Por Jesús Chávez Marín
— [marzo 2010].–En la ciudad de Chihuahua trabajan muchos escritores: los que llenan cada día las planas de los cuatro diarios de la ciudad, dos matutinos y dos vespertinos. Los que escribimos en las páginas de las 15 revistas impresas que se publican en Chihuahua, la mayoría mensuales, algunas trimestrales y un anuario llamado Chihuahua hoy. Los que escriben en los 17 periódicos digitales; la mayoría de ellos son diarios y otros son revistas de constante actualización. En total, somos un montón. Hay quien asegura que en esta ciudad hay más escritores que lectores, pero esta frase de falso ingenio es injusta para los lectores de la ciudad, que son una multitud.
El arte de la escritura que se cultiva en nuestra vasta región es de buena calidad y extiende en una abanico extenso de temas, estilos, géneros y ediciones. Noticias, crónicas, poemas, relatos, novelas y dramaturgia. Y escritor es quien escribe, y punto. El autor de recetas de cocina tiene la misma dignidad profesional de quien escribe poemas. El periodista que todos los días informa a sus lectores con su prisa, suele ser un escritor ágil y preciso, su prosa es como el filo de una navaja de tan rápida y exacta.
Escribir es difícil, pero terminar un texto es uno de los actos más placenteros que existen. Por eso el acto de escribir trae aparejada su propia recompensa.
Hay tantos hombres y mujeres que, a pesar del dolor y las dificultades, nos dejaron un legado impresionante de escritura y formaron el alma de nuestra memoria colectiva. Les voy a contar un poco de uno de ellos, ahora muy conocido y como vulgarmente se dice: universal.
Las biografías de los escritores famosos se transforman en leyendas al paso de los años. A nuestra vida pública le encanta cocinar los datos objetivos, históricos, con los condimentos de la fantasía, de la fabulación, para que así las historias hallen su verdadera dimensión humana. Para que se expresen en la mezcla de lucidez y fantasía con la que se forja el mundo.
Cuenta la leyenda que Miguel de Cervantes escribió buena parte de su novela El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha tras las rejas de una prisión en Sevilla, en 1602, a la edad de 55 años.
Las fechas coinciden: la primera parte del Quijote apareció en 1605. Esta bella novela no fue trabajo de unos meses, claro, sino la escritura de toda una vida. Es entonces perfectamente posible que el tiempo cuando Cervantes fue prisionero escribiera muchas de sus páginas.
Resulta que él fue a dar al bote porque en 1594 recibió el encargo de cobrar en Granada unos atrasos que allá tenía el ministerio de Hacienda, después de ser nombrado recaudador. Pero habiéndose hecho responsable de los fondos que entregó a un banquero muy tranza, este no los depositó como era su deber.
Cervantes fue llamado a la Corte para que respondiera de aquella lana. Pero el pobre andaba siempre muy fregado y, como bien lo dice Carmen Marín, la poca pluma hace corriente al gallo. Y claro que fue a dar al bote. La segunda vez que fue prisionero, también sucedió por asuntos similares.
Además de sus prisiones y penurias económicas, Cervantes vivía atormentado por otro tipo de truenes familiares, profesionales y de negocios. Y a pesar de que se la rifó en batallas y en acciones marineras como la famosa batalla de Lepanto en 1571, en la que recibió dos heridas y una de las cuales le dejó estropeada la mano izquierda; y después de las expediciones contra Túnez y en la Goleta; y que luego fue apresado por corsarios argelinos y permaneció cautivo en Argel durante cinco largos años… a pesar de su trayectoria militar tan intensa y larga, nunca logró conseguir la pensión a que tenía derecho como premio por sus servicios a la patria.
No sabremos jamás, pero podremos imaginarlo, cuánto de sus experiencias de prisionero quedó en algunas de las imágenes cervantinas donde el arte de la escritura se convierte en símbolo de dolor y oscuridad.
Del aparente fracaso de su vida Cervantes supo estructurar el fondo de una obra genial, de una reflexión poética y consiguió trascender a su propia vida con el esplendoroso manantial de enseñanza que son sus libros. Conoció los perfiles de su país, los sórdidos, los populares y los aristocráticos. Expresó esa rica experiencia en un lenguaje idealista de profundo hiperrealismo. Su lenguaje armoniza la sencillez cordial, la honda comprensión del drama humano, el donaire y la gracia de la palabra española y un permanente afán de libertad.
Se ha dicho que el alma humana es como los territorios de la luna. Hay un lado luminoso y lleno de espejos. Otro, oscuro y lleno de secretos. Un artista navega siempre por esas dos zonas del ser humano. Los hilos de oro de la expresión y de la verdad se encuentran a veces en el profundo anhelo de amor con el que respiran aquellos hombres y algunas mujeres que para su desgracia vivieron algunos de sus días en las mazmorras de una cárcel concreta o de una cárcel mental.
Marzo 2010.