Por Jesús Chávez Marín
—Durante la década del los cincuentas, el poeta Miguel R. Mendoza escribió diariamente para los periódicos de la cadena García Valseca, entre ellos El Heraldo de Chihuahua, la columna “Al comenzar el día”. En esos textos breves, de dos cuartillas, que el autor llamaba “notículas”, aparecieron ideas originales, relatos en forma de parábolas, lecciones y oraciones de profunda religiosidad, respuestas amables a cartas que algunos lectores mandaban, comentarios de libros, reflexiones filosóficas, poemas en prosa y hasta alguna que otra venganza literaria de brillante enojo frente a la estupidez ambiental que a veces nos rodea y que todos sufrimos pero que suele dolerle más a los hombres de espíritu sensible y fino, como lo era el de aquel poeta que escribía en los periódicos, como también en revistas culturales y en guiones para cine, en la época de oro del cine mexicano.
Una primera selección formada por 132 de aquellos textos es la que aparece en este libro, compilada por el hijo del autor, quien lleva su mismo nombre, el señor Miguel R. Mendoza, el hombre que en Chihuahua más libros ha leído entre los de nuestra generación.
Leer todos juntos estos artículos elegantes y densos es una experiencia agotadora, por la cantidad impresionante de códigos que maneja. Estoy seguro de que muchos de los lectores que tuvieron el privilegio de leerlos uno por uno en el periódico del día tuvieron que tardarse un buen rato para disfrutarlos y releer para entenderlos en toda su plenitud. También imagino que el autor se impuso un rigor muy estricto al escribirlos, pues algunos son ensayos de enorme erudición y en todos los casos eran textos muy bien trabajados, con prosa de grato sonido, ideas bien estructuradas y un vuelo alto en ideas y en imaginación.
A pesar de que el libro no presenta en su estructura una secuencia ni cronológica ni temática en la sucesión de los textos, y solo se concreta a ennumerarlos en el índice, y de que los textos no llevan títulos que indiquen el asunto que va a tratar cada uno, la pura fuerza del estilo y el uso brillante de un lenguaje vigoroso y preciso hacen que se mantenga el placer y el encantamiento de la lectura. Sorprende mucho que esa columna haya aparecido los periódicos, donde la escritura suele ser descuidada, monótona y superficial casi por definición, y donde los únicos articulistas que aparecen son comentaristas de las fechorías más recientes de los políticos.
Al avanzar en las páginas de este libro nos vamos familiarizando con su autor y vamos estableciendo con él un código de comunicación. La atmósfera se establece desde el nombre de la obra que se va escribiendo y leyendo: Al comenzar el día, o sea: todas las mañanas habremos de reflexionar un poco en diversos asuntos, no solo para pensar en ellos y desarrollar una serie de conceptos, sino también para hallar en el sonido y en la esencia de las palabras un impulso para empezar, con energía y frescura, la jornada diaria. Esta imagen de la energía creativa es una de las que le son más gratas a Miguel R. Mendoza, y ese concepto lo desarrolla desde ángulos filosóficos y místicos, sobre todo para asociarla a la presencia de Dios en el universo, como fuente de belleza y poesía, como origen y el sentido de la existencia.
Al pasar de los días, en la lectura nos iremos acostumbrando a que Mendoza nos presente con toda naturalidad alguna frase, una imagen o una idea de los autores que él está leyendo en ese momento, o que ya ha leído y estudiado en otros años: poetas, filósofos, místicos, sociólogos, científicos, teólogos, novelistas con sus nombres, doctrinas y sistemas. Poco a poco nos vamos acostumbrando también a la mezcla abundante de frases hermosas, poéticas, que suenan a monedas de plata de buena ley, a guitarras y violines y voces de intensa armonía; al sentido certero y directo de la lógica, a la claridad de los pensamientos bien destilados y al sabor de las palabras en toda su plenitud.
Cada escritor forma a sus propios lectores, y Miguel R. Mendoza logró tener muchos en su época. Ahora con este libro, como con sus tres libros de poemas que su hijo ha publicado, seguramente habrá de tener otra generación de lectores. Igual que aquellos que lo leyeron en los años cincuentas, nosotros habremos de acostumbrarnos, al avanzar la lectura, a señalar algunas frases que podrán servirnos como aforismos, como una colección de joyas muy bien labradas. Por ejemplo estas que aquí transcribo:
Porque sabes perfectamente tus necesidades materiales y espirituales, puedes adivinar en un segundo las necesidades de los demás y comprenderlas.
Cada individuo tiene que decidir por sí mismo el tono y la calidad de sus actos.
A los que desesperan del destino del hombre, creyendo que sus pocos días sobre la tierra no tienen sentido alguno y que después de la muerte les espera la nada, conviene recordarles que la personalidad humana es una parte tan orgánica del universo como lo es el átomo.
Las vidas fincadas sobre valores espirituales resistirán todas las tormentas y los huracanes, mientras que las edificadas sobre las arenas movedizas del materialismo y la finitud serán llevadas por la corriente de las circunstancias hacia la esterilidad y la desesperanza.
