La culpa es ¡de Tláloc!

Por Francisco Ortiz Pinchetti

Algunos todavía recordamos el traslado, hace 61 años, del monolito del dios Tláloc a la Ciudad de México, un evento histórico rodeado de mitos. La figura, que pesa 167 toneladas, fue transportada desde San Miguel Coatlinchán, en el Estado de México, en una gigantesca plataforma de 72 ruedas. La comunidad de Coatlinchán, cerca de Texcoco, se opuso al traslado, llegando a bloquear el paso de los vehículos con machetes, piedras y rifles, lo que requirió la intervención del Ejército y la policía.

La llegada del coloso de origen mexica, que causó enorme expectación, ocurrió el 16 de abril de 1964, cuando era Presidente de la República Adolfo López Mateos. El motivo del traslado fue la decisión de colocar el enorme monolito a la entrada del recién construido Museo Nacional de Antropología, en Chapultepec, donde sigue muy orondo hasta la fecha.

A pesar de que no había pronóstico de lluvia ese día, cuando Tláloc llegaba a la capital, muy de madrugada, un aguacero torrencial, tremendo, cayó sobre la capital, e inundó decenas de calles, incluidas varias del Centro Histórico. Este inusual fenómeno meteorológico, descrito por algunos como una “cortina de lluvia y dosel” en honor del dios, alimentó de inmediato la creencia popular de que Tláloc había desatado su furia por ser removido de su hogar.

En las últimas tres semanas, la Ciudad de México ha sido asediada por un diluvio implacable, entregado en abonos diarios. Las lluvias torrenciales han desatado un verdadero caos, exponiendo la fragilidad de la urbe.

La metrópoli entera se ha visto literalmente desbordada. Las principales arterias—incluidos el Anillo Periférico, Insurgentes y el Viaducto– antes avenidas de asfalto, se vuelven ríos desbordados que tragan vehículos y paralizan el movimiento de millones de personas. Se han registrado más de 300 “encharcamientos” por todos los rumbos de la ciudad. El Zócalo acumuló en un día 84.5 milímetros (lo que equivale a 84.5 litros por metro cuadrado), alcanzando el agua una altura de 40 centímetros. El sistema de transporte, desde el Metro hasta las calles, colapsa bajo el peso del agua. Y en los hogares de cientos de familias, más de 600 viviendas, el diluvio no fue sólo un problema de tránsito, sino una tragedia personal y familiar: el agua se adentró en sus vidas, arrasando con sus pertenencias y recordándoles que, ante la furia de la naturaleza, la ciudad es más vulnerable de lo que parece.

El Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) se ha transformado en un epicentro de desesperación, donde miles de pasajeros (19 mil el primer día) han quedado varados mientras las pistas se convierten en lagunas, paralizando el corazón aéreo del país al causar la cancelación de decenas de vuelos.

Para la Jefa de Gobierno se trata de un fenómeno climático “histórico y atípico” con una cantidad de lluvia que ha roto todos los récords. Ha dicho  que, a pesar de los trabajos de mantenimiento y desazolve realizados, la intensidad y volumen del agua superaron la capacidad de la infraestructura de drenaje de la capital. Además, las autoridades han hecho un llamado a la ciudadanía a colaborar no tirando basura en las calles, ya que esta obstruye las coladeras.

Por supuesto, ni Clara Brugada ni los encargados del sistema de drenaje de la ciudad reconocen deficiencias, errores, fallas propias. Todo es culpa de la naturaleza inclemente. Finalmente, de Dios. O de Tláloc, que razones de sobra tendrá para estar encabronado. De hecho, el Gobierno llama “Operativo Tlaloque” o “Plan Tlaloque” al dispositivo para enfrentar la actual contingencia. Este nombre hace referencia precisamente a Tláloc. Los tlaloques, son las deidades menores que lo ayudan.

Sin embargo, los especialistas sobre el tema tienen otros datos… menos mitológicos.  Expertos de la UNAM como el doctor Víctor Magaña Rueda, investigador del Instituto de Geografía, señalan que esta narrativa oficial desvía la atención de los problemas de fondo. En términos de volumen total, el año no ha sido “atípico”, sino simplemente “húmedo”. Un dato revelador es que en la década de 1960 se registró una tormenta en Coyoacán que dejó 134 mm de lluvia, el doble de lo que cayó en algunos de los eventos más recientes de 2025.

