Por Jaime García Chávez
Con la publicación reciente de un artículo de Jean Meyer en El Universal, “Falsificar la Segunda Guerra Mundial”, me provocaron reflexiones en torno al uso de la historia con fines que le son ajenos, si por tal entendemos la ciencia que esclarece o se aproxima a la verdad para que en realidad sirva como maestra de la vida, de acuerdo a viejo concepto filosófico.
En estos días en todo el mundo se conmemora el 80 aniversario de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial y de cómo los aliados conjuraron la amenaza del nazifascismo. Sin duda el hecho tiene un relieve enorme y por eso en las grandes capitales la efeméride no ha pasado desapercibida. Lamentablemente, cuando los vientos de guerra se advierten en todo el mundo de nuevo, y estamos en presencia del genocidio en Palestina, se recuerdan los orígenes de un conflicto que tiende a repetirse en el mundo contemporáneo.
Meyer subraya la manipulación que hoy hace el dictador de Rusia, Vladimir Putin, al llamar “Gran Guerra Patriótica” a la que la Unión Soviética libró contra la Alemania de Adolfo Hitler. Miente el premier ruso y distorsiona el papel de la historia al pretender ocultar hechos tan notables y que están en la memoria de todos, como el pacto de no agresión que celebró Stalin con Hitler para dividirse a Polonia y abrir las puertas para que los nazis invadieran a ese país. Igual se oculta la anexión de los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), y la dura situación que tuvo que encarar Finlandia con la Unión Soviética.
Cuando se ha examinado la gestación, desarrollo y conclusión de la Segunda Guerra Mundial, se ha justipreciado el papel de todos los que hicieron posible la victoria, particularmente en Europa. Ahí está el desempeño trascendental de la Inglaterra de Churchill, el rol que en Francia jugó Charles de Gaulle, la intervención de los Estados Unidos del demócrata Franklin D. Roosevelt, y sin duda la Unión Soviética. Una alianza mundial con aportes de muy diversa naturaleza, como para que ahora se vea bajo la óptica de Putin como un triunfo meramente patriótico y ruso.
Dice Putin que la Victoria le costó 27 millones de muertos a la URSS, y Meyer aclara que el ruso no precisa que la mayoría eran civiles, ni dice que 15 millones fueron ucranianos y bielorrusos. Así se manipula la historia cuando se le convierte en instrumento de legitimación y convencimiento de quien está al frente del poder. Se trata, lisa y llanamente, del opio de la historia.
En territorio soviético se libró el Sitio de Stalingrado, dramático y clave para la historia, pero también hubo batallas como las de El Alamein, por ejemplo, y muchas otras que estratégicamente fueron definiendo la derrota del nazifascismo. Y no está de más reconocer que la guerra en el Pacífico fue sorteada por los estadounidenses y que el imperialismo japonés fue combatido en batallas tan sangrientas como la de Okinawa, donde 240 mil personas, incluidas civiles, perdieron la vida, y que fue a la vez sofocado en la China continental, donde luego triunfó una revolución encabezada por el Partido Comunista con Mao Tse Tung. Iniciaba la amenaza termonuclear.
La alianza, como lo han demostrado destacados científicos, tiene un capítulo especial por el apoyo que Inglaterra, y sobre todo Estados Unidos, le dieron a la Rusia soviética de Stalin. Luego de la invasión de los nazis a la URSS, tanto Estados Unidos como Inglaterra firmaron convenios para apoyar a Rusia, sin reparar en las enormes divergencias que los distanciaban del comunismo soviético, entregando dinero, armas, materias primas y un préstamo sin intereses de un mil millones de dólares, que luego fue doblado.
Producto de estos convenios, la URSS recibió 18 mil 700 aviones, 10 mil 800 tanques, nueve mil 600 cañones, combustible especial, tecnologías para blindajes especiales, 44 mil 600 piezas de maquinaria pesada diversa, 1 mil 860 locomotoras que alcanzaron una cantidad de 9 millones 500 mil dólares, 52 mil jeeps, 375 mil camiones y surtían de pan y tocino a las tropas.
A ese nivel llegó la alianza, que se debe reconocer para el triunfo en conjunto, sin regateos para nadie, pero honrando la verdad.
Ese triunfalismo soviético había permeado tanto en la izquierda internacional que aquí en Chihuahua, por ejemplo, en una ocasión, Óscar González Eguiarte, el líder de la guerrilla que dio continuidad a la de Arturo Gámiz en Madera, me dijo con mucha pasión que la URSS había ganado la Segunda Guerra Mundial. Ausentes estaban de sus palabras el papel definitivo que jugaron muchos otros. Seguramente reproducía las versiones de Vicente Lombardo Toledano, dirigente del PPS, del que él mismo había sido partidario, en un tiempo de bipolaridad por la Guerra Fría. No se podía ocultar que había un síndrome de que el socialismo vencería no sin esfuerzos, pero sin ninguna duda. Hoy sabemos que no fue así, pero los continuadores de aquella dictadura estalinista, personificados hoy en Vladimir Putin, se empeñan en mantener la misma versión, 80 años después, porque saben que el opio de la historia adormece pueblos, los engaña y manipula.
Contrasta esa conmemoración con la que hace unos días se celebró en París, a la luz del Arco del Triunfo, donde cantó la griega Nana Mouskouri Va pensiero, conocida como El coro de los esclavos, del tercer acto de la ópera Nabucco, de Verdi, un verdadero canto de resistencia y libertad (ver video)
En un mundo ensombrecido por el genocidio en Gaza, los vientos de guerra entre India y Pakistán, y las amenazas expansionistas de Trump que le dan soporte a una reedición del fascismo en el planeta, que se escuche:
¡Oh, mi patria, tan bella y perdida!
¡Oh, recuerdo tan querido y fatal!
Arpa de oro de fatídicos vates,
¿por qué cuelgas muda del sauce?
Revive en nuestros pechos el recuerdo.
¡Que hable del tiempo que fue!