Por Joan Cabasés Vega | El Salto
Las tropas israelíes escalan desbocadas su ofensiva contra Líbano. Tras haber bombardeado y deslegitimado todo lo relativo a las Naciones Unidas en la franja de Gaza durante los últimos 12 meses, ahora Israel —cuya existencia no se entendería sin la ONU— parece querer hacer lo mismo dentro de Líbano. Durante la jornada del jueves 10 de octubre, la ONU denunciaba bombardeos directos contra posiciones de UNIFIL en el sur de Líbano. UNIFIL, el contingente de cascos azules impulsado por la ONU en el país, trata de contener las tensiones en la frontera entre Israel y Líbano. Al menos dos de sus soldados están heridos y han tenido que ser hospitalizados. Todo ello ocurre después de que el miércoles, y también según reportes de la ONU, el ejército israelí disparara contra posiciones de la FINUL atacando directamente contra cámaras de vigilancia.
Israel asegura estar lanzando una guerra contra Hezbollah para “cambiar la situación al otro lado de la frontera” y poder así retornar más de 60.000 residentes del norte de Israel a sus casas. Pero las Naciones Unidas no son el único objetivo claramente desvinculado de Hezbollah que Israel bombardea recientemente en el sur de Líbano. Durante los últimos días, las tropas sionistas han atacado centros médicos —al menos 37 han tenido que cerrar en Líbano por la amenaza de los misiles patrocinados por Washington— y también han apuntado contra estaciones de bomberos. En un solo ataque llegaron a matar a 10 bomberos, quienes desempeñan una labor clave en el territorio fronterizo con Israel: ellos son los que apagan los incendios en bosques y campos agrícolas después de que Israel dispare fósforo blanco con frecuencia.
Israel ha lanzado órdenes de expulsión indirectas contra absolutamente todo el mundo que se encuentre al sur del río Litani, ubicado a decenas de kilómetros de la frontera
Con todo, Israel ha lanzado órdenes de evacuación —o expulsión, tal y como las sienten los residentes del país— contra más de cien municipios, afectando las vidas de centenares de miles de personas. Pero Israel también ha lanzado órdenes de expulsión indirectas contra absolutamente todo el mundo que se encuentre al sur del río Litani, ubicado a decenas de kilómetros de la frontera con Israel. En concreto, Israel advirtió que “cualquiera que conduzca un vehículo” al sur de esa posición “estará en riesgo de ser atacado”. Los libaneses lo perciben como una amenaza directa y como una invitación a abandonar la zona.
Israel ya ha convertido una cuarta parte de todo el territorio nacional libanés en zona militar. Según grupos especializados como Airwars, la intensidad de los bombardeos israelíes contra Líbano durante las últimas dos semanas convierten esta campaña militar en una de las más violentas en la historia moderna de la humanidad, solo comparable con la que el mismo Ejército israelí lanza contra la franja de Gaza desde octubre de 2023. Desde el 23 de septiembre, día en el que Israel escaló su ofensiva contra Líbano a nivel de guerra abierta, las tropas sionistas han llegado a disparar más de 1000 misiles en un solo día.
“A mi no me gustan ni Hezbollah ni Israel”
La noche del martes, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu llamó a los libaneses a desvincularse de Hezbollah, invitándolos abiertamente a hacer que su país fuera de nuevo la perla de Oriente Medio. Sus palabras fueron recibidas con perplejidad mayúscula en el porche que da entrada a la colosal Mezquita de Mohamed Al-Amin, ubicada en la Plaza de los Mártires de Beirut. Allí, decenas de personas pasan las horas estiradas en el suelo, sobre alfombras, después de haber huido de sus barrios por los incesantes bombardeos israelíes. Muchos, ni tan siquiera saben si su hogar ha sobrevivido a los bombardeos.