El verdadero cambio cualitativo, según los especialistas, es la intensidad y frecuencia de los aguaceros. La lluvia que antes se distribuía a lo largo de una semana, ahora cae en tan sólo una hora, lo que satura cualquier sistema de drenaje, sin importar su antigüedad. De acuerdo con mediciones de la UNAM, la frecuencia de estos aguaceros extremos ha aumentado de menos de 10 por año en el siglo XX a más de 25 en el siglo XXI.

Este cambio está directamente relacionado con el calentamiento global, ya que el aumento de la temperatura de los océanos libera más vapor de agua a la atmósfera, generando nubes de hasta nueve kilómetros de altura que descargan una precipitación extrema sobre el Valle de México. A este fenómeno global se suma el “efecto isla de calor” local, provocado por la falta de vegetación y el exceso de cemento en la ciudad, que intensifica aún más la evaporación y la formación de tormentas violentas.

El doctor José Alberto Lara, director del CENTRUS de la Universidad Iberoamericana, ha señalado a su vez que la falta de vegetación en las zonas urbanas incrementa las temperaturas, lo que a su vez provoca una evaporación más rápida del agua y un aumento en la frecuencia e intensidad de las lluvias locales.

Las verdaderas causas obedecen en suma a un “sistema frágil”. Las inundaciones son la manifestación de un problema multifactorial y crónico, con una infraestructura rebasada por el crecimiento de la metrópoli. Según los especialistas hay tres causas principales:

La primera es “un drenaje con historia, y con fecha de caducidad”: El sistema de drenaje actual es una mezcla de obras de distintas épocas, algunas con más de 100 años de uso. El núcleo, el Drenaje Profundo, fue inaugurado en 1975, hace 50 años, cuando la ciudad era mucho más pequeña. Hoy, la red opera con un 30 por ciento menos de su capacidad original, a pesar del crecimiento exponencial de la población. Aún con la adición de obras como el Túnel Emisor Oriente, la infraestructura simplemente no está diseñada para la mega urbe en que se ha convertido la capital.

La segunda causa es “¡una ciudad que se h-u-n-d-e!”.  Ojo: la sobre extracción por pozos del 70 por ciento del agua que consume la ciudad provoca que el suelo se hunda de cuatro a 30 centímetros anualmente. Esta dependencia del subsuelo vacía los acuíferos, lo que causa el hundimiento y deforma las tuberías del drenaje. Este hundimiento progresivo anula las pendientes naturales y artificiales de la red hidráulica, haciendo que el drenaje, que funcionaba por gravedad, pierda su capacidad de desalojar el agua y genere “contraflujos”.

Y tercera, la basura, o sea “el factor humano”. Es una de las causas más directas y prevenibles es la acumulación masiva de residuos sólidos. La Secretaría de Gestión Integral del Agua (SEGIAGUA, antes Sacmex) reporta que cada semana se extraen más de mil 170 toneladas de basura de la red de drenaje. Desde botellas hasta colchones enteros, estos desechos tapan las coladeras, colectores y bombas, lo que convierte un problema de infraestructura en un caos social y ambiental.

El verdadero desafío, como señalan expertos y como yo lo veo, no es gestionar las crisis, sino construir una metrópoli resiliente, con capacidad de resistir, absorber, recuperarse y adaptarse de manera efectiva a diversos tipos de desafíos que se le presenten. El futuro de la capital dependerá de una estrategia de largo plazo que combine una inversión significativa en infraestructura hidráulica, una planificación urbana que respete el ciclo del agua, una reforestación urgente del área metropolitana y, de manera crucial, una participación ciudadana activa en el manejo de residuos y el cuidado del medio ambiente.

Dicen los que saben que la solución debe ser “multifactorial” e incluir la renovación de redes, el control de hundimientos, el manejo de residuos y el aprovechamiento del agua de lluvia. Solo con estas acciones se podrá evitar que la capital continúe ahogándose ante la “furia” de las lluvias torrenciales, una furia que es, en gran medida, de su propia creación, resultado de décadas de indolencia y demagogia.

Creo que es ahora fácil  dilucidar cuáles son las razones de este evidente –y contundente–  enojo de nuestro colérico Dios de la Lluvia. Válgame.

@fopinchetti

 

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