Por Ernesto Camou Healy
En este último mes del año, temporada de fiestas, paz, tranquilidad y reafirmación del cariño familiar y entre amistades, Donald Trump se está dedicando, fiel a su insensibilidad exacerbada, a armar un equipo de trabajo compuesto por personajes muy poco presentables. Algunos de ellos tienen historial de abusos o deshonestidad flagrante; todos poseen fama de “duros” para auxiliarlo en lo que considera su misión de “limpiar” su país de indeseables, es decir, inmigrantes provenientes, sobre todo, de países hispanoamericanos.
Implícito en su objetivo de depuración racial está la premisa, falsa por supuesto, de que en su nación todos sus habitantes tienen derechos similares, pero como los “blancos” son el grupo mayoritario y más antiguo, sus derechos poseen una cierta preeminencia sobre el resto de los que pueblan su país. Estas afirmaciones no se sostienen: los descendientes de europeos son, a lo mucho, la primera minoría, y gracias a la tasa de natalidad de los grupos latinos, muy pronto serán desplazados a segunda minoría. Cuando eso se refleje en las votaciones, su ilusión supremacista comenzará a hacer agua.
Pero Trump persiste en su discurso lleno de calumnias y amenazas contra los que él llama “ilegales”, con el fin de sembrar en una parte del electorado la convicción de que son peligrosos.
Los equipara a malhechores comunes, cuando estar en su país sin papeles constituye, a lo sumo, una violación civil, no penal, que puede estar sujeta a deportación, aunque también puede dar inicio a un procedimiento que legitime su estancia.
Esta semana, la ciudad de Los Ángeles anunció que se constituirá formalmente como santuario para los inmigrantes. Ya son muchas las localidades norteamericanas que han optado por proteger a los emigrados. Eso implica que los reconocen como una población con actividad positiva, que contribuye al bienestar general de sus habitantes y enriquece la vida comunitaria.
Un santuario es una comunidad con una política que disuade a las autoridades locales de informar el estado migratorio de las personas, a menos que implique una investigación de un delito grave. Por lo general, estas comunidades no cumplen con las solicitudes federales de detener a inmigrantes indocumentados arrestados por delitos menores o investigaciones. Además, muchas ciudades santuario se niegan a designar a sus policías como agentes federales, evitando que desempeñen funciones del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas.El movimiento de santuarios representa una objeción, en los hechos y de manera legal, a las políticas federales de hostigamiento y persecución contra inmigrantes indocumentados en sus territorios.
La lista de localidades santuario es numerosa y representa una voluntad política y ciudadana cada vez más amplia en la nación vecina. Entre las ciudades se encuentran:
San Diego
Los Ángeles
San Francisco
Miami
Chicago
Seattle
Houston
Phoenix
Austin
Dallas
Washington D.C.
Detroit
Salt Lake City
Minneapolis
Baltimore
Portland (Maine y Oregón)
Denver
Nueva York
A estas urbes se suman los siguientes estados: California, Colorado, Connecticut, Illinois, Massachusetts, Nueva Jersey, Nuevo México y Nueva York.
Es importante aclarar que estas ciudades no colaboran en la persecución de indocumentados de buen comportamiento, pero sí lo hacen cuando éstos han cometido delitos penales. Esta línea de conducta separa a los posibles delincuentes de aquellos que simplemente tienen una estancia irregular en ese país.
Trump ha elegido a un grupo humano particular, distinto de su propia etnia, como responsable putativo de los males y los infortunios que sufre parte de la población norteamericana, por lo general poco informada de lo que sucede fuera de los límites de su comunidad. Señalar a un segmento de sus habitantes como malhechores y culpables de las estrecheces y desdichas de todos resulta irresponsable, deshonesto y peligroso.
Ya vimos lo que sucedió hace 80 años con la población de origen judío. Pero al Donald no le importa la gente, sólo sus ventajas políticas y económicas.