Cultivemos secretamente el arte de tener fe en nuestros futuros éxitos.
La espera constante del infortunio, del fracaso y de la mala suerte, si estamos constantemente quejándonos, regañando o culpando a los demás, o a la vida misma, de nuestra situación, tiene un efecto paralizador sobre nuestro espíritu.
El mundo otorga a cada quién exactamente el valor que él mismo se da.
En un lugar donde imperan la sordidez y la miseria, difícilmente nos podremos librar de pensamientos amargos y emociones morbosas.
La alegría es el signo más claro de que estamos viviendo una vida determinada por el espíritu.
El ánimo con que afrontas las primeras horas del día tiene mucho que ver con los resultados durante su transcurso.
La amargura, el resentimiento, el desencanto y la envidia son pobres y malos materiales con que construir el edificio del carácter.
La manera de alcanzar la originalidad es confiar cada día más en nuestras propias fuerzas.
Cada día que pasa, la naturaleza, pletórica de vida, desparrama ante nuestros sentidos millares de incitaciones mentales, miríadas de sugestiones que la mente receptiva puede aprovechar, llenas de frescura, de novedad, de maravilla.
No hay cosa más esterilizante y deprimente que la rutina.
De toda experiencia, por dolorosa, molesta o humillante que sea, podemos destilar un gramo de sabiduría.
El amor es el ritmo del universo.
La mente universal está tratando de expresar algo a través de ti, algo totalmente distinto de lo que quiere expresar a través de los otros.
Los sentimientos de los niños son transparentes, llenos de frescura, exentos de complicaciones morbosas, tristes o perversas.
(También) admiramos a los escritores que han descendido hasta las tenebrosas profundidades del ser para traernos extrañas y ponzoñosas floraciones anímicas.
Un instinto seguro y profundo nos dice que la verdadera aristocracia es una aristocracia de maneras, una aristocracia que nada tiene que ver con el dinero, con el poder, con el talento, con la sangre o con el mundo.
No todos tenemos talento para la música, pero todo ser humano tiene en estado latente facultades para la caridad, el amor, la amistad y la cortesía.
La civilización actual, con su decantado progreso, tiende a volver más flácidos nuestros músculos y más perezosas nuestras células cerebrales.
Las represiones y los conflictos anímicos tienden a dividir la personalidad y deformar las emociones, a desperdiciar las energías.
Fuimos creados para pensar y somos literalmente la encarnación de nuestros pensamientos.
La acción inteligente y constante puede cambiar la vida más oscura y misérrima.
Echemos una bendición al reloj, no porque sea el guardián insobornable y severo del tiempo, sino porque nos hace el favor de marcar las horas luminosas del tiempo ilimitado y gozoso de Dios.
Hay muchos caminos para acercarnos a la realidad detrás del universo. Pero el camino de la belleza es el de más fácil acceso.
Las experiencias de la vida van dejando su huella indeleble en los rostros humanos.
Es fácil y cómodo escudarse tras de algún credo, tras de algún sistema filosófico, tras de algún esquema científico, tras de algún ritual religioso.
El anhelo de ser libre es un instinto indestructible en el corazón humano.
Toda discusión acerca del propósito de la vida, acerca de la “vida ideal”, acerca del sentido de nuestros días aquí en la tierra, suena un poco a hueco en estos tiempos angustiados y cínicos por los que estamos atravesando.
Todas las grandes ideas son sencillas.
Imagínese a sí mismo vívidamente como un desgraciado y pronto empezará a andar el camino que lleva al fracaso y a la desdicha. Imagínese a sí mismo victorioso y capaz, y eso contribuirá en grado importantísimo a su triunfo definitivo. No se imagine usted nada y cuando menos piense se encontrará convertido en una nulidad.
El artista es la encarnación concreta del anhelo de la humanidad hacia la más alta y completa satisfacción de la experiencia sensorial y espiritual.
La fidelidad a la idea que un hombre tiene de sí mismo es lo que es lo que confiere sentido y eficacia a sus pasos sobre la tierra.
La aptitud para poder reírse de sí mismo indica distinción y reciedumbre del alma.
Sin embargo el mayor valor de este libro de Miguel R. Mendoza no es la colección de frases certeras, que cada lector puede hacer la propia de acuerdo a sus preferencias, sino la solidez estructural de cada artículo diario, escrito con el rigor de un ensayo y con la gracia de la buena escritura. La calidad de los textos resulta refulgente en el periódico del día, y solo en periódicos como El País, de España, o como La Jornada de México, pero no la actual sino la de hace diez años, podía uno leer autores como este de Al comenzar el día. Para terminar, solo falta recomendar a ustedes que compren este libro y que lo lean, de preferencia un artículo cada día, que es como lo propuso el autor en su tiempo.
Mendoza, Miguel R.: Al comenzar el día. Doble Hélice Ediciones, México, 2002.
Agosto de 2002.