Cuento: Ni el capital ni los intereses

Por Jesús Chávez Marín

La abnegada hermana ya estaba hasta la coronilla de que le pidieran dinero prestado nomás porque, según esto, era la pudiente de la familia. Quien más la tenía frita era su hermana topillera.

Socorro desde hacía años se mantenía pidiéndole pequeñas cantidades y también grandes cantidades a Licha; esta no era capaz de negarle nada a su hermanita menor, desde que las dos eran unas niñas y también hasta nuestros días, a pesar de que ya era toda una cuarentona hecha y derecha, y, por cierto, muy bien hecha, porque estaba buenísima.

Socoquito era todo un caso. Cuando tenía apenas quince años se le ocurrió casarse con uno del barrio que era un bueno para nada igual que ella; el muchacho tuvo que abandonar la secundaria y meterse de chofer de un Urbano, a pesar de que no alcanzaba la edad, pero le consiguieron una licencia chueca y le dieron jale porque era uno de los 473 ahijados de bautizo de Doroteo Zapata. Ella abandonó sus estudios de secretaria ejecutiva en el Palmore, donde sacaba puros nueves y dieces; fue un desperdicio de tan buena estudiante.

A los dos meses de casados, a Chunny, que así se llamaba el joven marido, le concedieron un préstamo del Infonavit para una casa bien bonita en el barrio del Santo Niño. ¿Por qué tan pronto? ¿Por qué un crédito de los más altos? Cómo que por qué, señoritas y batos interesados en lo que no les importa: por mi padrino y también por mis propios méritos, contestaba risa y risa.

Todos felices, incluso Licha, a pesar de que su hermanita era una conchuda de lo peor: Fíjate que vi en Sears un suéter padrísimo, estaba en oferta, pero no alcanzo, ¿me prestas quinientos? Este mes no tengo para el abono de la casa, y si no pago en la fecha me ponen unos recargos bien cabrones, ¿puedes prestarme tres mil? Te los pagamos cuando le den el aguinaldo a Chunny. Vimos un plan baratísimo de tres días en Mazatlán y queremos que el niño conozca el mar, pero no acabalo ¿me prestas? Me va a llegar un bono, en dos meses te pago.

Licha siempre le daba; desde que Socoquito era bebé le encantaba tenerla chiple. Pero llegaba el aguinaldo y ni sus luces; llegaba el bono, y ni un abonito, aunque fuera nomás por no dejar. A Socorro se le olvidaban todas las deudas con la hermana y, muy garbosa, volvía a pedirle como si no le debiera. No pagaba ni el capital ni los intereses.

Además de para comprar joyitas, lencería y vestidos de moda, le prestó para que salvara la casa de un embargo. Para divorciarse de Chunny. Para la fiesta de tres, cuatro, cinco años del niño. Para dar el abono de un carro Matiz en la agencia Chevrolet. Y otras tantas que se le olvidan, como ya se le olvidaron para siempre a la hermana topillera.

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