Por Jesús Chávez Marín
Fui a la casa de Ernesto por un pendiente del trabajo. A mediodía estábamos en la cocina revisando las cuentas cuando entró el papá desde la sala, donde conversaban la madre y las hermanas de Ernesto.
Vestía una bata raída y un sucio pantalón de pijama. A nadie saludó y los demás ni lo miraban, caminó muy lento hasta el refrigerador, sacó una cazuela con sopa de fideo y la puso en la mesa. De una vitrina tomó un plato que se miraba algo polvoso y se sirvió una porción de comida, sin calentarla. Se veía verde aquella pasta pero aún así comió sin hacer ningún gesto; no parecía que le gustara, solo se trataba de llenar el hueco del hambre con ese desayuno tardío.
Luego regresó a su recámara en silencio, con la misma indiferencia y abandono.