Por Gustavo Esteva
—Fue una semana pesada… que empezó hace mucho tiempo.
Para Carlos Salinas, México no tenía más opción que subirse a la locomotora norteamericana, aunque fuese de cabús. Para vender el país sin demasiada turbulencia, malbarató bienes públicos y repartió recursos por todas partes. Para los pobres reservó programas sociales, diseñados por el Banco Mundial, que los educaban en el consumo. Reducido ya el sector público, quedaba una anomalía impropia de una sociedad capitalista: la tierra estaba fuera del mercado. Con apoyo de las organizaciones campesinas reformó la Constitución, para que empresarios modernos liberaran a los pobres ejidatarios de su atadura a la parcela.
Cumplidas esas dos condiciones fue posible firmar el tratado de libre comercio, gracias al cual se desmanteló buena parte del aparato productivo mexicano, se generó la peor de las dependencias –la del estómago– y se produjo profunda desigualdad: hay mexicanos entre los más pobres y los más ricos del mundo. Nuestros salarios resultaron inferiores a los de China. Veinte millones de campesinos fueron expulsados de sus tierras y emigraron a otros países o a las maquiladoras de la frontera, bajo condiciones miserables.
Se intensificó brutalmente el ataque a la subsistencia autónoma que define al capitalismo. “Mi obligación como secretario de Agricultura –declaró Carlos Hank en 1991– es expulsar del campo a 10 millones de campesinos.” Que sean jardineros en Texas o pongan su changarro, declaró Fox en 2001, cuando su secretario de Agricultura subió la meta a 20 millones. El reparto de dineros fue insuficiente para mantener cierta estabilidad. Se apeló entonces a la violencia que nos desborda cada vez más.
Tienen sólidos motivos la señora Pelosi y Trump para celebrar su triunfo. Con su habitual moderación, el presidente estadunidense festejó el mejor tratado comercial firmado por su país.
No se entiende bien qué celebran partidos y funcionarios mexicanos. Se estimulará la inversión privada. El clima favorable a los negocios reanimará la floja economía. Pero el precio es inmenso. Despojo y saqueo serán aún más graves.
El maíz olotón, de la Sierra Norte de Oaxaca, es prodigio de la ciencia campesina. Sus raíces captan el nitrógeno atmosférico y crece hasta cuatro o cinco metros en tierras altas y pobres. La empresa trasnacional Mars Inc intenta patentarlo. Lo defienden campesinos indígenas, sus legítimos dueños, y una serie de organizaciones agrupadas en el Espacio Estatal de Defensa del Maíz Nativo.
El nuevo tratado será una vía para facilitar y generalizar ese despojo. Ésta es sólo una de las dimensiones de un arreglo que continúa las atrocidades realizadas por décadas por la mafia en el poder. Se sabrá de muchas otras cuando se conozcan detalles del documento.
En Madrid, esta misma semana, los activistas fueron expulsados de la COP25, en cuyos salones tenían espacios de exhibición algunos de los principales contaminadores del planeta. La Cumbre del Clima fue un pálido remedo de la Cumbre de la Tierra, la que en 1992, en Río de Janeiro, ofició la boda de la ecología con el desarrollo para que la envoltura verde sirviera de promoción comercial.
El truco es conocido: globalizar la ecología. El énfasis en los problemas globales, como el efecto invernadero, revivió el mito mecanicista del gobierno o manejo de la naturaleza, a escala global, en torno a la nueva metáfora de la tierra como totalidad cibernética. Tal énfasis exigió desde entonces soluciones globales, confiadas a políticos, empresarios y técnicos capaces de concebirlas e implementarlas.
Se aplicará de nuevo la brillante imagen que concibió en 1992 Juan José Consejo: Tras llegar a la cumbre todo camino es descenso. Los gobiernos de 196 países reconocieron sin pudor la ineficacia de cuanto dicen y acuerdan. Las emisiones de efecto invernadero, por ejemplo, que siguen presentándose como el enemigo a vencer, llegarán en 2019 a su nivel más alto. No ha habido reducción alguna a pesar de acuerdos y compromisos universales… que volvieron a repetirse en Madrid, rezando el mismo evangelio de hace 30 años.
Quienes empezaron entonces a perder confianza en las autoridades pero todavía esperaban algo de ellas sufrieron la decepción final, sin caer en la desesperación. Pasaron a la acción, a la iniciativa, a tomar el asunto en sus manos. Se bajaron al fin de un tren que no los llevaba a parte alguna.
La evolución de Greta Thunberg ilustra bien el proceso. Empezó mirando hacia arriba, al Parlamento sueco. Siguió con la mirada clavada en las autoridades. En Nueva York, en septiembre, mostraba ya su impaciencia. ¡Cómo se atreven!, expresó en Naciones Unidas. Ahora subrayó: Los líderes nos están traicionando y no vamos a permitir que eso siga sucediendo. Y precisó: La esperanza no viene de gobiernos y empresas, sino de la sociedad y de las personas que comienzan a despertar.
En una guerra es indispensable saber claramente quiénes son los aliados y quiénes los enemigos.