Por Lilia Cisneros Luján
La agencia de las Naciones Unidas para la Infancia, surgió después de concluida la segunda guerra mundial, justo para proteger a miles de niños que por la violencia cayeron en la orfandad. Antes de esto ya existían decenas de centros llamados de acogida en distintos países europeos, la mayoría de ellos atendido por monjas o frailes, según se tratara de niños o niñas y salvo casos especiales la mayoría de ellos llegaron a esta condición por razones de miseria.
Hay casos sin embargo, cuya distorsión apenas está siendo revelada en pleno siglo XXI, como es el de la ciudad irlandesa de TUAM, que ha revelado luego del derrumbe y las excavaciones de un centro católico para madres solteras, una escalofriante realidad de fosas, con aproximadamente 800 esqueletos de infantes desde las 35 semanas hasta los 3 años. A mayor abundamiento en la Europa central y oriental actuales, se han detectado niños viviendo en condiciones deplorables en un promedio de casi 700 menores por cada diez mil habitantes, cuando que el promedio mundial es cinco veces menor es decir 120; según cifras de la propia UNICEF
Sin embargo los conflictos bélicos, no son la única causa por la cual los menores de edad terminan enclaustrados. El solo ejemplo de España –aun antes de la conquista– nos permite comprender la influencia de sólo tres familias en el siglo XIII, para ejercer el control de centros, cuyo modelo luego se trasladó a la Nueva España. Los conventos o monasterios –primero de franciscanos y luego de dominicos– fueron establecidos en centros indígenas de relevancia en Michoacán, Yucatán. Zacatecas, Durango y Nuevo México. Así las cosas a finales del siglo XVI, estos sitios habitados por religioso(a)s y las personas recogidas –niños expósitos, mujeres “pecadoras”, mestizos recluidos para evitar la vergüenza de los nacidos ilegítimamente etc.– eran sede de escuelas, talleres, hospitales, granjas, huertas y muchas otras cosas que suponían un proceso de enseñanza. Los frailes (que no las monjas), participaban de la elección de las autoridades civiles.
Los hospicios en la nueva España eran pues lugares con más o menos ventajas sostenidos en buena medida por las aportaciones privadas[1]. Los que contaban con aportaciones privadas daban donaciones sin intereses ni garantías similares a los préstamos o apoyos a fondo perdido de la época moderna
Tenían ingresos propios, y daban donativos “graciosos” que eran como préstamos a fondo perdido, incluso para la guerra como ocurrió cuando Fernando VI, les pidió apoyo para luchar contra Inglaterra. La casa para expósitos fundada por Vasco de Quiroga -1531- en Valladolid y otros similares que funcionaban con la misión de practicar la caridad para ayudar y proteger al pobre y al miserable, fueron a final del día al antecedente de instituciones como el hospital de Morelos o diversas escuelas como resultado, de la real Orden de Carlos III -1788- para que a los niños se les dé la debida educación y enseñanza, para que sean vasallos útiles y enseñen oficios y destinos convenientes a ellos mismos y al público”.
El número de mujeres que por causa de un embarazo fuera de matrimonio eran depositadas en conventos, fue disminuyendo con la ilustración y luego con los movimientos reivindicadores de derechos sociales. Hoy día, las madres solteras parecen tener un halo de valentía que además de garantizarles libertad, les permite acceder a un apoyo gubernamental además de beca para su chilpayate. Los casos de bebés expósitos no solo son la excepción sino de plano la sociedad los condena dejando a dicha progenitora en el papel de homicida. ¿Por qué entonces luego de más de dos décadas de haber ofrecido estas ventajas, en la ciudad de México se concentra el mayor número de “ninis”? que ha faltado a los niños asistentes a diversas instituciones de apoyo ¿para salir a “ocupar un lugar respetable en la sociedad”? ¿Habrá sido un error quitar control de estas instituciones –que luego se llamaron de beneficencia pública– a eclesiásticos como el cardenal Lorenzana?
Al parecer el simple hecho de haber borrado de la ley calificativos despectivos como bastados, espurios, incestuoso, adulterino o ilegítimos[2], no ha bastado para que los estigmas de generaciones competas sean descartados ¿Será por ello que prolifera el bulling, la ausencia total de respeto a la autoridad –maestros, padres– y la desconfianza en quienes a final de cuentas tienen la obligación de administrar las contribuciones que todos aportamos? ¿Será legítimo moverse al extremo de desconfianza de “no arriesgar” quitando a las instituciones de desarrollo infantil el control de sus recursos? ¿De que valió el esfuerzo juarista para crear en 1861 la dirección general de la beneficencia publica? El presidente Juárez, desempeñó su función en un ámbito de división e intereses muchos perores de los que hoy sin pruebas se denuncia cada mañana ¿Qué fue lo que le impulso a dar autonomía económica a la casa de niños expósitos?
Un año más tarde se emitió una disposición que la declaró autónoma de la Beneficencia Pública en el aspecto económico, ya que contaba con recursos propios que le permitían solventar sus necesidades[3]. ¿Quién vigila hoy, no solo las casas que acogen niños –infractores, sin padres etc.– sino los que reciben amplios presupuestos para dar de comer a pordioseros, ancianos y discapacitados? El perdón y la amnistía ¿son también para quienes en administraciones pasadas no hicieron un buen uso de tales recursos?
Ahora que se sugiere regresar a esquemas familiares de tres siglos atrás, valdría la pena releer el análisis de Pilar Gonzalbo Aizpuru, quien resalta que entonces y durante dos siglos precedentes, los niños abandonados o sin posibilidad de cuidado tradicionalmente eran recibidos en el seno de sus familias –abuelos, tíos, padrinos– , lo cual por cierto no era lo común sino la excepción y para familias adineradas; dando como resultado el abandono y la marginación de los niños expósitos y los pobres.
1] Del total de instalaciones conventuales, reconocidas en la época apenas 5 de los 18 de la ciudad de México no estaban clasificados como “pobres” y ellos representaban casi el 60% del recurso dedicado al cuidado de los ahí albergados.
[2] Otra real cédula ahora de Carlos IV, en 1794, determinando que “los expósitos sin padres conocidos se tengan por legítimos para todos los oficios civiles, sin que pueda servir de nota la cualidad de tales”.
[3] Habría que invitar a los que demonizan la acción conjunta de sociedad y gobierno para apoyar a la infancia, a conocer los antecedentes de lo que aun hoy se denomina casa de Cuna en Coyoacán, que por el número de asistidos fue creciendo desde 1914, hasta ubicarse donde aun hoy se localiza el edificio.