Presentación del libro Isla en el tiempo [Noviembre, 2000]
Por Jesús Chávez Marín
— Como el agua fresca de un manantial cuyos continentes salvajes penetraron una montaña antes de brotar, las palabras de la poesía se decantaron durante siglos y llegaron al poema desde infinitos cauces. Su significación y sonidos recorrieron por mar y por tierra los territorios que los hombres fueron descubriendo, conquistando, colonizando, habitando y en ocasiones también destruyendo con su presencia devastadora. Esa agua: las palabras, fueron ríos, lluvia, tempestades, torrentes, espejos, cristal sólido, lumbre líquida, tierra abandonada por el mar, cascadas de angustia, charcos de rencor, baño en el cuerpo de una mujer cuyo rostro fue iluminado por el placer y por el amor, ahogamiento de madrugadas tristes donde se suicidaron infinitos marineros hastiados de soledad, joyas minerales de todos los colores del sol, cuarzo de las montañas de Santa Eulalia donde los leñadores como mi abuelo Jesús Marín bajaban hacia su casa al atardecer, fueron rocío y lágrimas antes de llegar al sonido preciso del poema y cristalizar así las palabras de hombres y mujeres que el poeta conoció en su vida y soñó en la infancia.
Esta noche hemos sido invitados a escuchar las palabras de un poeta, navegante del lenguaje y de las ideas, que regresa para traernos la música, los poemas que encontró en un largo viaje no siempre placentero pero sí batallador y firme, y también los que forjó con sus manos y pulió durante años de jornadas intensas, de sol a sol como los que siembran trigo y maíz y también los poemas que surgieron de pronto en una iluminación que pudo detener empeñando la energía completa de su cuerpo y sorprendiéndose él mismo del resultado de una revelación que no esperaba y de pronto en sus manos encuentra el oro fino, el perfume, el canto, el fruto extraño de un racimo de palabras que alguien, un ser colectivo, imaginó para que él humildemente se ocupara de escribirlas.
En esta ciudad todos conocemos a Arturo Rico Bovio, este hombre extraño que camina ligero, ocupado en muchas tareas. Este filósofo de ideas rápidas que se asoman en su voz y en los textos como la corona visible del iceberg pletórico de historias, teorías, alquimia y ciencias en busca de su armonía. Señor de trato amable y sonrisa abierta, cuya cortesía parece en vías de extinción en este mundo pragmático gobernado por mercaderes cuya única alma está en un programa de discos cibernéticos y código de barras. Profesor de paciencia infinita con la ignorancia ajena, a la cual se ha dedicado a abatir desde los años sesentas en la Universidad Autónoma de Chihuahua que hoy es anfitriona de esta presentación de su tercer poemario.
Tan conocido como figura pública, solo muy pocos han escuchado su voz poética, los lectores que aún navegan como pterodáctilos sagrados en el antiguo mar de los libros en estos tiempos donde las ediciones de textos poéticos son escasas y en tirajes de 500 ejemplares para un país de 99 millones de habitantes y los lectores también parecen especie en extinción, al igual que los hombres educados y amables y las damas de buen corazón.
En este libro, Isla en el tiempo, Arturo Rico Bovio da una sorpresa. Sus poemas anteriores eran breves, pulidos y japoneses; su perfume se guardaba en frascos de filigrana y las evocaciones eran un destello intenso de ensoñaciones apenas insinuadas. Pero ahora nos lleva en su barca: su libro, en un viaje por mares de diversos climas, llegamos a las tierras de una intimidad inesperada y a las selvas de sus pensamientos secretos.
En la primera parte, el material semántico es una mezcla original y arriesgada de las señales de su identidad con los elementos que definen nuestra época. El viaje inicia con este poema titulado “Mi tiempo”:
Arabescos de agua y viento
en las ventanas:
el tiempo
juega a hablar de cosas serias
y yo
—muy quieto—
a quedarme en silencio,
escuchándolo, leyéndolo.
