Por Anabel Hernández/ Deutsche Welle
—Trump dijo que “el odio” no tiene cabida en Estados Unidos y debe condenarse el racismo, el supremacismo blanco y la intolerancia. Tendría que ser él el primero en entender ese mensaje.
Elsa Mendoza de 59 años de edad era maestra y directora en una escuela donde se daba atención a niños con necesidades especiales en Ciudad Juárez, Chihuahua. El sábado 3 de agosto junto con su esposo y uno de sus dos hijos cruzó la línea fronteriza entre Juárez y El Paso, Texas, para visitar a unos familiares como lo hacía cotidianamente. Cerca de las once de la mañana se encontraba en el Wallmart de Cielo Vista Mall cuando el ciudadano estadounidense Patrick Crusius, de 21 años de edad, abrió fuego contra la multitud para ‘matar mexicanos’.
El cuerpo de Elsa regresó esta semana a Ciudad Juárez en una carroza fúnebre. Es una de las 8 víctimas de nacionalidad mexicana de la masacre en la que 20 personas murieron y 26 resultaron heridas. Junto con ella murieron Sarita Regalado y su esposo Adolfo Cerros, María Eugenia Legarreta, Jorge Calvillo, Gloria Irma Márquez, Iván Filiberto Manzano y Juan de Dios Velázquez. Todos ellos tenían tres cosas en común: vivían y trabajaban en la franja fronteriza, cruzaban habitualmente de manera legal, y en sus círculos sociales eran conocidos por ser personas que contribuían a mejorar la sociedad.
La distancia entre la casa de la maestra Elsa y el Wallmart donde ocurrió el ataque es de menos de 10 kilómetros. Ciudad Juárez y El Paso en realidad son una sola ciudad. Un mismo paisaje polvoriento y desértico las envuelve. Las avenidas que atraviesan una pasan por la otra y comparten hasta el mismo nombre. Frecuentemente integrantes de una misma familia viven en uno y otro lado de la frontera y se reúnen los fines de semana ya sea en el lado mexicano o americano.
Lo único que en realidad separa a las dos ciudades es el Río Bravo, que en realidad es un pequeño hilo de agua, y una alambrada que a los pocos metros de distancia visualmente se desvanece. Realmente, la forma más clara para distinguir dónde termina Juárez y dónde comienza El Paso es la extraña escultura monumental en forma de X color rojo que se encuentra en el lado mexicano.
Cerca de diez mil personas cruzan todos los días legalmente de una ciudad a otra a pie, en transporte público, camiones de carga o vehículos particulares a través de cuatro puntos de cruce migratorio. Muchos de estos miles viajan cada mañana de Juárez a El Paso para ir a sus trabajos y la escuela, e ir al supermercado. De El Paso a Juárez para ir a llenar sus tanques de gasolina, ir a la farmacia o consulta médica, porque es más barato y por entretenimiento.
Muchos otros mexicanos y migrantes de distintos lugares de América Latina cruzan de manera ilegal por el desierto en la búsqueda de trabajo poniendo en riesgo sus propias vidas huyendo de la pobreza, la violencia, o las dos cosas.
Este flujo migratorio tiene una historia. Fue auspiciado por ambos países en 1942 con la firma del acuerdo bilateral “Programa Bracero”, mientras ocurría la Segunda Guerra Mundial. El objetivo era contratar mano de obra de mexicanos que le permitiera a la economía de Estados Unidos solventar el déficit de trabajadores ya que una parte de los suyos fueron enviados al campo de batalla. Aunque la guerra terminó tres años después, los dos gobiernos extendieron el “Programa Bracero” hasta 1964, ya que en la posguerra la economía de Estados Unidos creció exponencialmente (* Fuente de información: catedraunescodh.unam.mx). Esto explica por qué el 83 por ciento de 680 mil habitantes de El Paso son de ascendencia hispana. En su gran mayoría mexicanos.
Durante cuatro años consecutivos Donald Trump, a través de Twitter, ha realizado una campaña masiva de odio contra los mexicanos en particular, y los migrantes en general. Lo hace desde el 16 de junio de 2015 cuando anunció que buscaría la candidatura del partido Republicano a la Presidencia.
“La gente que nos envía México no es de lo mejor, están enviando gente que tiene muchos problemas…traen droga, son violadores, y algunos supongo serán gente buena pero yo hablo con gentes de la frontera y me cuenta lo que hay”, dijo Trump ese día.
En su campaña anunció que si ganaba la presidencia ordenaría construir un muro en los 3.000 kilómetros de frontera con México.
