Por Lilia Cisneros Luján
—En las diversas interpretaciones mitológicas –griegas, testamentarias, precolombinas etc.– continúa vigente la discusión acerca de si la esperanza es un bien o un mal. Según los griegos, Zeus molesto con Prometeo por haber descubierto a los humanos el fuego, planea vengarse por lo cual le ordena a Hefesto crear la estatua de una hermosa doncella, a la cual prácticamente todos los habitantes del Olimpo le otorgan dones que la convierten en lo más anhelado para los hombres: Hermes le da el habla, Atenea la cubre con una túnica reluciente y así sucesivamente concluyendo Zeus su creación obsequiándole como regalo, una suerte de vasija, tal vez en forma de copa o ánfora, cuyo uso trascendió a la historia como “la caja de Pandora” nombre que se dio a lo femenino, incapaz de cumplir una instrucción “no abrir el regalo” y hábil en cambio para encantar al sexo opuesto.
Más allá de la diversidad de versiones –si la caja la abre Pandora o su esposo Epimeteo[1]– en lo que todos coinciden es que a partir de la apertura se desparramaron por el mundo la enfermedad, la fatiga, la tristeza, la vejez, la pobreza, los vicios, el crimen, la locura, la destrucción e incluso la muerte, quedando a resguardo solo lo que estaba hasta el fondo que era la esperanza. A muchos siglos de distancia, aun se dice que después de haber cerrado la caja de Pandora, no es prudente abrirla porque pueden salir otros males o lo que es peor la misma esperanza que si bien, para algunos es un bien muchos otros la comprenden como el mayor de los males.
En el pasado ejercicio democrático, los eternos analistas, se dividen dos grandes ramas, los que consideran que el resultado ha sido maravilloso, justo y sobre todo una respuesta a los anhelos no cumplidos del pueblo de México y en el otro lado, aquellos que con una sonrisa difícil de ocultar, le dan la mano al presidente electo de la esperanza, afirmando que tienen un trato formal con sus promesas sin que ello implique que le dirán todo lo que saben como seguramente lo hizo Zeus, en su momento histórico.
¿Cuáles de las desgracias desparramadas en la república mexicana son las que el pueblo desea erradicar? ¿Será el castigo a una actriz por declararse cómplice de la compra de una propiedad denominada la casa blanca o le importa más que le aminoren el costo de un predial que pone al ciudadano en riesgo de perder su propiedad? ¿Están preocupados los jefes de familia por la legitimidad de los contratos vinculados con las inversiones extranjeras en energéticos o solo desean que se ponga un freno a los abusos de una empresa de clase mundial que les atosiga con recibos injustificables? ¿Le es relevante al contribuyente que desde la jefatura de gobierno del hoy presidente electo se hayan suscrito cinco contratos con empresas privadas para ciertos aspectos de manejo del agua o que esta se la surtan de manera eficiente y a costos aceptables desde el punto de vista de la inflación?
Así las cosas Elpis –hija de Zeus que pasa a Roma como Spes o la última que muere– es para muchos el pretexto de los vividores para holgazanear, de los perversos para delinquir[2], de los mediocres para vivir solo de la dádiva –beca, apoyo por soltería, pensión injustificada y hasta limosna callejera– y de los dotados de una porción de poder para esquilmar al otro[3] aunque ello permita la proliferación del desorden en vía pública, en seguridad y en general en la aplicación del presupuesto. Así pues la vana esperanza, conviene que siga resguardada al fondo de la caja de Pandora, pues produce tensión negativa por el constante deseo de lo que no se tiene y por ende la insatisfacción con lo que si cuenta.
Pero más allá de lo positivo o negativo de la esperanza, que según unos pocos depende de la actitud humana ante la adversidad, si el resultado del milagro democrático fue causado en el hartazgo de cada uno de los votantes o en la perversidad de los que más saben y mucho ocultan, este calificativo se verá después de los primeros 12 meses de gobierno, los cuales por muy nacionalistas que algunos sean no van a poder excluirse del entorno global, donde muchos sistemas parlamentarios están regresando al presidencialismo y el mismísimo capitalismo neoliberal parece estar en crisis.
Un colega acaba de recrear el discurso de José López Portillo, lo cual me trae a mente su depresión al enfrentarse a la terrible realidad del engaño. Luego de semanas en reclusión, discurrió que habría de defender el peso de manera bravía. Demasiado tarde dijeron los poderes fácticos y solo unos meses después revirtieron su nacionalización bancaria; así suele ocurrir, cuando por ignorancia académica, por frivolidad o simplemente por carencia de experiencia se descubre a destiempo que aun contando con el poder, no se tiene tanto como para considerase a la altura de Zeus.
[1] Epimeteo era el hermano ingenuo de Prometeo. Este último sabía de lo que era capaz Zeus, por eso el recomendó a todos y en especial a su hermano que evitaran, recibir regalos cuyo origen fuera el Olimpo; pero cual pariente incómodo, desoyó la instrucción inclinándose por la belleza de la dama y todos los males les cayeron encima tanto a humanos, como dioses y semi-dioses que hasta entonces habían sido libres, sanos y exentos de trabajo agobiarte.
[2] La mayoría de los criminales justifican su acciones –robo, daño en propiedad ajena, lesiones, homicidio, secuestros etc. como “su trabajo”-
[3] En el viejo partido hegemónico, se decía no quiero que me pongan en un puesto de alto ingreso sino que me dejen donde hay.