Por Hermann Bellinghausen
Apartir de la sicodelia y sus consecuencias artísticas, el rock coqueteó pasablemente con la mejor poesía inglesa. Beatles, Stones, Jefferson o Velvet la rozaron con frecuencia, pero poetas, lo que se dice poetas, fueron pocos: el Dylan de entonces, el malogrado Phil Ochs, Robin Williamson y algunos más. Bandas había que presumían inspirados letristas propios: King Crimson, Cream, Grateful Dead, pero ninguna logró la fusión con la poesía de un verdadero poeta como Procol Harum en la palabra de Keith Reid y la vitalidad melódica de Gary Brooker.
Un caso raro. Tan importante y fecunda banda es recordada por una sola canción. Para colmo, la primerita que grabaron, en 1967. El lanzamiento del sencillo A Whiter Shade of Pale tuvo un impacto indeleble difícil de explicar. Una letra hermosa, misteriosa, sugerente, una melodía bachiana, una voz dramática y una interpretación impecable. Comenzaban a ensayarse etiquetas para el rock, siendo barroco
una de las primeras gracias a Yesterday y Ruby Tuesday, pero la pálida sombra era el colmo. Adoptada como himno del Verano del Amor, ha sido por generaciones la rola para bailar pegaditos y darse el primer beso en la penumbra. José Agustín la puso completa como epígrafe de Abolición de la propiedad (1969) y admiró abiertamente al grupo.
El piano de Brooker, el órgano de Matthew Fisher y los versos de Reid no quedaron allí y produjeron un álbum, sin el hit que los hizo famosos. No vendió bien. Tal sería su destino. Entre 1967 y 1977 Procol Harum grabó nueve acetatos extraordinarios, ricos en canciones tocadas por la gracia, pero nunca más le pegó al gordo y quedó como la típica one hit wonder.
Su disco homónimo, ya rico en historias y hallazgos musicales, anunciaba la primera obra maestra: Shine On Brightly (1968). Sin pretenderse rockópera, ni sinfonía a la Rick Wakeman, sin pastiches tipo Keith Emerson, incluye una fantástica pantomima mística: In Held Twas In I.
El virtuoso Fisher todavía grabó un álbum más, el bellísimo A Salty Dog (1969), antes de abandonar la banda y volver a sus fuentes clásicas y de jazz, harto de competir con Brooker, quien se hizo líder y dueño de Procol Harum. La alineación definitiva se fija con el bajista (y pronto organista) Chris Copping, el sagaz percusionista BJ Wilson y un guitarrista genial, Robin Trower, ágil y blusero como su mentor Jimmi Hendrix. Así se avientan otros dos discos formidables, con altas dosis de rocanrol, que no han envejecido en absoluto: Home (1970) y Broken Barricades (1971).
Historias tristes y gozosas, mar de fondo, lirismo puro y observación irónica a la par del gran costumbrismo inglés de Paul McCartney y Ray Davis, la poesía de Keith Reid es, en mi opinión, la mejor del rock británico.
Cuando Antonio Cisneros reunió y tradujo en Londres Poesía inglesa contemporánea (Barral, 1975), justificó la ausencia de Lennon y McCartney (parte del Mersey Sound poético de Liverpool): Los pop son espectáculo y no imprenta
. Aunque Reid nunca pisaba el escenario, es otra ausencia que cabría en tal consideración.
El requinto salvaje de Trower (compositor ocasional) contrapuntea los teclados de Copping y Brooker, y subraya la voz de éste último, creando una mezcla de blues, balada surrealista, rock puro y sinfonismo pocas veces escuchada. Al abandonar el grupo, Trower siguió siendo magistral, como lo confirman sus colaboraciones, separadas por muchos años, con el bajista ex Cream Jack Bruce: Truce y Seven Moons.
La fórmula mágica de Procol Harum residió siempre en la sintonía de Gary y Keith. Lo siguió siendo en los álbumes Exotic Birds and Fruit, el demasiado pegajoso Grand Hotel, Procol Ninth y Something Magic. La voz de Gary Brooker era de aquellas que desde Gran Bretaña voltearon al blues de Chicago y Ray Charles, como sus colegas ocasionales Steve Winwood y Joe Cocker. Sin parecerse a Traffic (Procol Harum no abrevó en el jazz ni el folk), son bandas muy afines. En cuanto a su originalidad instrumental y su carácter único, resultan sólo comparables con The Band al otro lado del océano.
Nunca fue fácil etiquetar a los Harum, a quienes atribuyen junto a Moody Blues, el inicio del rock progresivo; rondaron la ópera de rock y la parodia social a la Kinks.
En 1971 se dieron el gusto de interpretar sus composiciones más suntuosas con orquesta sinfónica (la de Edmonton, Canadá) y un coro total, logrando una infrecuente fusión de rock y sinfonía, y la resurrección como hit modesto de Conquistador, compuesta enseguida de A Whiter Shade of Pale. Un público fiel mantuvo su seguimiento y admiración. En 1975 pudimos verlos aquí, en el Auditorio Nacional, cuando tales presentaciones eran escasas y no era grupo que causara tumultos.
Gary Brooker mantuvo sonando la marca Harum hasta 2017 con otros músicos y el repertorio sobreviviente. Ahora que murió caigo en cuenta de que su voz me ha acompañado toda la vida. Queda la poesía sonora de una fruta bien exótica: Procol Harum.
( Para José Agustín, en el otoño de nuestra locura )