El discurso insultante encontró eco en un nicho de la población americana que por años se había mantenido en un rol, por llamarlo de algún modo, discreto. Yo vivía en la bahía de San Francisco, California, cuando Trump inició su campaña. En esa zona progresista los académicos de la prestigiada Universidad de Berkeley se burlaban del empresario. Lo llamaban “payaso”, “ridículo”, “ignorante” y estaban seguros de que nadie así podría llegar a la presidencia en Estados Unidos. Y estuve ahí cuando en noviembre de 2016 resultó electo presidente. Vi a una clase intelectual llorando, sin entender lo que estaba pasando. Una maestra del departamento de Español y Portugués dijo: “Este es el peor día de mi vida”.
La actitud de algunos estadounidenses comenzó a cambiar incluso en zonas no racistas. Por ejemplo en Santa Cruz, California. Recuerdo que una profesional estadounidense me contó con indignación y alarma como tras el triunfo de Trump le tocó presenciar que, en una playa que ella visitaba todos los días, una familia hispana fue corrida del lugar por otra familia estadounidense, solo por eso, por ser hispana.
La propaganda de odio de Trump ha continuado de manera constante:
“México está permitiendo a miles pasar a través y hasta nuestra estúpida puerta abierta. Los mexicanos se están riendo de nosotros mientras los autobuses pasan”. “México está estafando totalmente a los Estados Unidos”. “Desde el 2000 Carolina de Norte perdió 300 mil empleos de manufactura y Ohio 400 mil que se llevaron a México”. “El sistema judicial mexicano es corrupto como gran parte de México. Paguen el dinero que me deben ahora y dejen de enviar criminales a nuestra frontera”. “México no es nuestro amigo, ellos nos están matando en la frontera y ellos están matándonos en empleo y comercio”. “Construiré un muro y haré que México pague por él”. Son algunas de sus frases en Twitter durante los últimos cuatro años.
Es histórica la ignorancia en los discursos de odio en el mundo. El de Trump no es la excepción. En sus mensajes racistas nunca menciona la existencia del “Programa Bracero”, ni la riqueza que la mano de obra legal e ilegal de mexicanos ha generado en Estados Unidos por décadas. También omite mencionar que las drogas que más consumen los ciudadanos estadounidenses no son las traficadas por los carteles mexicanos, sino las medicinas con opiáceos que producen legalmente empresas farmacéuticas estadounidenses y que se adquieren en un mercado ilegal de recetas médicas emitidas en ese país. Según un informe publicado en octubre de 2018 por la agencia antidrogas de Estados Unidos (DEA), son esos medicamentos de prescripción controlados los responsables de la mayor cantidad de muertes por sobredosis desde 2001, en ese país, más que cualquier droga ilegal.
“México se ha provechado de Estados Unidos durante décadas… México ha hecho una fortuna de los Estados Unidos por décadas”, escribió Trump apenas en junio de 2019.
En un manifiesto racista anti inmigrantes que la policía de Texas atribuye a Patrick Crusius este habla de la “invasión hispana a Texas” y del riesgo que implica que ellos tomaran control económico y político del Estado. “Si podemos deshacernosde suficientes personas, nuestra forma de vida puede ser más sostenible”, escribió el joven que,armado con un rifle de asalto AKA 47, manejó durante toda la madrugada durante más de nueve horas de Allen, Texas, hasta el Wallmart donde abrió fuego directo contra los cientos de personas que ahí se encontraban. El objetivo era ‘matar a tantos mexicanos como fuera posible’, confesó tras ser detenido.
“La enfermedad mental y el odio jalaron el gatillo, no lo hizo el arma”, dijo Trump sobre la masacre en El Paso. El hombre que busca reelegirse para un nuevo periodo de gobierno dijo que “el odio” no tenía cabida en Estados Unidos y debe condenarse el racismo, el supremacismo blanco y la intolerancia. Tendría que ser él el primero en entender ese mensaje.
Es imposible aún calcular las repercusiones que el crimen racista perpetrado en El Paso tendrá en Estados Unidos y México. Pero quisiera hacer énfasis en una cosa. He leído decenas de mensajes publicados por amigos, familiares, y colegas de trabajo de la maestra Elsa Mendoza donde hablan de su actitud amorosa, solidaria y alegre para con los demás. Seguramente ella no enfatizaba en las diferencias de sus alumnos y los otros, sino en sus semejanzas y el gran potencial de sumar sus fortalezas, a diferencia de Trump.