Para Elías Chávez, en su feliz arribo a los ochenta.
Por Francisco Ortiz Pinchetti
— Contrariamente a que le entreguemos a él la tradicional cuelga cumpleañera, como decían las abuelitas, es Elías Chávez quien con su libro de reciente aparición, El Yo prohibido (Ed. Proceso, 2021) nos hace el mejor regalo, justo al arribar felizmente ayer jueves a la octava estación de su trayecto: su esencia de reportero.
Sin pretensiones didácticas ni poses pontificadoras, se abstiene de dar recetas acerca del quehacer periodístico en el que se inició hace más de 60 años. En cambio, nos muestra a pinceladas, con sencillez, a través de su propio trabajo, la médula del oficio que asumió y ha ejercido con pasión a lo largo de su vida.
Para ello, adopta desde un principio la premisa de Vicente Leñero, el dramaturgo, narrador y periodista que fue durante 20 años subdirector del semanario Proceso. Él insistía siempre en que la noticia debe mostrarse sin alteración y sin que el reportero incluya su opinión. Tal cual, pues. “Un buen reportero debe pasar desapercibido”, decía. “No debe existir”. Y Elías “pide permiso” al autor de Los Periodistas (Ed. Joaquín Mortiz, 1978) para hablar de sí mismo por esta única vez, aunque lo hace siempre en segunda persona, como si se refiriera a otro.
Sin pretenderlo, el periodista que egresó de la Escuela “Carlos Septién García” en 1963, se inició en la Agencia Mexicana de Servicios informativos (AMSI) y pasó de manera destacada por las redacciones de El Universal, Excélsior y Proceso nos regala auténticas lecciones de lo que es bien reportear y bien escribir; en una edición muy cuidada prologada por el también entrañable colega José Reveles, que luce en su portada un cartón del inolvidable Rogelio Naranjo en la que a manera de Ícaro un reportero con alas de papel periódico emprende el vuelo.
No obstante, pienso que el mayor valor de su libro es el que otra vez, como lo hizo muchas veces durante su trayectoria profesional, su autor sale a dar la cara por su gremio.
De nuevo, digno, se planta frente al poder.
Elías Chávez García ha sido un luchador de las causas de los periodistas de infantería, los reporteros como él, a lo largo de muchas décadas. Como dirigente de la Unión de Periodistas Democráticos (UPD), en cuya presidencia participé a su lado, su prioridad fue la defensa de los derechos de sus iguales. Entre otros logros de su administración estuvo el conseguir que la Cámara de Diputados incluyera el salario mínimo profesional de los reporteros, y de manera muy significativa la dignificación de nuestra actividad.
En aquellos años, y aún ahora, los reporteros carecían prácticamente de toda garantía laboral, prestaciones elementales, y seguridad en su empleo. Con mayor razón, no existía para ellos el derecho de incidir en el destino de sus propias informaciones y menos el amparo de la llamada Cláusula de Conciencia, que finalmente fue introducida por el Congreso Constituyente de la Ciudad de México en la constitución local hace apenas cuatro años.
Chávez García se distinguió también por encabezar la exigencia de justicia por el asesinato del periodista Manuel Buendía Téllez Girón, en 1984, y fue promotor del primer encuentro Nacional de Periodistas, efectuado en Zacatecas, para denunciar la intolerancia del “tiranosaurio”, como él le llama, y los atropellos del poder contra los periodistas y sus medios.
Básicamente, su libro es una respuesta rotunda y digna a las agresiones del “tiranosaurio” de nuestros días. Dedicado a su inolvidable Rosario y a sus tres hijas, al autor agrega un epígrafe valiente –y elocuente: “Y en solidaridad con los periodistas agredidos desde Palacio Nacional por ejercer honradamente su libertad de expresión”.
En la introducción hace explícita su intención:
“Casi todas las mañanas,encaramado en la tribuna presidencial, López Obrador amenaza, insulta, difama a periodistas y su odio constituye la orden de ¡fuego! para que sus seguidores disparen, en medios de comunicación –principalmente en redes sociales–, amenazas e insultos contra los que se atreven a criticarlo y/o pensar diferente”.
Agrega que los autócratas siempre buscan a quién responsabilizar de su incapacidad. “Buscan a quién culpar de sus errores y de los problemas que ellos, como gobernantes, han sido incapaces de resolver. Y en vez de reconocer su propia incapacidad, inventan culpables: los periodistas. Con su actitud, López Obrador envilece la investidura presidencial”.
Elías nos comparte fragmentos de sus entrevistas a personajes del ámbito político nacional, particularmente su espléndida charla con el expresidente José López Portillo en Argentina, y a personajes de América Latina como Salvador Allende y Jorge Luis Borges, y de las crónicas en las que contó –sin aparecer nunca el reportero– sus experiencias en hechos tan trascendentes como el movimiento de 1968, la matanza del Jueves de Corpus de 1971 conocida como “el halconazo”, la caída del líder nacional del PRI, Carlos Sansores Pérez, en febrero de 1979; la campaña presidencial y asesinato de Luis Donaldo Colosio en 1994, entre muchas otras.
Adscrito durante décadas fundamentalmente a las fuentes políticas, nos ofrece jirones de sus trabajos que describen con lenguaje claro y admirable eficacia a los personajes de la clase política mexicana, particularmente a los priistas. Y sobre todo, nos muestra su vocación reporteril y su búsqueda incesante de la noticia, el hecho, el dato.
Encara de frente el tema del “chayote”, lo describe y lo explica, lo ejemplifica, aunque no lo justifica ni siquiera en consideración de las condiciones laborables deplorables de muchos reporteros, explotados vilmente por los propietarios de los grandes medios, los patrones aliados ayer y hoy del poder político y la corrupción.
Los reporteros consignan los hechos y los historiadores escriben los libros, porque el periodismo diario se hace con datos duros, sin opiniones ni sesgos, los reporteros profesionales no usan la primera persona al escribir, su opinión es irrelevante. Así, clarifica la confusión sobre la perversa relación de los medios con el poder que acaba por victimizar a los trabajadores de la información y no a los cómplices de componenda y la gran corrupción.
Elías y yo salimos de Excélsior con Julio Scherer García en 1976 y fuimos fundadores de Proceso. Durante 24 años compartimos la emoción de los grandes logros del semanario, las penurias, riesgos y vicisitudes mil de su devenir incierto frente al poder y también cuestionamos su anquilosamiento y pugnamos por una participación más activa de los reporteros de las decisiones editoriales, mediante su organización. Somos colegas y amigos. Ahora lo abrazo. Válgame.
@fopinchetti