Las “buscas” del mexicano

Por Francisco Ortiz Pinchetti

Hace años que no escucho el término con el que los mexicanos solían referirse a las formas de obtener ingresos extras para completar el chivo: las “buscas”. Recuerdo haberlo oído con alguna frecuencia como explicación sobre la manera de alguien de salir adelante. “Es que tengo mis buscas”, decían. Se use o no la palabrita actualmente, la realidad es que sigue siendo expresión de una lucha cotidiana, a veces ciertamente heroica, de millones de personas en todo el país, independientemente de los vaivenes de la economía nacional hoy sometida por cierto a turbulencias sin cuento.

Las estadísticas difícilmente reflejan esta realidad. La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), por ejemplo, nos revela que más de 3.6 millones de mexicanos (de un total de más de 36 millones de asalariados) tienen que buscar otro empleo para completar sus ingresos, dado que un solo salario no les alcanza. En los hechos, son mucho más las personas que recurren a sus “buscas” para solventar los gastos elementales de una familia, a pesar de los incrementos recientes al salario mínimo.

Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval), con el nuevo salario fijado en 102.68 pesos (que tuvo un incremento insólito del 16 por ciento en el último ajuste), el sueldo aproximado mensual de un trabajador es de tres mil 80 pesos al mes, lo cual cubriría la llamada línea de bienestar establecida por los especialistas.

Esto significa, indica el propio Consejo, “un gran avance en materia de justicia salarial”. Sin embargo, advierte que si se toma en cuenta que normalmente una persona trabajadora tiene dependientes económicos, el aumento es insuficiente, porque el salario requerido para sacar de la pobreza a una familia de cuatro integrantes con dos personas laborando, tendría que ser de aproximadamente 205 pesos diarios, poco menos que el doble del nuevo mínimo.

Resulta interesante este otro dato: En el mundo, los tres factores principales que llevan a una persona a decidirse por un empleo son el tipo de trabajo a realizar, la compensación monetaria otorgada y los beneficios ofrecidos por la compañía. A nivel global, 60 por ciento de los candidatos valoran las características del trabajo y su rol en la organización como un elemento tan importante como el sueldo; pero, en México no: el interés se centra en cuál será la compensación por recibir.

El 73 por ciento de quien busca empleo en el país pone su atención en el salario, frente a 54 por ciento que menciona este aspecto a nivel global. China y México son los dos países donde el aspecto económico es el motivador principal en su búsqueda laboral, según el informe ‘Preferencias y motivadores globales en búsqueda de empleo’ de Manpower Group, que incluye entrevistas con cuatro mil 479 candidatos de diversos países (17.4 por ciento corresponde a México).

Otro factor importante a considerar es la tremenda desigualdad económica y social que padece nuestro país. Se calcula que al menos la mitad de la población sigue sin tener ingresos suficientes para cubrir sus necesidades básicas. Y en el extremo, de acuerdo con las últimas cifras de la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares (ENIGH) 2016, el ingreso promedio mensual per cápita del 10 por ciento más pobre de la población fue de apenas 572 pesos.

Los datos anteriores explican por sí mismos las razones que llevan a un número multimillonario de jefes de familia, hombres y mujeres, a tener sus “buscas” para sustituir con ellas los déficits de sus presupuestos causados por las limitaciones económicas y  la injusticia social que sufrimos. Y me refiero concreta y exclusivamente a aquellos que tienen un empleo formal, en el entendido que según la propia ENOE durante el tercer mes del 2019, se registró que 57 por ciento de los trabajadores encuestados  laboran en la informalidad. Más de la mitad.

Hay por supuesto una variedad infinita de “buscas”, aunque una de las más comunes es justamente el comercio informal. Miles y miles de  personas salen de su trabajo diario y recurren luego a la venta callejera de alimentos, golosinas, juguetes  o baratijas de todo tipo. Otros se dedican a la confección de ropa, a la limpieza de parabrisas de automóviles en los cruceros transitados de la ciudad, a trabajos domésticos en casas particulares, a chambitas eventuales de albañil o pintor o de plano a la mendicidad, más o menos disfrazada.

Tal es el caso de millares de franeleros o viene vienes que se apropian de las calles para literalmente vender cajones de estacionamiento que no les pertenecen a cambio de una cuota obligada o en el mejor de los casos de una propina voluntaria. Hay algunos que adicionalmente lavan automóviles para obtener un pago mayor.

Entre los vendedores ambulantes hay que distinguir dos variantes: los que realmente realizan ese comercio ilegal, pero tolerado, por ellos mismos, con sus propios recursos y a su propia suerte, y los que, sobre todo tratándose de puestos fijos, trabajan para otros y son casi siempre víctimas de una nueva explotación.

Es el caso de las tamaleras que se apuestan en las esquinas, los vendedores de fruta rebanada o semillas que transportan en una carretilla y desde luego de los bicicleteros que expenden los célebres tacos de canasta: trabajan para otros, a menudo auténticos pulpos que son dueños del negocio y pagan a sus informales empleados una bicoca, sin ningún tipo de prestación legal ni seguridad en su trabajo.

Hay de “buscas” a “buscas”, claro. Lamentablemente, también están  quienes recurren a otro tipo de actividades, como el engaño o el robo, el cohecho, la extorsión para completar el gasto. Es el caso del diligente burócrata que nos pide mordida para agilizar un trámite engorroso o el policía de tránsito que, mejor,  nos lo deja a nuestro criterio. Válgame.

@fopinchetti

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