Transición o transformación?

Por John M. Ackerman
—La transformación política en que nos encontramos inmersos hoy en México no es la culminación de la supuesta transición democrática iniciada con la reforma política de 1977, sino todo lo contrario. Constituye una rebelión ciudadana contra las formas corrompidas, los contenidos vacíos y las teorías desgastadas de esa transición mal concebida e implementada. La ciudadanía reclama nuevas formas de hacer y de pensar la política, una verdadera transformación histórica del Estado y de su relación con la sociedad.

La ideología (neo)liberal dominante durante los 30 años recientes, propagada por intelectuales orgánicos como Jorge Castañeda, Héctor Aguilar Camín y Enrique Krauze, nos quiso convencer de que era necesario dar la espalda a nuestro pasado para poder avanzar hacia el futuro, deshacernos de los fantasmas de la Revolución, la Reforma y la Independencia para transitar hacia un nuevo mundo feliz de subdesarrollo neoliberal y democracia simulada y, así, ser merecedores de pertenecer al primer mundo.

Pero la masiva participación en las urnas el primero de julio de 2018 interrumpió de manera abrupta y espectacular esa narrativa: 30 millones de mexicanos eligieron un nuevo presidente que cuestiona de manera frontal esa lógica.

Andrés Manuel López Obrador no busca perfeccionar o rehacer la transición política y económica de las décadas recientes, sino construir una cuarta república. Su enfoque rechaza tanto la lógica llana del liberalismo porfiriano como el enfoque lineal de los transitólogos estadunidenses. Nos invita, y nos reta, a colocarnos dentro del enfoque cíclico y dialéctico propio de los historiadores franceses, los intelectuales chinos y los sabios mayas y aztecas.

Desde la época de las historias dinásticas, los chinos han tenido claro que cada época política tiene su ciclo de vida, un inicio normalmente lleno de energía y empuje, una madurez en que se consolidan algunos proyectos y una senectud marcada por la decadencia y la descomposición. Los mayas creían que la historia mundial se renovaba, de manera cíclica, cada 26 mil años. De acuerdo con el calendario azteca, el mundo se reinventa cada 52 años. Hoy Francia se encuentra en su quinta república y algunos actores políticos ya empiezan a hablar sobre la necesidad de sentar las bases para una sexta.

En México, nuestro ciclo político presidencial, de seis años sin relección, también tiene una afinidad electiva con el pensamiento cíclico. Como un reloj, como un péndulo, como el ir y venir de la marea, cada sexenio se reinventan la nación y la política nacional.

Muchas veces estas renovaciones son simplemente retóricas y propagandísticas y no implican una verdadera transformación. Impera el gatopardismo, la hipocresía y el continuismo. Pero otras veces hay cambios radicales, para bien o para mal. Los sexenios que iniciaron en 1934, 1946 y 1988, por ejemplo, generaron verdaderas transformaciones.

¿Qué dirán los historiadores del futuro respecto del nuevo ciclo que se inició en 2018? ¿Estamos viviendo hoy un viraje histórico o un simple espejismo?

Solamente el tiempo lo dirá. Pero desde ahora queda claro que ha estallado en mil pedazos la narrativa (neo)liberal. Hoy México vuelve a abrazar su historia, a creer en sí mismo y en su Presidente, y a revivir las luchas ciudadanas por la soberanía nacional, la soberanía popular y la justicia social.

Algunos ejemplos recientes de acciones transformadoras son la digna posición independiente del gobierno mexicano respecto de la crisis en Venezuela que ha salvado aquella nación hermana de una sangrienta guerra civil, el lanzamiento de nuevos programas de becas para millones de jóvenes, estudiantes y discapacitados en todo el país, la apertura total de los datos patrimoniales de todos los altos servidores públicos, el diálogo respetuoso y constante con la prensa en las conferencias matutinas, la interlocución democrática y pacífica con los movimientos sociales, ejemplificada en el caso de la CNTE en Michoacán, y la selección de un grupo de los mejores periodistas profesionales para encabezar los medios públicos del Estado.

En un contexto internacional de reflujo autoritario y retorno fascista, en Estados Unidos, Brasil, Suecia y muchas otras partes del mundo, México una vez más se convierte en un faro para las luchas democráticas internacionales. Tal como conversamos recientemente en Tv UNAM tanto con el sociólogo estadunidense Immanuel Wallerstein como con el geógrafo inglés David Harvey, el mundo hoy se encuentra en un momento crucial de incertidumbre estructural en que pequeñas acciones podrán tener gran impacto histórico. Los procesos de transformación política mexicanos siempre han tenido una importante relevancia global, pero hoy se multiplica exponencialmente el impacto internacional e histórico de cada una de las luchas que tienen lugar en el territorio nacional.

johnackerman.mx

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