Por John M. Ackerman
— Enrique Peña Nieto llegó al segundo aniversario de su gobierno, el 1º de diciembre de 2014, con una tasa de aprobación de solamente 39 por ciento. El ex presidente jamás pudo recuperarse después. Los constantes escándalos de corrupción y el desbordamiento de la violencia de Estado, ejemplificado por la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y la masacre de Nochixtlán, iban minando permanentemente su legitimidad durante lo que quedaba del sexenio.
El originario de Atlacomulco, estado de México, terminó su gestión con una tasa de aprobación de apenas 20 por ciento, el nivel más bajo de cualquier presidente en la historia reciente de México (https://oraculus.mx/aprobacion-presidencial/). Este escenario preparó el terreno para el gran vuelco político-electoral de 2018, en que la ciudadanía salió en masa a votar contra el viejo régimen de oprobio y en favor del único candidato que ofrecía un camino de renovación y transformación.
Hoy, la oposición a Andrés Manuel López Obrador ha hecho un esfuerzo desesperado por reditar el proceso de desgaste que sufrió Peña Nieto. Desde el primer día del gobierno actual ha intentado convertir cualquier incidente o tropiezo en la gran crisis del sexenio
que descarrilaría al gobierno. La oposición ha abrazado con particular emoción la llegada de la pandemia del Covid-19 como su tabla de salvación que supuestamente hundiría la popularidad de López Obrador.
Pero los opositores han fracasado olímpicamente. Si bien la aprobación para López Obrador sufrió una caída momentánea al principio de la pandemia, resultado de la situación de incertidumbre generalizada durante esas primeras semanas, en meses recientes todas las encuestas registran un sólido repunte con respecto a la aprobación ciudadana para el Presidente que ahora ronda 65 por ciento.
Así que López Obrador hoy llega a celebrar el segundo año de su gobierno desde una posición diametralmente opuesta a la de Peña Nieto en 2014. En lugar de un gobierno al borde del colapso, nos encontramos inmersos en un proceso de franca consolidación del liderazgo y el empuje de la administración actual.
Ahora bien, el cumplimiento de dos años en el poder tiene una relevancia particular desde un punto de vista constitucional. El artículo 84 de la Constitución señala que si por algún motivo hubiera una falta absoluta
del presidente durante los primeros dos años de su gestión se deben celebrar nuevas elecciones para seleccionar a su remplazo. En contraste, si la renuncia o la ausencia del presidente ocurriera después de haber cumplido dos años en el cargo, es el Congreso de la Unión quien nombra directamente al sustituto, sin tener que convocar a elecciones extraordinarias.
De todas formas, la administración actual no rehúye de ninguna manera a los procesos electorales. El 1º de junio se celebrarán comicios para gobernador en 15 entidades federativas y diputados federales en todo el país. Después, el 16 de julio, se realizará la consulta popular con respecto a la rendición de cuentas de los ex presidentes. Y posteriormente, durante el último trimestre de 2021, o el primero de 2022, tendrá lugar un referendo con respecto a la posible revocación de mandato de López Obrador.
En su desenfrenado esfuerzo por tumbar a AMLO antes de que cumpliera dos años en el poder, la oposición se había aglutinado principalmente alrededor de algunos medios de comunicación privados, como Reforma y Televisa, y líderes empresariales, como Claudio X. González, Gilberto Lozano y Gustavo de Hoyos. Pero ahora que la lucha pasa a la esfera electoral no será suficiente solamente gritar desde las gradas, sino que ahora tendrán que remangarse sus camisas y bajar a ras de tierra para hacer campaña directamente con la población.
En este nuevo contexto, tienen mucho sentido los llamados a la unidad entre las diferentes fracciones del PAN, PRD, PRI, MC, peñismo y calderonismo que hoy merodean por el escenario político nacional. Si cada una de esas facciones compite de manera separada en las elecciones de 2021 garantizarían un carro completo
para Morena por la división del voto antiobradorista.
Pero no sólo conviene a la oposición la formación de un bloque conservador único, sino también a la ciudadanía en general. Una división franca y limpia permitiría mayor claridad a la hora de depositar nuestros votos en la urna, en favor o en contra de la Cuarta Transformación.
Finalmente, una oposición unida también le convendría al mismo López Obrador. Lo que resiste, apoya
, decía Jesús Reyes Heroles, secretario de Gobernación durante el sexenio de José López Portillo. Sin una oposición sólida se aumentan las probabilidades de una implosión desde dentro de la misma Cuarta Transformación a partir de sus múltiples conflictos internos. Ello sería un escenario mucho más problemático para la continuidad del nuevo régimen que la pérdida de unas cuantas gubernaturas o escaños legislativos al viejo PRIANRD durante 2021.