Fuentes y Vargas Llosa


Por Jesús Chávez Marín

—Como un regalo para las lectoras de Oserí, voy a recomendarles dos novelas para que lean a gusto: Los años con Laura Díaz, del novelista mexicano Carlos Fuentes, y La fiesta del Chivo, del peruano Mario Vargas Llosa, aunque también les ponemos su repasada crítica.

1. Los años con Laura Díaz: En la narrativa mexicana de los noventas del siglo pasado, las mujeres se pusieron de moda. Ángeles Mastretta logró escribir un best seller muy afortunado, su novela Arráncame la vida fue un gran éxito de librería, agotó varias ediciones y ha sido traducida al inglés, francés, alemán, italiano y otros idiomas. Tres años después Laura Esquivel repitió la hazaña con su famosa Como agua para chocolate.

También como personajes de ficción andan de moda las mujeres: Tinísima de Elena Poniatowska; Paula de Isabel Allende, donde esta autora cuenta su vida y la de su hija, que en el presente del relato vive sus últimos días muriendo de una extraña enfermedad hereditaria; Eva Perón en la más ambiciosa película de Madonna; Frida Kahlo en las pasarelas de Nueva York.

En su más reciente novela, Los años con Laura Díaz, Carlos Fuentes le entra al mercado de esta tendencia del comercio literario, luego de un intento fallido con la misma fórmula en su novela Diana la cazadora solitaria, donde narró su aventura amorosa con una actriz de Hollywood.

Laura Díaz es un personaje de ficción tan artificial que ya ni siquiera resulta de cartón, sino de carteles de publicidad que anuncia los tópicos comunes de la cultura pop mexicana: es hija consentida de familia como Angélica María; tiene una abuela alemana tan dulce como Prudencia Grifel, enamorada platónica de Chucho el Roto; se casa con un pelafustán como la perrita de La dama y el vagabundo; se enamora perdidamente de un torero anarquista que trabaja de espía de la República Española en tiempos de Franco y acaba más amargado que José José, recluido en un convento disfrazado de Ángel Garaza; se vuelve chica rebelde como Julissa y manda todo a volar; se mete a trabajar de gata con la neurótica Frida Kahlo y con su marido simplón y presumido Diego Rivera; tardíamente se vuelve una madre amorosa de su hijo Santiago el Menor, quien muere anacrónicamente de sida para truncar una brillante carrera de pintor alucinado; Laura Díaz termina de abuelita del cine nacional a la que le mataron en un rojo amanecer a su nieto en 1968 en Tlatelolco; pero también es mamá de un contratista del PRI, amante de un gringo decrépito y sucio, viejita alivianada que triunfa como fotógrafa, suicida misteriosa en la selva de Catemaco y modelo feminista para las furias de género.

Es sorprendente que el maestro Fuentes, el escritor mexicano más notable de nuestra época, cuya lucidez y caudalosa información son un espectáculo fascinante, sea también capaz de escribir una novela deficiente como esta de Los años con Laura Díaz, cuyo material narrativo es el chantaje sentimental, el anecdotario frívolo de artistas y políticos mexicanos de los años veintes y de los años cincuentas y la descarada intención de vender muchos ejemplares de una obra sin más valores literarios que el indudable talento de verbalización del más grande escritor mexicano del siglo 20.

2. La fiesta del Chivo: El libro de Vargas Llosa es otra novela de dictadores. Cuando Martín Luis Guzmán escribió La sombra del caudillo, fundó con su refinada prosa un tema que habría de alcanzar una dimensión casi mítica en la tradición literaria del idioma español: el tema del dictador latinoamericano, del que habrían de ocuparse los más grandes novelistas del siglo 20. Por ese mismo tiempo, también el escritor y aventurero español Ramón María del Valle Inclán escribió Tirano Banderas, divertida historia donde ese autor inaugura su forma esperpéntica.

Años después saldrían dictadores de todos los estilos en la novelística latinoamericana, desde la ficción más fantasiosa de aquel estilo que se le llamó realismo mágico hasta las más realistas y casi biográficas

En el primer ambiente estético están El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias; El otoño del patriarca, de García Márquez y Maten al león, de Jorge Ibargüengoitia. En el segundo, El recurso del método, de Alejo Carpentier; Yo el supremo, de Augusto Roa Bastos y ahora La fiesta del Chivo.

Un rico caudal de anécdotas de la más dolorosa y desaforada vida real han sido registradas en la escritura artística. Los anhelos afrancesados de Porfirio Díaz; las costumbres monacales y crueles de Rodríguez Francia, dictador casi eterno de Paraguay; el fascismo rioplatense de Perón; la ficción de república peruana de Odría y hasta las más recientes lágrimas del criollo López Portillo, las mansiones griegas de Durazo, su amigo de la infancia, las paraestatales portátiles de Echeverría, las aventuras terribles del capo Salinas, su hermano Raúl y su folklórico asesor francés Joseph Marie Córdova y los rollos caribeños y la crueldad judicial del abuelo terco Fidel Castro.

En La fiesta del Chivo, Mario Vargas Llosa cuenta la historia del atentado que acabó con la vida de Rafael Leónidas Trujillo Molina, quien gobernó durante 31 años República Dominicana y fue muerto a balazos el 30 de mayo de 1961 por un grupo de conspiradores, entre los que andaban un militar del régimen, un líder religioso, un empresario y un funcionario del gobierno. Luego se dijo que en el complot también participaron como autores intelectuales algunos obispos norteamericanos, varios agentes de la CIA y hasta el mismo presidente en funciones Joaquín Balaguer, a quien Trujillo había impuesto en la silla presidencial.

La estructura de la novela es sencilla, se alternan capítulos de tres tiempos narrativos: en el primero aparece Urania Cabral, una cuarentona soltera que es ejecutiva del Banco Mundial en Nueva York, quien regresa al terruño, a Santo Domingo, a reencontrarse con su papi en ruinas y con sus primas Lucindita y Manolita. El padre fue Agustín Cabral, quien gobernó la patria junto con el jefe máximo.

La segunda secuencia, alternada en otros capítulos, es la crónica del atentado y las historias personales en los recuerdos de los conspiradores.

Y la tercera secuencia es un día en la vida de Trujillo, quien se levanta, como siempre, a las cuatro de la mañana y esta vez recuerda las palabras de su sargento gringo que le enseñó a ser hombre rudo y le dijo: “Irás lejos, Trujillo”.

—Había ido, sí, gracias a esa disciplina despiadada, de héroes y místicos, que le enseñaron los marines —afirma el narrador de esta novela de Vargas Llosa, quien deja traslucir cierta admiración por este dictador disciplinado y cruel.

Hasta aquí por ahora, ya tienen buena lectura para el otoño que viene.

Agosto 2010

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