Por Ernesto Camou Healy
— Hoy es Sábado de Gloria. En la liturgia yaqui este día es la culminación de un ritual que inició el Miércoles de Ceniza. Desde entonces varias bandas de chapayecas, o fariseos, andan deambulando por las calles y los barrios de las ciudades o caseríos donde se asientan los miembros de esta etnia: En Hermosillo, Cajeme, Guaymas, en cada uno de los pueblos tradicionales del río Yaqui o en Tucson, Arizona, en ese suburbio indígena al Sur de la ciudad conocido como Pascua Pueblo.
En aquel ya lejano inicio de la Cuaresma, cuando los fieles acuden a las iglesias a recibir la ceniza y la admonición de que “eres polvo y al polvo volverás…”, en los templos de las barriadas yaquis, detrás del altar, o de algún sitio medio escondido, salió un personaje estrambótico, ataviado con cobijas atadas al cuerpo con cinturones de cuero, portando una máscara de piel de bovino, ojos saltones, a veces cuernos, o algún adorno estrafalario en la testa, huaraches de vaqueta y tenabaris arriba de los tobillos, que lanzando aullidos tomó rumbo a la plaza cercana donde se le unieron algunos otros vestidos de manera similar: Son los chapayecas, que cumplen así con una “manda”, o promesa, de participar con esa función en la larga liturgia cuaresmal de su etnia.
Durante todo el periodo penitencial desempeñan un papel importante en la vida religiosa de su comunidad, y la nuestra en el caso de los habitantes de Hermosillo: Representan a personajes del inframundo que invaden barrios y calles, bailando sus danzas ancestrales para anunciar que muy pronto, en la semana mayor, va a tener lugar un acontecimiento descomunal que trastocará la historia y le dará un sentido nuevo: La aprehensión, pasión y crucifixión de Cristo, y su posterior resurrección. Al caminar por las calles, con música y bailes propios de su historia y tradición, haciendo travesuras y provocando ligeros desórdenes en casas y comercios, apuntan al misterio que anuncian.
Son 40 días de caminar, bailar, de no hablar, no convivir con sus mujeres, de dormir en las ramadas frente al templo; así cumplen con su papel en ese prolongado ritual premonitorio de la Pascua. Ya al llegar la Semana Santa van aliándose a otros participantes en el mismo protocolo religioso: Los soldados de Roma con quienes apresarán al Nazareno, para llevarlo a juicio y sacrificarlo. Las fuerzas del inframundo aunadas a la soldadesca romana tratarán de llevar a su culminación ese ritual.
Desde el Jueves Santo por la noche se hicieron con la figura de Jesús, lo apresaron y lo condujeron a la plaza para torturarlo y enjuiciarlo. El Viernes Santo, a las 3:00 de la tarde, lo sacrificaron en efigie, simbolizaron su propio Calvario en el espacio frente a la ramada, pero no pudieron conservar el cuerpo del Cristo muerto: Un grupo de mujeres y niños, todos vestidos de blanco, arrebataron la imagen y la llevaron a velar al interior del templo. Los fariseos y los soldados pasaron la noche en vela, amenazando con invadir el recinto sagrado.
El sábado por la mañana la turba compuesta por chapayecas y las huestes romanas deciden atacar la iglesia para robar el cuerpo del ajusticiado. Tres veces se lanzan contra las puertas de la iglesia y tres veces pierden la batalla cuando las mujeres y los niños los repelen arrojándoles flores hasta que desisten de su intento. Para entonces el pueblo yaqui, sus mujeres y niños, ha ganado la batalla y permiten que la figura abandone el templo, salga de su sepulcro simbólico, y se muestre redivivo. Mientras tanto los atacantes, para poner punto final a su larguísimo ritual, dan varias vueltas al solar mientras el público les azota las piernas con varas o pedazos de tela. Al terminar se despojan de sus mascarones, dejan de lado su identidad tenebrosa, hacen una enorme pira con leños y queman sus máscaras: ¡Cristo resucitó y se abrió la Gloria!