Por Francisco Ortiz Pinchetti
Entre más nostalgias que alegrías, con aromas navideños inevitables, termina ya este 2024. Año difícil, aciago diría yo, y para muchos definitivamente funesto. Catastrófico para la democracia mexicana.
En lo personal, recibí expresiones abundantes y enormes de afecto y solidaridad que agradezco a cada uno de mis familiares y amigos. También tuve satisfacciones profesionales y una salud excelente. Hube que sufrir sin embargo la pérdida de mis dos hermanos mayores, José Agustín y Humberto José, con un intervalo de apenas tres meses.
En lo social, se mantuvo prácticamente inalterable el clima de inseguridad que se vive en el país, que se ha agudizado en los últimos meses. El número de asesinatos en el año volvió a estar de nuevo arriba de los 30 mil (82.3 por día, en promedio), con lo que el total en el sexenio de Andrés Manuel López Obrador habrá rebasado todo precedente, con más de 200 mil víctimas.
Particularmente en Sinaloa se vive una auténtica guerra entre los seguidores del Chapo Guzmán y los del Mayo Zambada, que ha costado más de 500 muertos y 600 desaparecidos en solo 100 días. Una masacre, pues.
En lo económico, México habrá crecido apenas un 1.3 por ciento en 2024, muy lejos de las metas propuestas por el gobierno que concluyó el pasado 30 de septiembre. Empleo y consumo a la baja e inflación persistente que apenas acusa una desaceleración en el último trimestre.
En lo político, un año que pudo marcar un nuevo y sólido avance democrático devino en una elección técnicamente impecable pero éticamente y políticamente lamentable. Fue evidentemente una elección de Estado, en la que el Presidente participó sin estar en la boleta. Hubo una compra masiva y descarada de voluntades y de votos a través de los programas sociales del gobierno, usados como chantaje y aplicados como extorsión. Funcionó también la estrategia lopezobradorista de confrontación entre los mexicanos.: los buenos y los malos.
En tanto, una oposición forzadamente coaligada fue absolutamente incapaz de contrarrestar esa estrategia y sobre todo de ofrecer una alternativa real al electorado, a pesar de tener en Xóchitl Gálvez una candidata atractiva que a como quiera alcanzó el respaldo de 27.45 por ciento de los votantes, lo que no es poca cosa. Los partidos coaligados parecieron paralizados ante el abrumador uso de medios, recursos y funcionarios al servicio de la campaña morenista.
Resultado de lo anterior, el oficialismo obtuvo una votación contundente a favor de su candidata Claudia Sheinbaum Pardo, que llegó al 59.76 por ciento del total. No lo fue tanto en cuanto al resultado de la elección de legisladores federales, donde la diferencia fue de apenas 16 puntos porcentuales de ventaja.
Lo más grave sobrevino después: el agandalle a mansalva de la mayoría calificada en el Congreso. El gobierno contó para ello con la complicidad primero de integrantes del Consejo General del INE y del Tribunal Electoral de la Federación, que avalaron darle a Morena y cómplices esa inmerecida sobre representación y luego con la traición de diputados y senadores supuestamente opositores que se sumaron a la bancada oficialista. Por más inverosímil que parezca, la coalición oficialista que tuvo el 54 por ciento de la votación acapara el 74 por ciento de las curules en la Cámara de Diputados (20 por ciento de exceso). La oposición en su conjunto, que obtuvo el 41 por ciento, se quedó con sólo el 25 por ciento de los representantes populares.
Increíble. Esa fue la magnitud del fraude a la voluntad popular, ¡avalado por la autoridad electoral!
La demolición del Poder Judicial a través de una reforma constitucional impuesta a través de esa mayoría fue la primera y gravísima consecuencia del agandalle. El segundo, la supresión de los organismos autónomos, el INAI entre ellos, que significaban alguna posibilidad de supervisión, control, vigilancia y sobre todo de cuidar la transparencia de las acciones gubernamentales y la utilización de recursos públicos, logros innegables de la lenta y costosa transición democrática de este país que hoy se ve cancelada.
Un dato esencial –y especialmente incoherente– es que ese 40 por ciento de los mexicanos que no votó por los candidatos del gobierno no está en los hechos representado en el Congreso. Esto es más de 35 millones de ciudadanos (amén de otro tanto que se abstuvo de participar en los comicios). Las bancadas opositoras se han convertido de simples paleros involuntarios ante la aplanadora imparable de los morenistas. No hay posibilidad alguna de conciliación o acuerdo, de negociación parlamentaria.
Del avance democrático conseguido penosamente a lo largo de 30 años regresamos de golpe al autoritarismo. ¡Y lo que nos falta!
Tenemos ahora una Presidenta que no gobierna… aunque tenga el poder. Simplemente niega cualquier hecho negativo de su gobierno, desdeña la crítica, descalifica y menosprecia a la maltrecha, desdibujada oposición.
Por todo lo anterior, el año que termina no es precisamente ocasión de festejo y alegría, por más buena voluntad que tengamos. Digamos que el término que califica mejor a 2024 es el desaliento. Válgame.
DE LA LIBRE-TA
ECHEN CONFITES Y CANELONES. Y a pesar de los pesares, deseo a mis cuatro fieles y queridos lectores una muy Feliz Navidad, con al menos un poco de Paz. Vale.
@fopinchetti