Por Jesús Chávez Marín
Nan llegó a la Cruz Roja del Santuario, donde trabajaba; a las siete de la tarde se dirigió a la central, por la ambulancia que estaba a su cargo, una Chevrolet que a él le había tocado estrenar a inicios de la temporada. Había tomado cursos de primeros auxilios con tres niveles de dificultad, y diplomado de dos años en técnicas paramédicas; luego había hecho servicio social como voluntario, donde destacó por su rapidez para tomar decisiones y su efectividad en la agitación de las emergencias. Como era sábado, las llamadas no se hicieron esperar.
La recepcionista le pasó el reporte:
Nombre: Josefina Belmonte
Incidente: Volcadura en automóvil, presuntamente voluntaria.
Domicilio: Canal del Chuvíscar, a la altura de Avenida Las Industrias.
Responsable del aviso: Juan Bermúdez
Trece minutos después, Nan y su copiloto, también paramédico avezado, bajaron de la unidad, cuyas luces permanecieron prendidas haciendo una escandalera visual en medio de la noche que iniciaba. Con agilidad profesional descolgaron desde lo alto del puente dos escaleras de cuerda por donde bajaron casi al vuelo, cargando una camilla plegable y un kit de urgencias. Casi clavado sobre el fondo de concreto, recargado sobre la cortina del canal, había quedado el carro, en aquella posición inverosímil: un Honda Accord nuevecito de color blanco. Al asomarse por la ventana vieron a una mujer que trataba de zafarse de la bolsa de aire que le había salvado la vida, a pesar de su intención de arrancársela de tajo.
El acto de rescate fue casi heroico por el grado de dificultad. La llevaron al Hospital Ángeles y después del examen de ingreso la pasaron al quirófano para una cirugía, porque se había fracturado las dos piernas.
A pesar de todo, la tóxica muerte le llegó a la mujer a través del plan B de su voluntad suicida, pues antes de su violento impulso de volcarse en su carro ella había tomado 27 somníferos fatales.