Hay una insistencia en dejar señalada su presencia en los lugares y las épocas que visita. La palabras: yo, mi, nosotros, nuestros, parecen una defensa terca y firme de la propia identidad ante el riesgo de esfumarse en el corpus enorme de información y elaboraciones conceptuales en las que entra este autor como en un una tormenta marina. Ideas de diversos códigos hacen sentir su fuerza: la historia, la astronomía y la ciencia enloquecidas por la alquimia, la astrología y la mitología amenazan al navegante como voces de sirenas delirantes. Él se mantiene firme y se atreve a jugar con las ideas para convertirlas en imágenes, en música, en poema.
Escuchen ustedes este otro texto, titulado “Parábolas”:
Musgo que crece
entre las nervaduras del alma.
Florecimiento verde
balbuceo de latir
asoma
por las rendijas codiciosas
del tiempo.
Inundado de sedes
vampiro de sol y clorofila
voy llenando mis cráteres
gota a gota
con el rocío del color nuevo.
Veo brotar en mí
cristales húmedos
ramificaciones
de un ciclo interminable.
Aquí y allá
dejando las marcas
—pinceladas, brochazos gruesos—
de ineludible tránsito
clavo mi estaca y digo:
esto es mío.
Sin embargo
mil planetas han profanado
los sagrados campos
del recinto oracular
—acumulaciones pedregosas
osarios desvaídos—.
Quiero abjurar del pretérito
y me encuentro traspasado
—despojo de coleccionista
prendido entre los pliegues
de mi propio sudario—.
Al igual que ayer
con el temblor que presagia la emergencia
de una selva de palabras
tercas y ondulantes
que se extienden gozosas
bajo las caricias solares
tomo
mi porción de migajas
y ebrio
me voy dando tumbos
escribiendo–describiendo
parábolas
del brazo con mis pensamientos.
En esta primera parte hay una lluvia de metáforas que iluminan la oscuridad de un espejo en la noche:
la soleada eternidad de espina
la voz que irrumpe y quiebra el firmamento
sobre el tambor doliente de la espera
vacío el cesto y el anzuelo
clavado en la garganta
en el firmamento chinesco de mi tierra
volcado en el cuenco de los ritos
Noche donde las luces forman
de los hombres fantasmas,
de las sombras cuerpos
y me paso la vida adivinando
los enlarvados sueños de los otros
Luego viene, en la segunda parte, una síntesis que es como la llegada a tierra firme después de una navegación antigua y tormentosa, no solo del poeta sino también de una multitud de hombres perdidos en la Historia:
Hemos hecho las paces
con el tiempo sido
en la paz y la guerra
de las cuatro paredes
como puntos cardinales
de nuestra tierra.
No hubo un quinto sol
ni un fuego nuevo;
los dioses se cansaron
de ser portaestandartes
de los signos de las cosas
y con la marcha grave de los condenados.
No solo es este un libro de viaje interior y épico. También es un libro de amor y galantería. Por ejemplo:
Pienso en tus ojos inmensos
crecidos
por su bulimia de lunas.
En un mar de tinta arábiga
escrito sin darte cuenta
tras tus pupilas.
También es un libro de profundo lamento por el destino colectivo donde nos condenan nuestras injusticias milenarias, como en este doloroso texto:
Te lo digo hoy
mientras se cubre de humedad
mi pensamiento
y la ciudad encinta de tristeza
clama al exilio del sol
en el tiritar
de plazas y canteras.
El frío se cobija en los hogares
de calles sin nombre
para asomarse
por mil ojos
en la tarde.
Así con todo
un saborcillo de reseco amargo
que guardo entre mis deudas viejas
en la bolsa secreta de mi saco,
te hablo
entrecortadamente
de mi dolor por ti.
Hay muchas razones por la que nos conviene leer este libro de poemas, iniciar este viaje. La más visible razón es esta: el sonido abstracto de un pensamiento ágil manejado con la sensibilidad en carne viva de este buen poeta llamado Arturo Rico Bovio.
Noviembre de 2000