Por Jesús Chávez Marín
— Enero 2003.- El reporte anual de la acción del doctor Arturo Rico Bovio como director del Instituto Chihuahuense de la Cultura podría comprimirse en esta frase: “es cierto que hicimos muy poquitas cosas, pero es que casi no nos dan presupuesto”.
El acertijo que no se ha resuelto es saber entonces cómo, sin presupuesto, se paga el salario de tan distinguido señor.
Rico Bovio considera que su única obligación es echar discursos almibarados en ceremonias oficiales: se le olvida que un funcionario moderno gestiona sus recursos, en lugar de tanta lamentación por partidas escasas.
Mientras tanto, la gente sigue esperando que Ignacio Medrano, jefe de la oficina de teatro, aparezca en escena luego de cuatro años de regentear una ciudad sin funciones ni espectáculos. Que la señorita Josefina Sandoval deje de improvisar kermesses del libro en lugar de ofrecer algún servicio a los escritores de la ciudad y del estado, ya que para eso, se supone, es ella jefa de la oficina de literatura. La lista podrá seguir, pero por ahora la dejamos en esos dos casos ejemplares.
Para no pecar de injustos, hay que señalar lo que sí funciona en ese Instituto: la Casa Redonda, dirigida con admirable disciplina por José Pedro Gaytán; el programa de publicaciones, con la puntual coordinación del editor Ramón Antonio Armendáriz; las exposiciones en el vestíbulo del Teatro de los Héroes, con la amable atención del artista José Arreguín, y la oficina de culturas étnicas del poeta Enrique Servín, quien además sacó este año su libro Hablemos tarahumar, valioso documento literario y lingüístico.
Pero todos los demás, luego de cuatro años, deberían ya de ponerle al trabajo, en lugar de seguirle diciendo a todo mundo que el gasto no alcanza ni para el agua del café.
Enero de 2003