En esta ciudad también moran y laboran los Abascales [abril 2001]
Por Jesús Chávez Marín
—El caso Abascal no hubiera sido tan comentado en estos días si la rabia puritana que condenó al fuego de la censura a la bella novela Aura, de Carlos Fuentes, y a Los doce cuentos peregrinos, de García Márquez, hubiera sido destilada por cualquier persona común y corriente. Pero se trataba del torquemada Carlos Abascal, secretario de trabajo y previsión social en el gobierno de Vicente Fox.
El pleito estuvo así: el señor vio a su hija Luz del Carmen cuando hacía la tarea, y le preguntó:
—Mi reina, ¿qué estás leyendo?
—Un libro bien padre, papi, que se llama Aura. Se trata de una señora muy vieja que contrata a un historiador para que le ordene sus papeles.
El sagrado padre de familia le dio un vistazo rápido a la novela y localizó la escena donde Felipe Montero y la bella sobrina de Consuelo Llorente retozan en el lecho. Cuando leyó aquello, Abascal se ruborizó como el infierno y pensó a gritos: pero cómo es posible que mi niña de 13 años esté leyendo esta pornografía para adultos.
Salió hecho la mocha rumbo al Instituto Félix de Jesús Rougier, donde Luz del Carmen su hija estudia el tercero de secundaria. Se enteró de que la maestra de Español era Georgina Rábago y exigió allí mismo que le pusieran remedio de inmediato a este asunto tan delicado. La maestra recibió un acta furiosa y al siguiente día la despidieron.
Todo hubiera quedado así arreglado en forma discreta, pero la literata Georgina decidió hacerla mucho de tos: salió en la tele diciendo que había sido víctima de una injusticia de lo más perversa. La directora de la escuela se asustó y le dijo que siempre no la corría, que volviera a sus clases pero que pusiera otras lecturas, no sé, por ejemplo Mujercitas o El principito o Juventud en éxtasis.
Pero ya para entonces los caricaturistas y los articulistas más mulas se andaban almorzando vivo al secretario Abascal, que de fanático intolerante no lo bajaron. Carlos Fuentes declaró en Nueva York muerto de risa que su mejor agente de ventas en esos días era Abascal, pues las ventas de sus libros se fueron hasta las nubes con los comentarios tan folklóricos del furioso funcionario.
La verdad el asunto no merece tanta tinta y tanta rabia. Para quienes hemos sido profesores de literatura suele ser un problema cotidiano la censura; los primeros que la ejercen son los dirigentes educativos. Por ejemplo, una vez me llamó a su oficina la ingeniera Carmen Teruel, directora del Colegio de Bachilleres plantel 4, y me dijo: oiga, maestro, se quejaron conmigo unas madres de familia que son testigas de Jehová de que usted se puso a los niños en el pizarrón un texto “muy fuerte” de Pablo Neruda. Explíqueme de inmediato cómo está ese asunto.
Con toda paciencia le informé que se trataba de un poema de amor escrito en 1953, donde la protagonista era Matilde Urrutia. Que el texto era útil por su sencillez y por su forma para que los alumnos aprendieran la estructura de un poema, y que ese poema titulado “En ti la tierra” viene en el libro Los versos del capitán, de Pablo Neruda. En fin. Que en los cinco grupos de cuarto semestre donde yo daba clase de Literatura II había 250 discípulos, por lo tanto el fanatismo de unas cuantas madres de familia no formaban un criterio representativo.
Pero ella no entendió, porque al siguiente semestre no volví a tener ni mis cinco grupos, ni una sola hora clase en aquel colegio. Gajes del oficio para un profesor mexicano de literatura.
Abril 2001