Por New York Times
En 1787, el año en que la Constitución de Estados Unidos fue aprobada, es ampliamente conocido que Thomas Jefferson le escribió a un amigo: “Si tuviera que decidir si debemos tener un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría en preferir lo segundo”.
De cualquier modo, así es como él se sentía antes de convertirse en presidente. Veinte años después, tras enfrentarse a la supervisión de la prensa desde el interior de la Casa Blanca, se mostraba menos seguro de su valor. “Ahora no se puede creer nada que sea visto en un periódico”, escribió. “La verdad misma se hace sospechosa cuando aparece en ese vehículo contaminado”.
La incomodidad de Jefferson era, y sigue siendo, entendible. Reportar las noticias en una sociedad abierta es una misión entrelazada con el conflicto. Su incomodidad también ilustra la necesidad por el derecho que él ayudó a consagrar. Como los padres fundadores creían con base en su propia experiencia, un público bien informado tiene las mejores herramientas para eliminar la corrupción y, a largo plazo, promover la libertad y la justicia.
“La discusión pública es un deber político”, indicó la Corte Suprema en 1964. Esa discusión “debe ser desinhibida, vigorosa y totalmente abierta” y “puede incluir ataques vehementes, cáusticos y en ocasiones poco placenteros y agudos contra el gobierno y los funcionarios”.
En 2018, los ataques más dañinos provienen de funcionarios del gobierno. Criticar a los medios —por darles menos o más importancia a las noticias, por equivocarse en algo— es completamente correcto. Los reporteros y editores son humanos y cometen errores. Corregirlos es crucial para nuestro trabajo. Sin embargo, insistir en que las verdades que no te gustan son “noticias falsas” es peligroso para el alma de la democracia. Y decir que los periodistas son los “enemigos del pueblo” es peligroso.
Estos ataques a la prensa son particularmente amenazadores para los periodistas de naciones con un Estado de derecho menos estricto y para publicaciones de menor tamaño en Estados Unidos, que ya han sido golpeadas por la crisis económica de la industria. Y, sin embargo, los periodistas de esos diarios continúan con el arduo trabajo de hacer preguntas y contar las historias que de otra manera no conocerías. Por ejemplo, The San Luis Obispo Tribune escribió sobre un preso que estuvo inmovilizado durante 46 horas, lo que causó su fallecimiento. El suceso obligó al condado a cambiar cómo trata a los prisioneros que padecen enfermedades mentales.
Para responder a un llamado hecho la semana pasada por The Boston Globe, The New York Times se une a más de doscientos periódicos, desde diarios en grandes áreas metropolitanas hasta pequeños semanarios locales, para recordarles a los lectores sobre el valor de la prensa libre en Estados Unidos. Estos editoriales reafirman una institución estadounidense fundamental.
Si todavía no lo has hecho, por favor, suscríbete a los periódicos locales de tu ciudad. Reconoce su labor cuando creas que han hecho un buen trabajo y critícalos cuando pienses que pueden hacerlo mejor. Todos estamos juntos en esto.
En este enlace puedes leer fragmentos de los editoriales publicados en inglés por más de doscientos diarios de Estados Unidos que alzan la voz para recordar el valor de la libertad de prensa.
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