Desde hace dos semanas, las tropas israelíes disparan decenas de misiles todos los días contra Dahie, los suburbios de Beirut donde Hezbollah tiene presencia. Israel asegura que apunta contra posiciones de la milicia, pero esos barrios suponen el corazón demográfico de la capital libanesa. Ahí residen centenares de miles de personas —algunos cálculos sugieren que 700.000—, y la mayoría de ellas están totalmente desvinculadas de Hezbollah. Ahora, ya no queda prácticamente nadie en Dahie, donde la destrucción es cada día más parecida a la de la franja de Gaza.
En las escaleras de la mezquita se resguardan incluso personas que vienen de Baalbek, ciudad en las montañas de la Bekaa conocida por las antiguedades romanas, ahora amenazadas por bombas que caen a 500 metros. Ahí Hezbollah tiene también presencia, y ahí Israel también ataca con fuerza. “A mi no me gustan ni Hezbollah ni Israel”, dice Ali, joven residente de Baalbek. “A mi me gusta la naturaleza, nadar, el tecno. Me gusta vivir”, protesta indignado. Lo dice mientras muestra incontables imágenes de su tierra, de su huerto, de su tractor. “Es el paraíso”, insiste.
Su hermana Marwa, sentada a su lado, tampoco se puede creer la desgracia que golpea su país. Aunque Israel insista en que su ofensiva es contra Hezbollah, la joven refleja la sensación general sobre el terreno en Líbano: “La mayoría de las personas desplazadas son inocentes y no tienen ninguna conexión con ninguna organización”, asegura emocionada, dolida por su propia situación y la de quienes tiene a su alrededor: “somos libaneses, somos musulmanes y odiamos los partidos políticos”, afirma, evitando hacer mención específica de Hezbollah.
La crisis humanitaria como arma de guerra
Israel parece querer vencer Hezbollah a partir de dos vías. La primera, más directa, es limitar las capacidades de la milicia en el interior del sur de Líbano mientras impide la llegada de nuevos suministros —motivo por el cual bombardea los pasos fronterizos con Siria, como el paso de Masnaa, por donde casi medio millón de personas han huido durante las últimas dos semanas—. En este aspecto de la estrategia se encuentra también la eliminación de los pesos pesados de la organización, como el máximo líder durante más de 30 años, Hasan Nasrallah, cuya muerte supone no solo un golpe político contra la milicia sino incluso moral —sus seguidores lo tenían como una figura casi divina, una suerte de padre—.
La otra vÍa, más indirecta, tiene en cuenta el dolor infligido en la sociedad. Israel aspira a crear una crisis humanitaria en los territorios de Líbano donde Hezbollah tiene presencia e influencia —con muertes, desplazados y destrucción— para que sea la propia población civil la que se levante contra Hezbollah. El problema es que la jugada puede salirle justo al revés. Hezbollah, de hecho, nació durante la ocupación israelí del sur de Líbano en 1982 como respuesta a la humillación infligida por Israel.
La caída de misiles en la zona es tan persistente que impide el trabajo de los equipos de rescate, cosa que impide también la existencia precisa de cifras de víctimas
En el marco de lo que Israel presenta como una guerra contra Hezbollah, las tropas israelíes bombardean continuamente los suburbios de Beirut, los más densamente poblados del país, aunque ahora ya sea sin residentes en su interior. La caída de misiles en la zona es tan persistente que impide el trabajo de los equipos de rescate, cosa que impide también la existencia precisa de cifras de víctimas mortales en el conjunto del país. Hace más de una semana que los medios de comunicación mencionan la cifra de “más de 1000 víctimas mortales desde el 23 de septiembre”.
Al mismo tiempo, el ejército sionista bombardea posiciones de las Naciones Unidas en Líbano, ha llevado al cierre, resultado de los continuos ataques, decenas de centros de salud, y ha destruido incluso estaciones de bomberos. Esta semana, la ofensiva sionista ha llevado a las tropas israelíes a levantar la bandera de Israel en el municipio libanés de Maroun al-Ras. Habrá que ver, a partir de ahora, por qué derroteros continua la última aventura bélica de estado sionista.
Este material se comparte con autorización de El Salto