebrar a su fundador en su día, pero con una efigie totalmente diferente: Un Francisco Javier ataviado con sotana negra y yacente, como lo encontraron en aquella isla de la China.

Ahora, la fiesta de San Francisco, el 4 de octubre en la actual Magdalena de Kino, constituye quizá la festividad religiosa más importante del Noroeste mexicano. A ella acuden desde Arizona y Baja California, y todo Sonora, a danzar y rezar, comer antojitos y beber cerveza con cierta desmesura, pobladores de pueblos, barrios y ciudades, algunos caminando en peregrinación o en carros y pick ups llegados desde Arizona, California, Sonora y Baja California, campesinos e indígenas, hombres serios y señoras del pueblo a la par con las “doñas” encopetadas que se acercan a levantar por los hombros al San Francisco tendido en el templo. Si no opone resistencia y se deja alzar, es señal de que tiene su favor; si se resiste y se torna pesado, está disgustado y hay que hacer examen de conciencia, enmendarse y volver a intentarlo…

Ernesto Camou Healy es doctor en Ciencias Sociales, maestro en Antropología Social y licenciado en Filosofía; investigador del CIAD, A.C. de Hermosillo.

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